La empresa se refugia en la solidaridad
El sector privado, liderado por las ‘telecos’ de Silicon Valley, se vuelca con los desplazados en un movimiento que tiene el reto de ser un compromiso a largo plazo frente al impacto del momento.
Qué difícil habitar la piel de los otros; y qué necesario. Imaginar el sufrimiento cotidiano de los 60 millones de personas sin raíces y forzados a dejar sus hogares que buscan un lugar en el mundo. Muchos, incluso, malviviendo en tierra de nadie. Ese espacio entre fronteras donde la vida parece caer en el limbo.
Más de 4,5 millones de sirios escapando de una guerra civil que dura cinco años, palestinos penando en campos de refugiados, sudaneses perseguidos por sus creencias, congoleños desplazados por una guerra interna o cristianos que huyen para salvar sus vidas arrinconados en Irak por el Estado Islámico (EI). Desgraciadamente, para miles de seres humanos, la diáspora se ha convertido en una forma de vida.
Frente a este sufrimiento, las empresas han reaccionado de una manera que ha sorprendido a muchos, incluso a aquellos que hacen de las situaciones extremas su día a día. “La respuesta de las compañías privadas, y de los particulares, ha sido brutal, nunca había visto algo parecido”, analiza Fernando Sevillano Queipo de Llano, responsable de Alianzas Estratégicas de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados.
El drama sirio ha calado en las conciencias occidentales. Ahora, el invierno amenaza con agravarlo. Mientras leen estas líneas, unas 37.000 personas caminan en Grecia y Macedonia a la espera de alcanzar Hungría. Se estima que este año habrán llegado a Europa 1,2 millones de migrantes. Prosigue el éxodo migratorio más masivo desde la II Guerra Mundial.
"La respuesta de las empresas y los particulares ha sido brutal. Nunca había visto algo parecido", afirma ACNUR
A medida que el calendario descuente el invierno en la Europa central se irá poniendo a prueba la capacidad de movilización de la empresa y su fortaleza para cubrir las carencias sobre el terreno. “Necesitamos más trabajadores sociales, traductores cualificados, médicos. Los que tenemos no son suficientes”, avisa Karl Kopp, experto de la ONG Pro Asyl. En ese momento, el mundo tornará la mirada y recordará el apoyo de las compañías en los primeros estadios del éxodo sirio y, seguramente, le pedirá la misma implicación.
“Pequeños negocios, ONG, congregaciones de todo el país. Los estadounidenses están dando todo lo que tienen para contribuir al esfuerzo de paliar la crisis siria. Como hicimos en 1885 [cuando se logró finalizar la Estatua de la Libertad gracias a una aportación popular masiva], nos hemos unido para procurar cobijo, abrigo, refugio y asistencia médica a las personas que lo necesitan. Es la forma en la que los americanos hacemos las cosas”. Esta invocación a la ética de un país de Jason Goldman, responsable de Estrategia Digital de la Casa Blanca, surtió efecto cuando arrancó el drama.
Fue una llamada, también, a las compañías de Silicon Valley. Tal vez las que mejor representan esa nación y su espíritu. Pidió, entre otras, a Facebook, Google, Twitter, Airbnb y Kickstarter que se comprometieran. Y lo hicieron. La plataforma de crowfunding Kickstarter lanzó la primera campaña de su historia destinada a recabar fondos para un proyecto altruista. “Es una situación excepcional”, apuntó Yancey Strickler, cofundador de la empresa. Consiguió más de 1,5 millones de dólares de 23.000 donantes. Sin embargo, con ese dinero solo se puede ayudar a 7.500 sirios, y en un día normal llegan 6.000 a Grecia.
De momento, Mark Zuckerberg, creador de Facebook, ha sugerido que Internet podría ayudar a mitigar la crisis si se conectaran a la Red los campos de refugiados. “Sin duda estamos viviendo una ola de solidaridad enorme que ha provocado que muchas organizaciones se pongan en marcha”, dice Miguel Otero-Iglesias, investigador principal del Real Instituto Elcano.
Altas recaudaciones
De hecho, Google recaudó más de 10 millones de dólares, Airbnb está proporcionando alojamiento gratuito para los trabajadores de las zonas más afectadas y Twitter usa su plataforma para recaudar dinero. Una evidencia del empuje del planeta digital. “En Ericsson creemos que la tecnología es una fuerza para hacer el bien en el mundo”, reflexiona Elaine Weidman, su vicepresidenta de Sostenibilidad y Responsabilidad Corporativa.
Incluso el banco privado estadounidense Goldman Sachs, más conocido por su habilidad para ganar dinero que por su destreza a la hora de repartirlo, ha aportado dos millones de libras a ACNUR. Y un competidor, JP Morgan, donó otros dos millones, pero de dólares, a través de su fundación.
Unas 12 millones de personas han abandonado Siria desde 2011, pero esta cifra se queda vieja con los 42.500 expulsados al día
Nadie, ni siquiera el mundo del fútbol, ha sido ajeno al sufrimiento. El Real Madrid y el Borussia Dortmund comprometieron dinero. Pese a ciertas dudas. “Fue una respuesta a la conmoción de aquellos días. Tuvo el valor del gesto. Pero no diría que el fútbol tiene ni más ni menos sensibilidad que otros sectores”, narra Alfredo Relaño, director del diario deportivo As.
Ya se sabe que los mecanismos de la solidaridad son extraños. En seis días de campaña ACNUR recibió donaciones por 17 millones de dólares. Solo el Gobierno estadounidense ha contribuido con 4.500 millones, una generosidad considerable pero insuficiente para atender a los 12 millones de refugiados que han abandonado Siria desde el comienzo de la guerra civil en 2011. El problema es que esta cifra se queda vieja enseguida, pues 42.500 personas (según el organismo de la ONU) son expulsadas a diario de sus hogares en algún lugar de la Tierra.
Mientras, en Europa, los controles fronterizos en Hungría, Eslovenia y Suecia (el país con más refugiados per cápita de la UE) no ayudan a la solución. Al contrario. Es una suerte de renacionalización. ¿En este escenario tan enrevesado, pueden las compañías privadas marcar la diferencia?
Tal vez si son capaces de transformar un drama en un negocio. Como suena. Desde una perspectiva empresarial, esta crisis supone una oportunidad. La población siria, sobre todo la más joven, está muy bien formada. Pueden ser valiosa para cubrir nichos de trabajo en sus países de acogida. Las empresas han demostrado durante décadas su habilidad para absorber talento. Solo hay que abrir el paso, encauzar leyes que faciliten su llegada y que, al mismo tiempo, frenen los movimientos xenófobos como los que empiezan a verse en Alemania o Hungría.
“Los refugiados sirios, libios, yemeníes necesitan fuentes permanentes de ingresos y ahí puede ser relevante el papel de las compañías”, observa Ignasi Carreras, responsable del Instituto de Innovación Social de Esade. Porque “la entrada de esta mano de obra cualificada que —nos guste o no— va a quedarse en España unos años es una oportunidad para las empresas”, ahonda Gonzalo Fanjul, director de Análisis de ISGlobal. “Es el mismo argumento económico que se puede aplicar a la movilidad internacional de trabajadores, pero esta vez dentro de un desplazamiento forzoso en el que los países de acogida tienen pocas opciones de elegir. O al menos deberían tener pocas opciones”.
Esperanzas sombrías
De momento, la Comisión Europea ha echado cuentas y los refugiados tendrán un impacto económico positivo del 0,2% del PIB este año y una repercusión moderada (0,2%) en el incremento del déficit público. Pero olvidémonos de la macroeconomía. ¿No va a ser Europa capaz de cuidar de un millón de refugiados cuando solo Turquía acoge a 2,2 millones de sirios desde hace cinco años? Al ritmo tan lento que los admite, la respuesta no parece demasiado esperanzadora.
Todo resultaría incluso más complicado si se apaga el rescoldo de la indignación y si, sobre todo, seguimos separando a los refugiados de los emigrantes. Quizá, sugiere Alexander Betts, director del Centro de Estudios sobre los Refugiados de la Universidad de Oxford, la clave reside en borrar los límites entre ambas categorías para evitar crear clases sociales incluso entre los desesperados.
“En el caso del África subsahariana, son sobre todo desplazados económicos, y esto no ha despertado una reacción muy proactiva de las empresas”, critica Ignasi Carreras. Sin duda olvidar es el peor verbo. Cuando, paradójicamente, muchas compañías insisten en lo contrario.
Inditex, por ejemplo, ha donado este año más de 100.000 unidades de ropa valorada en tres millones de euros. “Además”, relatan fuentes de la firma gallega, “entre enero y abril se llevaron a cabo dos contribuciones en especie a través de la asociación estadounidense sin ánimo de lucro Life for Relief and Development que fueron entregadas a refugiados sirios en Irak y Libia”. Mientras que H&M ha aportado 500.000 dólares (450.000 euros) a través de su fundación para la compra de mantas, artículos médicos y tiendas de campaña.
Por su parte, KPMG Alemania permite a sus empleados dedicar cuatro horas al mes al voluntariado y facilita que utilicen tiempo libre de sus horas de trabajo para ayudar a los refugiados. “Al final hay que tener en cuenta que detrás de las empresas hay personas y nadie debería ser insensible al sufrimiento humano”, explica Laura Calonge, de Médicos Sin Fronteras (MSF).
Mayor implicación
Pero hoy en día surge una distancia evidente entre el deber y el ser. El compromiso de la empresa debería ser a largo plazo y no olvidarse detrás de la próxima crisis. “También se echa de menos una mayor implicación de las empresas del Ibex 35 a través de sus departamentos de Responsabilidad Social Corporativa”, critica la politóloga Kattya Cascante.
Inditex ha donado ropa valorada en tres millones de euros para los desplazados, además de dinero
Porque el mundo privado debe contribuir a la estabilidad social y al crecimiento económico de los países de donde huyen los refugiados. Algo que pasa, entre otros cambios, por evitar ciertas formas modernas de expolio. Los incentivos fiscales —denuncia un trabajo de Oxfam-Intermón— que Sierra Leona ofrecía en 2012 a tan solo seis empresas eran equivalentes al 59% del presupuesto total del país, y a más de ocho veces su gasto en sanidad. Cuando surgió la epidemia del ébola su capacidad de reacción estaba hipotecada y costó 11.000 vidas.
Frente a esta realidad hay “que preguntarse por qué están llegando los refugiados. Y ahí, los Gobiernos tienen responsabilidad”, concede Francesc Mateu i Hosta, director de Oxfam-Intermón en Cataluña. Y es que todo el mundo debería estar obligado a habitar, aunque sea por unas horas, en la piel de los otros.
Un país solo para ellos
Si el mundo actual tiene un defecto es su capacidad para franquiciar el dolor. Algunas empresas (por ejemplo, las que suministran las desafortunadamente célebres concertinas) están haciendo negocio con la crisis de los refugiados. ¿Es algo inmoral? “Depende de cuál sea el propósito y qué tipo de servicios ofrezcan. Si alguien tiene una panadería y vende pan y cientos de refugiados pasan por su ciudad y se lo ofrece, no veo en ello nada inmoral. Pero si, como he leído, hay instalaciones que abren por la noche y venden chalecos salvavidas a los refugiados y no son seguros, esto es inmoral. Definitivamente inmoral. Pero también es inmoral que la comunidad internacional no esté buscando una solución permanente a la crisis de los refugiados como la que yo propongo”.
Es la voz de Jason Buzi, multimillonario israelí con sede en San Francisco (EE UU), quien hizo su fortuna en el sector inmobiliario y que ha lanzado el proyecto Refugee Nation, una idea radical para abordar el drama sirio: crear un Estado artificial que albergue a todos los refugiados del planeta. Aunque es consciente de que será difícil (hace falta acuerdo político y miles de millones de dólares) tampoco es una utopía. “Necesitamos dos cosas. Financiación para comprar la tierra, transportar a las personas y ayudar a pagar las infraestructuras y los servicios. Pero hay muchos multimillonarios y organizaciones que podrían sufragarlo. Y compromiso político. Para otorgarle la soberanía. Así este nuevo país sería independiente y estaría reconocido”. Es difícil, pero Buzi no se rinde.