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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una solución a Grecia dentro de la eurozona

La enésima ruptura, esta vez el pasado domingo de las negociaciones para el rescate de Grecia ha vuelto a desatar turbulencias financieras e institucionales en la zona euro. El fracaso del diálogo entre el Gobierno de Alexis Tsipras y sus acreedores para llegar a un acuerdo antes del próximo vencimiento de pago que debe afrontar Atenas –a finales de este mes– hundió ayer la deuda helena, provocó pérdidas en los parqués y disparó las primas de riesgo en Europa. El Ibex cedió un 1,71%, hasta mínimos de febrero, y el interés del bono español a diez años se incrementó hasta el 2,41%. Las ventas en los selectivos y la caída de la rentabilidad del bund alemán, en contraste con las subidas en el resto de la deuda europea, evidenciaron de forma indiscutible la incertidumbre y volatilidad que está generando en los mercados el enquistamiento del conflicto.

 Lo sucedido ayer refleja el creciente temor de los inversores ante la perspectiva de un impago por parte del Ejecutivo de Tsipras y de una hipotética salida del país de la zona euro. Una posibilidad que ha dejado de ser tabú no sólo en los mercados, sino también en el propio lenguaje político europeo. El abierto intercambio de acusaciones realizado ayer entre Bruselas y Grecia sobre los datos de la negociación demuestra la tensión a que han llegado ambas partes, pero también constituye una evidencia de que Europa no teme ya resquebrajarse por discutir públicamente sobre un escenario político que incluya la salida de uno de sus miembros. La Comisión Europea cifraba ayer la ruptura del diálogo en una diferencia de apenas 2.000 millones de euros –algo más del 1% del PIBgriego– frente a un Ejecutivo griego que eleva esa cifra al doble y sigue acusando a la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) de exigir unas condiciones inaceptables para el país.

Pese a la acritud del lenguaje utilizado por Atenas y Bruselas, parece evidente que forzar un Grexit no beneficiaría a ninguna de las partes, pero especialmente al país heleno, cuya situación económica empeoraría dramáticamente fuera de la zona de confort europea. Como recordaba ayer el presidente del BCE, Mario Draghi, Atenas ha recibido desde 2010 casi medio billón de euros en financiación; una inyección de recursos que incluye préstamos, desembolsos a fondo perdido, fondos comunitarios y quitas. Se trata de una cantidad lo suficientemente relevante como para exigir a Grecia una hoja de ruta de reformas que resulte creíble, pero también para flexibilizar y facilitar en lo posible el cumplimiento de estas por parte del país. La advertencia realizada ayer por el presidente del BCE de que el conflicto está entrando en “un territorio desconocido” debería servir de seria advertencia a Atenas, pero también templar los ánimos negociadores de la propia zona euro.

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