Cinco mitos sobre el déficit y la deuda
Durante esta época oscura para Europa, el establishment ha combinado, a su manera, la didáctica y la praxis para conseguir que, con mayor o menor entusiasmo, todos los Gobiernos bajo el paraguas de la zona euro hayan aplicado una determinada política económica. Si por un lado se han movido sillas gubernamentales o se ha dejado a los disidentes a los pies de los caballos, por otro se ha construido una narrativa para justificar la imposición del nuevo dogma.
Recordemos mitos como la consolidación fiscal favorable al crecimiento, la recuperación basada en exportaciones, los multiplicadores negativos o el mágico umbral del 90% de deuda a partir del cual los siempre caprichosos dioses decidían que los tipos de la deuda se disparaban. Estas ruedas de molino aderezadas con hojas de cálculo no venían solas. Iban acompañadas de digeribles apelaciones a la sabiduría popular, destacando una entre todas: la metáfora de que no se puede gastar más de lo que se gana. Un Estado se gestiona como un hogar. Más concretamente, como lo haría un ama de casa de Suabia. Y si el Estado se comporta como debe, todo volvería a su orden natural.
Este redescubrimiento de las virtudes de la frugalidad se basa en una excesiva simplificación de la economía. No, un Gobierno no es como una casa. Uno de mis comentaristas favoritos, James Montier, desmonta este y otros cuatro mitos sobre el déficit y la deuda pública.
Con un matiz de extrema importancia: su planteamiento está enfocado a Estados que tienen el control de la moneda y la política monetaria, es decir, que pueden subir o bajar tipos, comprar deuda o imprimir dinero de forma autónoma. No es el caso de España o la eurozona, donde estos mitos han servido para otra cosa: desviar el debate real sobre el origen de los desequilibrios de la unidad monetaria y los términos del debate. No es que la austeridad fuese necesaria para arreglar la crisis de deuda; solo era la voluntad de Berlín. La solución estuvo desde el primer día en manos del BCE, como se vio en verano de 2012, estuvo siempre en manos del BCE.
Esta es la pieza original; recomiendo su lectura (más que mi propia entrada), pero por si ustedes tienen el día vago, intentaré ir mito por mito.
Mito 1. Los Gobiernos se gestionan como un hogar. Los Gobiernos son un sector económico que interactúa con todo el resto de los actores, y cuyo papel en la economía va algo más allá de cuadrar la caja al final del día. Si el sector público gasta más de lo que gana, alguien que gana más de lo que gasta se lo tiene que prestar. No quedan muchos candidatos: o bien el sector privado genera este ahorro o bien lo hace el sector exterior, vía déficit comercial que se compensa con entrada de capitales. Y al revés: superávit público suele ir aparejado con déficit privado. Como cuenta Montier, la experiencia indica que el exceso de deuda privada suele acabar peor que el exceso de deuda pública (véase el ejemplo de España y su burbuja).
Los Gobiernos que tienen soberanía monetaria (y se endeudan en una moneda que controlan) pueden sufrir déficits eternos y financiarlos partiendo de la nada, por lo que el mito del ama de casa de Suabia es descabellado por completo.
Mito 2. Financiar déficits imprimiendo dinero es inflacionista. Este mito se desmonta por sí solo echando un ojo al balance de BCE y Fed, y comparándolos con las cifras de inflación. En todo caso, y por precisar, para Montier la relación directa entre cantidad de dinero e inflación exige asumir que tanto producción como velocidad de circulación del dinero se mantienen constantes, una suposición harto exigente. En un entorno normal, el déficit (o, mejor dicho, el gasto público) genera inflación en los mismos términos que otros tipos de gasto (consumo privado o inversión). En España, por ejemplo, la elevada inflación se registró en la etapa de la burbuja inmobiliaria, y no por la vía de la financiación de déficit público sino del exceso de apalancamiento privado.
Mito 3. Elevados déficit generan altos tipos de interés. Aquí la cosa se vuelve un poco más complicada. Pero, por resumir; la idea de que la oferta de crédito es fija, y que una mayor demanda (déficit) elevará su precio es otra simplificación. El ahorro no precede a la inversión, sino que normalmente es la propuesta de inversión la que precede a la financiación (cuando pedimos una hipoteca, por ejemplo); no es preciso ahorrar antes de invertir. Es más, los episodios de altos déficit suelen ir ligados con bajos tipos, pues ambos se asocian a etapas de debilidad económica.
Mito 4. Los déficit son insostenibles.
Si durante un periodo de tiempo el crecimiento real es inferior al tipo de interés real que paga la deuda, cualquier déficit primario (antes de intereses) implica que la posición fiscal es “insostenible”. Hay dos matices importantes: uno, que estas suposiciones implican asumir que nada cambiará en los próximos años o décadas. Y, dos, que el Banco Central, si tiene capacidad para manejar los tipos de interés, es el condicionante fundamental de los tipos que paga la deuda.
Mito 5. Es una carga para generaciones futuras. A largo plazo estamos todos muertos. Dentro de varias décadas, los bonos que se hayan emitido hoy, y que se hayan refinanciado en su día, serán activos y pasivos en manos de nuestros descendientes. Si éstos, por algún extraño motivo, pagan la deuda de una vez, el dinero lo cobrarán otros descendientes. La deuda es un problema dentro de cada generación, entre deudores y acreedores, no una cuestión intergeneracional.