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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una Europa fuerte, pero pragmática

Europa hizo patente ayer de forma oficial su disgusto ante el resultado del referéndum en Grecia al recordar que el pulso del Gobierno heleno no ha reducido, sino ampliado, la distancia entre el país y la zona euro. El vicepresidente de la Comisión Europea, Valdis Dombroski, anunció que el no gritado de forma contundente por el pueblo griego ha colocado a Atenas ante un “futuro incierto”, además de “debilitar” la posición negociadora del Gobierno de Alexis Tsipras y hacer las conversaciones “más difíciles”. Pese a las declaraciones grandilocuentes del Ejecutivo heleno –quien ha insistido en asegurar que la consulta popular demuestra la imposibilidad de “chantajear” la democracia– la posición de Atenas es hoy peor que antes del referéndum y su capacidad negociadora resulta sustancialmente menor.

El gesto del Gobierno griego de ofrecer en bandeja la cabeza de su ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, y nombrar un sustituto de perfil más moderado –Euclid Tsakalotos– hace pensar que Tsipras tiene claro lo que debería resultar a todas luces obvio: que Grecia no tiene futuro alguno fuera del euro y que resulta obligado y urgente retomar un diálogo que desemboque en la resolución de la crisis. Los líderes políticos griegos, con excepción de comunistas y neonazis, dieron ayer un mandato al Gobierno para negociar de forma inmediata en Bruselas y calificaron la opción del acuerdo como una vía “de sentido único”. Más aún cuando el problema griego es un foco de tensión financiera y política en Europa que afecta no solo al país heleno, sino a todos sus socios en la región, pero cuyo enquistamiento resulta incomparablemente más dañino para Atenas que para la zona euro. El reloj corre en contra de la población griega y, por tanto, de su Gobierno, que ayer se vio obligado a prorrogar el corralito. Ello supone un factor de inestabilidad social y política serio, dado el duro efecto que una medida de esa naturaleza provoca en la población.

A todo ello hay que unir que la negativa, pero moderada, reacción de los mercados ayer en Europa constituye la mejor prueba de que la capacidad destructiva de un eventual Grexit no tiene en este momento nada que ver con la que habría tenido hace tan solo unos años. Pese a todo, Bruselas debe hacer un esfuerzo por conjugar dos necesidades y objetivos que resultan igualmente importantes. El primero es buscar una solución que conserve la integridad política, económica y financiera de la zona euro, lo que implica mantener a Atenas dentro de la región. Y el segundo es que esa solución no corra el riesgo de ser percibida bajo ningún concepto como un mensaje de debilidad. O lo que es lo mismo: Europa tiene que resolver el conflicto, pero no a cualquier precio. Tan importante como el propio acuerdo es que la eurozona deje claro que no es una endeble construcción susceptible de ser doblegada por uno de sus socios. Como recordó con acierto la semana pasada la canciller alemana, Angela Merkel, en último término la cuestión griega no es tanto un problema de dinero como de exigir el cumplimiento de los acuerdos y el respeto a la palabra dada.

Unos acuerdos que deben, sin embargo, ser pragmáticos y contar con un margen de flexibilidad suficiente como para ser aprobados por Grecia, que ha cambiado sustancialmente sus requerimientos. El acuerdo alcanzado entre Tsipras y las principales fuerzas políticas anticipa ya la necesidad de un tercer rescate –técnicamente no existe otra solución– que permita al país solventar sus necesidades de financiación y contar con un programa de inversión suficiente como para sustentar el crecimiento y el empleo. Pero la exigencia de una reestructuración de la deuda se ha visto sustituida por un “compromiso” que permita comenzar un debate profundo con vistas a resolver “el problema de sostenibilidad de la deuda griega”. A ello hay que sumar que Atenas ofrece como punto de arranque de la negociación la carta del pasado 30 de junio, en la que aceptaba la última oferta de la troika. Todo ello parecen mimbres suficientes como para avanzar hacia una solución que corte de una vez por todas el nudo gordiano que atenaza no solo a Grecia, sino al resto de Europa.

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