Los nuevos retos del sector financiero
El escenario en el que ha de moverse el sector financiero en estos momentos tiene unas reglas austeras. Un tablero dominado por un horizonte prolongado de bajos tipos de interés, en récord histórico en la zona euro –el 0,05% desde septiembre de 2014–, y un menguado volumen de negocio ha llevado a la banca a ajustar su oferta de productos con un claro objetivo: ampliar márgenes. El sector ha optado por poner el foco de su estrategia comercial en captar clientes vinculados, con productos de rentabilidad escasa y crédito más barato. Ello se ha traducido en una pujante competencia en la que las cuentas nómina han recogido el testigo de la rentabilidad que ofrecieron en su momento los depósitos, los fondos mixtos con exposición a renta variable ganan terreno y se apuesta por las hipotecas baratas –con diferenciales respecto al euríbor que rondan ya el 1%–, así como por hipotecas a tipo fijo y mixtas, que permiten afrontar con tranquilidad el incierto panorama de los tipos de interés. El precio de esta nueva apuesta estratégica para el cliente es una vinculación más fuerte con la entidad y unas comisiones más elevadas.
La batalla comercial en el sector financiero se ajusta así a la coyuntura económica de un país que ha dejado atrás una crisis y cuyo ritmo de crecimiento y recuperación dibuja unas necesidades muy diferentes a las de hace unos años. En el caso de las cuentas nómina, el cliente es recompensado con remuneraciones que llegan al 5% –aunque para cantidades pequeñas– y fidelizado con ganchos como la bonificación de recibos y de compras. Si se trata de fondos de inversión, la elevada volatilidad de los mercados ha impulsado una oferta a la carta en la que destacan los fondos mixtos, que permiten variar la exposición a las Bolsas. Y la mejora de la situación económica ha abierto la puerta a un mercado hipotecario muy reñido, que apuesta por el cliente con solvencia y que ve resurgir un producto abandonado durante años: el crédito a interés fijo.
En este nuevo panorama el perfil del cliente bancario es, en general, más austero y más consciente de los costes que asume en la relación con su entidad. En ese contexto se inserta la guerra comercial que está viviendo el sector en torno al cobro de comisiones por sacar dinero en efectivo de los cajeros. La banca ingresa actualmente unos 150 millones de euros anuales en comisiones cobradas a clientes que realizan operaciones en cajeros que no corresponden a su entidad, una cantidad que se elevaría a 300 millones si las tres principales entidades apuestan por cobrar en torno a dos euros por ese concepto. La iniciativa del Gobierno de entrar en el debate y regular las comisiones a través de una orden ministerial busca poner orden y claridad, pero debe aspirar a hacerlo a través de una normativa que respete el necesario equilibrio entre los intereses de las entidades y los clientes. Desde el Gobierno se insiste con acierto en que la regulación apostará por unas comisiones transparentes y por minimizar el coste para el usuario. Unos objetivos que deben conjugarse con la coyuntura que vive el propio sector financiero, cuyos márgenes se han estrechado severamente y cuya función no es en ningún caso prestar un servicio público, sino gestionar una actividad comercial bajo los criterios del sector privado.
La banca española, como en general el sector financiero en Europa, afronta un futuro que está plagado de incertidumbres, pero para el que cuenta con la solidez adquirida tras el largo proceso de saneamiento, capitalización y reestructuración que ha vivido en los últimos años. Ha sido un esfuerzo largo, sacrificado y extremadamente exigente, que ha fortalecido la solvencia, pero también la imagen de las entidades en los mercados. Pese a ello, ese camino no ha sido recorrido en su totalidad y debe todavía consolidarse para construir un sector homogéneo en cuanto a fortaleza y capitalización y en el que no existan eslabones débiles, sino un conjunto de entidades dotadas de músculo y solvencia suficientes como para afrontarlas crisis futuras. Se trata de la asignatura pendiente que le resta a una banca que ha demostrado capacidad suficiente para adaptarse a un entorno difícil, marcado por los cambios de escenario y por la incertidumbre económica, para salir reforzado y preparado para competir en un mercado cada vez más disputado.