Las urnas y el debate del euro
´Europa parece sufrir una suerte de abulia intelectual respecto a las propuestas económicas que han de guiar su futuro y el de los Estados miembros. La eurozona es el corazón más vulnerable de esa desgana y solo recientemente parecen surgir propuestas que pueden convertirse en un asidero para relanzar la deprimida macroeconomía y, sobre todo, para volver a convertirse en un referente en el escenario global. Entre ellas, los tratados de libre comercio con Estados Unidos y otras áreas geográficas o la apuesta por la digitalización y la innovación. Son opciones que se han manejado durante algún tiempo y que no se ha sabido o podido encauzar. Luego, la crisis dejó esas cuestiones de altura en un segundo plano por las urgencias de corto plazo. En el trasfondo, se trata de pensar en la competitividad del euro y la de sus integrantes. Algunos de ellos parecen dispuestos a ampliar sus opciones de éxito en este contexto con las necesarias reformas e inversiones, aunque tampoco es que haya una voluntad desmedida y ejemplar. Otros parecen tener bastante con mirar al corto plazo. Algunos se alejan de las reformas de manera casi deliberada, como si lo importante fuera mantener a ultranza un estado de bienestar tan admirable como difícilmente sostenible a largo plazo en las condiciones actuales.
En España, pareciera que este debate sobre el euro haya sido hurtado. Así se desprende de buena parte de las propuestas electorales de los partidos políticos en este año de cuasi constante campaña.
En el fondo, todas las propuestas económicas que se han hecho se sitúan en dos bandos: uno en el que la pertenencia al euro es fundamental y otro en el que se sugieren medidas contrarias a la disciplina de una unión monetaria. Ese es el gran debate de las propuestas económicas en la Europa periférica tras lo peor de la crisis de la deuda soberana. En esta fase posterior a ese proceso agudo del riesgo soberano (de 2010 a 2013), las propuestas que se ven son, en el fondo, a favor del euro o en contra del euro. Afianzar la consistencia de la moneda única o seguir caminos separados. Apostar por la competitividad conjunta o creer (algo bravuconamente) que hay oportunidades en el camino en solitario.
Ya se comprobó en Grecia, aunque ahí el debate está malogrado por muchas razones. En el país heleno, los grandes favoritos –y, a la postre, vencedores de las elecciones– se afanaron en desmentir que su elección fuera en contra del euro. Varios meses después, es evidente que la gran disyuntiva es esa. Incluso aunque se alcance un acuerdo para Grecia, será un nuevo parche de largo plazo porque nada hemos sabido de que haya flexibilidad en las posturas. Los que apuestan por la salida de Grecia de la moneda única van a mantener esa opinión a menos que suceda algo más que una nueva patada a seguir. En otros países europeos –que no se encuentran aún en el nivel de tragedia griega– el dilema es algo más sutil pero muy peligroso.
En esta fase posterior al proceso de riesgo soberano, las propuestas son a favor del euro o en contra
En España, por ejemplo, cuestiones que a cualquier ciudadano le hubieran parecido razonables hace años –modernizarse, innovar, aumentar la competitividad, regenerar y relanzar el modelo productivo– van a acabar por volverse impopulares a medida que parte de las fuerzas políticas los asocian a duras e innecesarias reformas. Un gran error. Incluso los que más fervorosamente se sitúan en el lado del euro, parecen esconder en ocasiones con cierta vergüenza la necesaria persecución de mejoras de competitividad. Lo peor es que se prodiga la propuesta que impone gasto sin explicar el ingreso. O, en algunos casos, medidas que irían contra la estabilidad del euro.
Los ciudadanos deberíamos entender que parte del roto de nuestro bolsillo empieza por la ciudad donde vivimos
No se trata de rendirse al dictado de Europa. Más bien al contrario. Algunas de las propuestas e imposiciones que vienen de Bruselas no son precisamente ecuánimes, acertadas o coherentes temporalmente. Así, por ejemplo, la consolidación fiscal parece tener un sentido distinto si se trata de Francia o de España, o el proteccionismo de sectores de servicios y de la industria parece más respetable si lo ejerce Alemania que si lo hace otro país. Liderar es lo que hace falta. Creer incluso hoy, con un bochornoso desempleo, que España puede tener un día una voz mucho más importante en la UE de la que tiene ahora.
Tras estas elecciones municipales y regionales, se puede reflexionar, por ejemplo, sobre la eficiencia de estas administraciones. O sobre la objetividad de sus inversiones y concesiones en contratos públicos, que han sido puestas en entredicho por su falta de rigor y transparencia estos días por el Consejo Europeo. También deberíamos entender los ciudadanos que parte del roto de nuestro bolsillo empieza por la ciudad o comunidad autónoma en que vivimos. Que la salud de las finanzas de las administraciones territoriales es parte de nuestro futuro y el de nuestros hijos. No son cuestiones ajenas, aunque así haya parecido en muchas ocasiones. Que la corrupción ahuyenta las inversiones. Que el clientelismo es pan para hoy y hambre para mañana. Todos ellos, temas locales con una clara lectura (para mejorar) en el contexto europeo.
Santiago Carbó es catedrático de Economía de la Bangor Business School (Reino Unido) y de la Universidad de Granada e investigadorde Funcas