La revolución de las ciudades
Hoy en día, más de la mitad de los habitantes de la tierra viven en áreas urbanas y cada semana más de un millón se muda del campo a la ciudad. Naciones Unidas estima que la población mundial será de 8.500 millones en 2030, lo que conllevará el aumento de megaurbes y ciudades en general. Veinte años más tarde, más del 70% de las personas vivirán en ellas suministro.
Poblaciones que, pese a ocupar el 1% del total de la superficie, consumen el 75% de la energía global y son responsables del 80% de las emisiones de CO2. Por otro lado, existe una correlación clara entre el tamaño de los núcleos urbanos y la tasa de delincuencia. Estas tendencias plantean enormes desafíos para paliar la sobrecarga generalizada de las ciudades y sus infraestructuras.
Solo cuando las comunicaciones, la energía, la movilidad y la seguridad de las personas y de los bienes funcionan ininterrumpidamente sin problemas, las ciudades pueden ofrecer una calidad de vida y una economía prósperas. Para los planificadores urbanos, la respuesta está en reestructurar todas las infraestructuras y enfocarlas hacia la resiliencia, para transformarlas en ciudades inteligentes. Pero, ¿qué significa eso realmente? ¿Qué criterios son los que hay que cumplir?
La resiliencia es un concepto que atañe a la capacidad de las urbes para adaptarse y responder ante los cambios y amenazas. O lo que es lo mismo, es la garantía de la seguridad personal, ambiental y económica, a pesar de los peligros externos. La teoría de la resiliencia afirma que ante cualquier tipo de desastre (ya sea natural, ataque terrorista o desabastecimiento), las ciudades pueden minimizar los daños a través de la inversión en la planificación y mantenimiento de su esqueleto esencial: las infraestructuras.
La conexión de sistemas de suministro para atender a las necesidades habituales de las ciudades es básico
Pero para pasar de la teoría a la práctica, es imprescindible aplicar a las soluciones técnicas unos criterios perfectamente estandarizados: unos indicadores clave de rendimiento (los llamados KPI) respecto al uso energético, las emisiones, el tráfico, las redes de alta velocidad y, especialmente, la seguridad –tanto material como personal– de la población. El objetivo fundamental de utilizar estos parámetros es distribuir los recursos de forma eficiente, mediante la interconexión de todos los sistemas de suministro, para atender tanto a las necesidades habituales, como a las demandas puntuales, sea cual sea su causa.
A nivel internacional, ya se están llevando a cabo medidas al respecto. La Organización Internacional de Normalización (ISO) ha definido en su normativa ISO 37120 un total de 100 indicadores para evaluar los servicios de una ciudad y su calidad de vida. A día de hoy, es la única norma con unos KPI apropiados para la medición y comparación del grado de seguridad en ciudades, en las que evalúa: la protección contra incendios, la gestión de crisis, el suministro adecuado de agua y de energía, el funcionamiento del transporte y, muy pormenorizadamente, la seguridad personal y material. Aproximadamente 250 urbes de 80 países participan en la introducción de esta norma, como Londres, Shanghai, Toronto y Rotterdam. Con este fin, reportan métricas tales como el número de muertes debidas a incendios por cada 100.000 habitantes o el tiempo de respuesta de los departamentos de policía y de bomberos después de la llamada inicial. Esto hace que sea posible señalar, de forma transparente y verificable, cómo de segura es realmente una ciudad.
Para modelar con éxito esta transformación es esencial crear cimientos apropiados desde el principio
El hecho de que la norma ISO 37120 incluya diversos indicadores sobre la seguridad personal y material no es casual. Las iniciativas para una ciudad inteligente centradas exclusivamente en el uso óptimo de la energía son insuficientes. Y es que una comunidad urbana solo puede funcionar si es capaz de recuperar la normalidad lo antes posible después de un incidente de envergadura, como serían un gran incendio o un ataque terrorista. Aunque lo ideal sería que dichos sucesos se evitasen antes de producirse.
Salvaguardar las infraestructuras vitales precisa soluciones de seguridad que se introduzcan de forma lógica dentro de un contexto de ciudad inteligente. Esto requiere la puesta en escena de las últimas innovaciones en materia de seguridad, mediante sistemas capaces de gestionar de forma integrada: los canales de comunicaciones seguras en redes públicas (mediante tecnología de encriptación); los sistemas automáticos de alerta temprana; los de vídeo vigilancia; así como de información. Dicha integración debería consolidarse sobre una plataforma central de mando y control, para asegurar una respuesta global y coherente a los incidentes, basada en la recopilación, filtrado y correlación de información de eventos procedentes de los distintos sistemas de seguridad. De este modo, se potenciarían las capacidades de los responsables para identificar y resolver proactivamente situaciones de riesgo. En definitiva, así podrían centrarse en la toma de decisiones que mitiguen las consecuencias de la emergencia. Ahí se encuentra la esencia de una ciudad inteligente y segura.
La implementación de estas normas de seguridad requiere hacer partícipes a todos los involucrados –desde las administraciones públicas, hasta las ONG y los comités de normalización– para crear políticas que no solo motiven su implantación, sino que también establezcan normativas internacionales claras.
Las ciudades que cuentan con estructuras inteligentes (transparentes y comparables), se convierten en entornos urbanos seguros, atractivos para la competitividad mundial. El concepto de ciudad inteligente revolucionará la vida en las urbes de manera parecida al impacto que tuvo la revolución industrial. Para modelar con éxito esta transformación para el bien de todos, es absolutamente esencial crear los cimientos apropiados desde el principio. La seguridad personal y material no se deben dejar para el final del proceso de resiliencia.
Jesús María Daza es Director General de la división ‘Building Technologies’ de Siemens España