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Columna
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Las fallidas encuestas británicas

El retorno de David Cameron al 10 de Downing Street la semana pasada sacó colores a los encargados de las encuestas en Reino Unido. En vísperas de las elecciones generales del jueves, casi todas las encuestas hablaban de un empate entre los Conservadores y el Partido Laborista, en ningún caso cerca de una mayoría en la Cámara de los Comunes, de 650 escaños. Todo cambió con una encuesta a pie de urna encargada a un canal de televisión y hecha pública al terminar la votación, que predecía 316 escaños para los Conservadores, mucho más cerca de una victoria absoluta de lo esperado, y 239 para los Laboristas. El resultado final –331 a 232– fue aún más extremo.

Un posible defecto en los sondeos fue la mentalidad de rebaño. Damian Lyons Lowe, fundador de la firma Survation, asegura que no se atrevió a publicar las cifras que mostraban una gran ventaja conservadora basándose en encuestas telefónicas el miércoles pasado. Los resultados parecían demasiado “fuera de línea”. Pero las salidas extravagantes no deben desestimarse.

Antes de las elecciones en Reino Unido, casi todos los sondeos hablaban de empate entre Conservadores y Laboristas

La encuesta de Survation puede encajar con un cambio muy tardío para los tories. En retrospectiva, sin embargo, se han planteado cuestiones sobre las discrepancias entre las encuestas telefónicas y online, tímidos conservadores que no estarían dispuestos a declarar su intención de voto, y otras explicaciones posibles. Anthony Wells, de YouGov, señala la necesidad de examinar cómo los investigadores eligieron sus muestras y valoraron la probabilidad de lo que en realidad votarían los encuestados evaluados.

Si una investigación de la industria tocara estas áreas, sugeriría que hay poco escepticismo acerca de los modelos que convierten los datos de las encuestas en proyecciones nacionales.

Incluso Nate Silver, el vidente casi perfecto de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2008, pasó por alto el resultado Reino Unido. Ben Lauderdale, de FiveThirtyEight, sugiere que los límites de confianza en los resultados electorales se fijaron demasiado ajustados dada la experiencia de 1992 y el atípico gran número de partidos políticos que estaban involucrados la semana pasada.

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