Grecia y Europa, identidad y relato
Explica el Nobel Michael Spence en su magnífico libro La convergencia inevitable que las dos claves fundamentales para construir un proyecto para el futuro de una nación, de un Estado, de un territorio, son la identidad y el relato.
Porque estamos necesitados de esfuerzos colectivos, de trabajar juntos, y para esa tarea común lo primero es sentirse parte de un mismo proyecto, de una misma realidad. Y lo segundo es compartir un relato sobre de dónde venimos y a dónde vamos.
No hay salida sencilla del callejón en el que nos ha dejado la última crisis global. No recuperaremos la pujanza de nuestra industria si no trabajamos juntos, no cerraremos las heridas que ha abierto la desigualdad si no trabajamos juntos. La desigualdad dentro de las diferentes capas sociales, y también la desigualdad entre el Norte y el Sur de Europa.
Por eso sigo con tanta preocupación las noticias sobre la negociación de la deuda griega. No porque me preocupe el final de la historia (se llegará a un acuerdo y las dos partes declararán orgullosas que era el mejor acuerdo que podían conseguir). Lo que me preocupa es la forma en la que estamos construyendo la identidad de Europ, y el relato de este momento crucial de la historia.
Necesitamos una sociedad cohesionada y estamos otra vez jugando a los bandos. Bandos territoriales (los héroes o los villanos griegos, los avariciosos alemanes), o bandos sociales (los implacables banqueros, los indefensos y sacrificados pensionistas).
Relatos que difieren según quién los cuenta, pero que acaban siendo cómics con súper héroes y súper villanos. Se nos ha olvidado lo fácilmente que esos bandos pueden acabar en trincheras que rompen Europa.
Y necesitamos un relato que vaya más allá de lo económico. Un relato centrado en los valores que constituyen la base que compartimos y sobre los cuales podamos levantar un proyecto primero social y luego económico. La economía debe estar al servicio de la sociedad y de las personas.
Europa está en un momento crítico. Asistimos a profundas transformaciones del marco global de relaciones geoestratégicas. Y en vez de contemplar con atención ese marco, y entender cómo podemos seguir siendo actores relevantes, estamos mirándonos el ombligo. Es malo para quienes vivimos en Europa y es malo para el mundo: la voz de Europa ha sido siempre y debe seguir siendo una voz humanista, comprometida, solidaria, guiada por valores que se anclan en siglos de cultura compartida.
Necesitamos noticias e historias que nos ayuden a ir construyendo esa identidad y ese relato. Porque no son Angela Merkel, ni Tsipras, ni Draghi quienes construyen Europa. Si hay algo que la historia nos ha dejado como lección es que al final siempre es la sociedad europea, sus ciudadanos, los que acaban tomando el timón de nuestra historia. Eso me preocupa de esta serpiente de verano griega. La conciencia colectiva que vamos creando sobre quiénes somos y a dónde vamos. La forma en la que vamos forjando nuestra identidad, el relato que escuchan nuestros jóvenes sobre lo que es Europa (resultaban reveladoras las grandes diferencias en los porcentajes de respuestas al referéndum griego en función de las franjas de edad),
Nos corresponde a cada una, a cada uno, contribuir a construir esa identidad y ese relato de Europa. O una Europa fragmentada y en la que la economía es el único motor que nos lleva, o una Europa unida, hecha de diferentes culturas y naciones que son capaces de trabajar juntas, unidas por valores compartidos.
Esta reflexión sobre Europa es aplicable también a las naciones y Estados que la forman. O construimos identidad y relato, o lo destruimos. Viene un otoño electoral y contemplo con preocupación cómo el caso griego se ha convertido en el ejercicio para calentar motores de unos y otros.
España necesita de los mismos ingredientes que Europa, y puede someterse a los mismos procesos de construcción o destrucción de su identidad y de su relato. Solo quien busque réditos electorales a corto plazo jugará a dividirnos por territorios o capas sociales. Quien quiera construir a largo plazo debería tener un discurso diferente. Un discurso que construya una identidad cohesionada, integradora de diferentes y un relato comprometido con los grandes retos que afronta Europa y el mundo. Saquemos el candil y busquemos, como el griego Diógenes, a las personas honestas.
Guillermo Dorronsoro es decano de Deusto Business School