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Columna
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La salida de HSBC de Londres está lejos

Que HSBC abandone Londres está lejos de ser un hecho. El banco de los mercados emergentes con sede en Reino Unido empleó deliberadamente una declaración realizada antes de su junta anual de accionistas el viernes para comunicar que está buscando activamente un lugar mejor para establecer su sede.

Las razones probablemente son más claras de lo que han sido nunca y la reciente exposición pública del presidente Douglas Flint y el consejero delegado Stuart Gulliver por la evasión fiscal en su banca suiza habrá afectado a las mentes internamente. Pero no está en absoluto claro nada de lo que realmente va a suceder.

Hablar de redomiciliación de los bancos del Reino Unido puede parecer a veces más relacionado con asustar al gobierno y a la Autoridad de Regulación Prudencial para que cambien sus políticas hostiles. Trasladarse a otros lugares ha sido una amenaza recurrente prácticamente desde la crisis financiera, aunque ninguna institución importante ha dejado Reino Unido. Pero existe una intención auténtica tras las palabras y en el caso de HSBC esa intención está siendo liderada por los accionistas, según explicó una persona familiarizada con la situación.

Está bastante claro por qué. La probable carga de 1.500 millones de dólares (unos 1.380 millones de euros) en 2015 por parte de la recaudación fiscal de Reino Unido en los balances bancarios de HSBC significa que esta cantidad casi se ha triplicado desde 2011. Representó el 8% de los beneficios antes de impuestos de 2014. La recaudación sobre el total mundial de las ganancias después de impuestos es particularmente irritante para un banco que hace la mayor parte de su negocio en el extranjero.

Trasladarse a otros lugares ha sido una amenaza recurrente de los bancos desde la crisis financiera

Si el Partido Laborista de centro izquierda gana las elecciones del próximo mes de mayo, esa carga podría incrementarse, lo que agravaría el coste de 1.000 a 2.000 millones de libras (de 1.400 a 2.800 millones de euros) y las normas implicarían que el brazo minorista británico de la entidad tendría que ser capitaneado por una junta directiva separada.

Una gran cantidad de cuestiones regulatorias menos obvias podrían cambiar si HSBC centra su base fuera de Londres y, por extrapolación, de la Unión Europea. El llamado régimen de alta dirección británico podría ver a ejecutivos encarcelados por mala conducta. El límite de la UE a las primas hace que los negocios de HSBC en los mercados sean menos competitivos en comparación con sus rivales de Estados Unidos. Además las reglas globales potencialmente onerosas sobre la deuda que puede ser objeto de bail-in no se aplican a muchos bancos de mercados emergentes.

Sin embargo, las alternativas realistas de residencia para HSBC son casi nirvanas. El descontento popular en la nueva ubicación más probable, Hong Kong, es preocupante, y su estatus especial dentro de China terminará en 2017. La tasa del impuesto de sociedades del 16,5% en Hong Kong es menos atractiva ahora que el equivalente de Reino Unido se sitúa en el 21%, por debajo del 30% de 2007.

Shangai, por su parte, sería un hogar extraño para un banco global ya que siempre ha tenido una cuenta de capital cerrada. Singapur suele parecer una opción para su rival Standard Chartered, pero de ir allí –o a cualquier lugar que no sea chino– se envenenarían sus relaciones de suma importancia con la República Popular de China. Ir a cualquier parte implicaría costes sustanciales de reubicación. Las autoridades de cualquier nuevo hogar también tendrían que ser persuadidas para apoyar el balance general de HSBC –que ahora tiene un valor de 2,6 billones de dólares– en cualquier crisis futura.

Los costes regulatorios, económicos y de reputación de estar en Londres han aumentado claramente. Pero las alternativas realistas de HSBC –Hong Kong y Shangai–conllevan grandes riesgos. La mejor opción de HSBC puede ser presionar a favor de una reforma de la tasa bancaria del Reino Unido, desplegando el argumento lógico de que se animaría a quedarse para ayudar con otra política británica –incentivar las empresas chinas a hacer negocios en Reino Unido–. Más que nunca, la decisión pende de un hilo.

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