Donald Trump o el show de cada campaña
Aspira a ser el candidato republicano a las elecciones presidenciales de EEUU
La inmigración siempre ha caracterizado a EE UU desde su fundación. Su sociedad se fue conformando con la llegada masiva de personas, en el inicio principalmente europeas, que buscaban allí la prosperidad que se les negaba en sus países de origen. Esto acabó definiéndose como el sueño americano, el de una tierra de oportunidades que recompensaba el esfuerzo por progresar. Siempre, eso sí, ganado con trabajo duro y una buena dosis de ambición. Por muy humilde que fuera el pasado del ciudadano, su porvenir estaba garantizado siguiendo esas claves. El multimillonario Donald Trump (Nueva York, 1946), nieto de inmigrantes alemanes, ha sido señalado durante muchos años como ejemplo de ese sueño americano, algo que se acentúa aún más si de por medio hay una bancarrota. EE UU, dicen, también es la tierra de las segundas oportunidades.
Trump anunciaba esta semana que aspira a ser el candidato republicano a las elecciones presidenciales de 2016. No es la primera vez, como tampoco habrá novedad si finalmente renuncia. El empresario que amasó una fortuna gracias al negocio inmobiliario, quebró, y no tardó en rehacer su riqueza, ha tenido su semana de exposición en todos los medios, como buena estrella televisiva que es, llevando al extremo aquella premisa de “que hablen de mí, aunque sea mal”. El lema de campaña es Hacer grande de nuevo América. En su rueda de prensa de presentación afirmó que “el sueño americano está muerto”, pero que con él “será mejor, más grande y más fuerte que nunca”. Y no dudó en una de sus grandes afirmaciones de la noche: “Soy realmente rico”. Después, comenzó la serie de insultos a la vecina México:“Traen drogas, son violadores, y algunos supongo que serán buena gente”.
Donald Trump encarna todo lo que demanda el sector del entretenimiento en EEUU:un discurso controvertido, acompañado de una puesta en escena como corresponde a una gran fortuna, inversiones llamativas y, sobre todo, mucho apetito por la cámara. El lado más mediático de Trump solapa lo que en sus inicios fue la historia de un empresario ambicioso que consiguió su gran objetivo, convertir el negocio familiar en la inmobiliaria más importante de EEUU.
Porque Trump aprendió a manejarse en el mercado de la mano de su padre, hijo de inmigrantes. El abuelo llegó a América en 1885 como Friedrich Drumpf, nombre que sustituyó por Frederick Trump. Levantó un restaurante en Alaska, que vendió con el cambio de siglo.Volvió a Alemania, se casó y en 1905 retornó a Nueva York, donde nació el padre de Donald, Fred. Este comenzó en el negocio inmobiliario con apenas 15 años. Su madre tenía que firmarle los cheques. Con el paso de los años, Fred Trump se convirtió en uno de los promotores inmobiliarios más importantes de Nueva York, aunque, a diferencia de lo que haría después su hijo, lo hizo a través de viviendas para las clases medias de los barrios de Queen’s y Brooklyn, que cambiaron de forma destacada su aspecto. Se calcula que Fred Trump, que murió en 1999, alcanzó una fortuna de 400 millones de dólares, aunque siempre bajo un criterio de austeridad, haciendo trabajar y estudiar a sus cinco hijos.
Y eso hizo Donald, un niño hiperactivo al que sus padres inscribieron en una academia militar con la esperanza de canalizar esa energía hacia fines positivos. Allí se mostró como un alumno aventajado, graduándose con honores, aunque, como se ha visto luego, no logró aplacar su ímpetu. Después ingresó en la Universidad de Fordham, en la misma Nueva York, a lo que le siguió su graduado en la Wharton School, perteneciente a la Universidad de Pennsylvania y que impartía formación específica sobre el sector inmobiliario.
Trump comenzó en la empresa familiar, pero pronto se dio cuenta de que su ambición sobrepasaba la de su padre. Él no quería ser el rey de Brooklyn. Quería ser el dueño de Manhattan. Su primer éxito fue comprar el Hotel Commodore, quebrado en 1977. Aprovechó una exención fiscal para edificios antiguos, lo remodeló y lo convirtió en el Hotel Hyatt. Después vinieron la Trump Tower, que sigue siendo la enseña de la Trump Organization, la inversión en casinos en Atlantic City, la compra del emblemático Hotel Plaza o incluso una aerolínea propia. En 1992 llegó la quiebra, y a partir de ahí, la reconstrucción, con la misma receta:hoteles y casinos, combinados con la compra del concurso Miss Universo o su inversión en la lucha libre americana, el llamado pressing catch. Pero su punto álgido llegó en 2005. La NBC le puso al frente del programa The Apprentice (El Aprendiz), un reality en el que tutelaba a emprendedores de todo EEUU. El ganador entraba en la empresa de Trump y aspiraría a ganar una fortuna, como Donald. Sus dotes para la televisión convirtieron el formato en un éxito, que se expandió por todo el mundo.
Él afirma que su fortuna supera los 8.000 millones de dólares. Forbes la calcula en algo más de 4.000, y reconoce que lleva 30 años intentando calcular la cantidad exacta sin éxito, debido a que el empresario siempre engorda la cantidad final. Trump, que se ha casado tres veces y tiene cinco hijos, no sería el primer multimillonario en aspirar a la Casa Blanca. Ross Perot, un magnate de la electrónica, también superaba los 4.000 millones de fortuna en 1992 y 1996. La de Mitt Romney, candidato republicano en 2012, se situaba en 200, y la de la familia Clinton, los 100. Ellos sí llegaron a la cita con las urnas. A Donald Trump le queda enfrentarse con su audiencia.