Mariano Sigman, neurocientífico: “La neurociencia puede ayudarnos a desarrollar nuevos sentidos”
Sigman es director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de Buenos Aires. En su nuevo libro describe con lenguaje mundano los procesos que rigen el funcionamiento del cerebro.
Mariano Sigman (Buenos Aires, 1972) acaba de presentar La vida secreta de la mente (Debate), un libro en el que explica desde cómo un bebé con un día de vida ya tiene nociones matemáticas y espaciales hasta cómo interactúan la vista y el tacto en la construcción de nuestra percepción de la realidad. Con el mérito de lograr que el lector entienda las explicaciones sin ser un experto.
¿Qué le parece más interesante de cuanto hemos aprendido del cerebro en los últimos años?
Ramón y Cajal descubrió que las neuronas son el material constitutivo del cerebro. Desde entonces nos preguntamos cómo codifican las neuronas la información, cómo se conectan y relacionan. Es increíble todo lo que hemos conseguido. Podemos descifrar los sueños o preguntarnos si un paciente vegetativo tiene consciencia. El cerebro humano se expresó durante siglos a través del cuerpo: hoy ya podemos sacar información de él por otros métodos. Por ejemplo, los pacientes parapléjicos pueden mover exoesqueletos.
¿Qué nuevos avances se avecinan?
Lograremos aplicaciones que ni siquiera podemos imaginar. Cuando podamos fluir directamente con el pensamiento hacia otros periféricos cambiará la relación entre nosotros y nuestro cuerpo. Puede que desarrollemos nuevos sentidos, como los sensores de micromovimiento que usan los insectos para volar. Estamos cerca de hacer eso.
Usted es uno de los directores del Proyecto Cerebro Humano. ¿Qué metas persigue esa iniciativa?
Las escuelas descuidan la formación en emociones y control. Es necesario que el sistema educativo sepa qué le conviene a la mente para aprender cosas”
El Proyecto del Genoma Humano se ocupó de dividir la titánica tarea de descifrar la cadena de ADN. Fue un éxito. El Proyecto Cerebro Humano trata de desentrañar el funcionamiento de este órgano, aunque será más difícil lograrlo.
¿Tiene ya aplicación directa?
Igual que se monitorea el ritmo cardiaco o los genes para tratar enfermedades en el futuro, ya podemos prever si alguien desarrollará Alzhéimer. El problema es que todavía sirve de poco, porque no sabemos actuar al respecto. Las enfermedades neurodegenerativas aún se nos resisten, pero en otras hemos avanzado mucho. Es el caso de la dislexia. También hemos avanzado en la detección de psicosis. Nuestro equipo ha comprobado que lo que escribimos a cada momento ayuda a construir predicciones sobre futuros estados mentales.
Dice en el libro que el sistema educativo es el experimento colectivo más vasto de la humanidad. ¿Qué puede aportarle la neurociencia?
Es necesario saber qué le conviene más a la mente para aprender cosas. Conocer la fisiología muscular ha ayudado a los deportistas a mejorar su rendimiento en pocas décadas. Con el cerebro sucede lo mismo: saber cómo se organiza el pensamiento, las restricciones del cerebro para calcular algunas cosas y las virtudes para descifrar otras, debería servirnos para mejorar la educación. No puede ser que corramos mejores maratones que hace un siglo y que la educación, en cambio, apenas haya cambiado.
Ponga algún ejemplo.
¿Por qué se empieza a leer a los seis u ochos años? Nadie le dará una respuesta convincente a eso. ¿Es mejor aprender primero las letras o directamente palabras enteras? Hoy sabemos que el primer método encaja mejor con la manera en la que el cerebro procesa la lectura. También sabemos que la dislexia es un problema fonológico, no visual, y por tanto hay que enseñar a pronunciar, no poner gafas. La ciencia ha avanzado gracias a la acumulación de conocimiento. Creo que la educación no logra dar ese paso: se basa mucho más en la intuición.
Los neurocientíficos dicen que el peso de las emociones en nuestro comportamiento es mayor del que se pensaba. ¿La formación emocional es la gran olvidada?
Hay dos cosas muy estigmatizadas en los colegios: las emociones y el control. Uno de los aprendizajes más importantes que se desarrollan en las escuelas es saber gobernarse, vivir en sociedad, no interrumpir a los demás. Lo que llamamos el sistema ejecutivo del cerebro. Es clave en el funcionamiento del niño, pero la escuela lo descuida. La primera pregunta que se debe hacer un sistema educativo es cómo define el éxito. ¿Inculcar buenos valores? ¿Formar ciudadanos? ¿Enseñar profesiones? También se debe decidir si es el lugar en el que los pequeños deben formarse emocionalmente.
¿Tiene sentido mantener las asignaturas tradicionales?
Hay quién dice que no hace falta estudiar geografía, porque toda esa información está a nuestra disposición en el móvil. Pero lo que importa es haber hecho el ejercicio mental y de esfuerzo de poder recordar una lista de capitales de provincia o de cadenas montañosas. El objetivo de muchas prácticas escolares no es tanto generar un bagaje en un conocimiento concreto acumulado, sino establecer ciertas prácticas y procedimientos. La memoria se entrena.