2.400 millones de historias positivas
Ir al colegio o a trabajar son hábitos básicos que muchas personas solo pueden hacer desde que accedieron al agua hace poco más de una década. Hoy, el 89% de la población dispone de este recurso.
Algo en apariencia cotidiano, como ir al colegio, millones de niñas en el mundo solo lo pueden hacer desde hace poco más de una década. Y es gracias a la posibilidad de tener agua disponible y en buen estado, que en los países desarrollados se da por hecho. Ellas, las mujeres y los niños son los primeros que se benefician de lo que en los despachos de Naciones Unidas llaman Objetivos del Milenio, ocho metas que la ONU se fijó hace 15 años para lograr en 2015; asuntos tan básicos como erradicar la pobreza extrema, reducir la mortalidad infantil, combatir el sida o lograr la enseñanza primaria universal.
Uno esperaría, visto el alcance de semejante tarea, lentísimos avances. Pero, en materia de agua y como sorprende Josefina Maestu, directora de la Oficina de Naciones Unidas para la Década del Agua, en Zaragoza: “Los resultados han sido increíbles, se ha dado un salto cualitativo impresionante, nadie habría pensado en lograrlo, pues se trata de acuerdos voluntarios”.
Esta experta se refiere a que el 89% de la población mundial ahora tiene acceso a fuentes de agua seguras, un 24% más que en el año 2000, cuando arrancó la campaña de los Objetivos del Milenio. Detrás de estas frías cifras hay 2.400 millones de historias, tantas como las personas que desde hace algo más de dos décadas han ganado acceso al agua: niños menores de cinco años que escapan a la muerte por una simple diarrea al beber agua contaminada o mujeres que ya no tienen que caminar decenas de kilómetros hasta encontrar un pozo.
En 15 años, el acceso a fuentes seguras ha aumentado un 24%, un salto cualitativo, según la ONU
Ahora bien, en esta lenta batalla contra este anacronismo, no todos están saliendo parados por igual. Hay países como China, donde la riqueza medida en términos de PIB ha crecido a un ritmo del 9,4% anual entre 2007 y 2014 —los mismos años de la Europa de la crisis—, que han avanzado mucho más rápidamente que los estados del continente africano. Para Maestu, esto “es normal. Lo que se podía hacer era más fácil porque ya hay clase media que vive en zonas urbanas, así que lo que se ha hecho es ampliar los servicios, aunque queden muchas cosas pendientes”.
Paradójicamente, allí donde Pekín se ha convertido en uno de los mayores inversores mundiales, África está al 50% de los 745 millones de personas en el mundo que aún no tienen agua. En Níger, Congo y así hasta los 47 países del África subsahariana, “apenas se ha hecho ningún progreso”, como sentencia el último informe de 2014 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y Unicef, los dos organismos al frente de los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas.
La peor cara: África
Cólera, hepatitis o fiebre tifoidea son algunas de las dolencias más frecuentes en esta región donde el estado del agua muestra su peor cara y es aún la principal causa de enfermedad. Eso sí, como precisa Cristian Casademont, experto de Médicos sin Fronteras: “Cuando sí se tiene, la situación cambia de forma radical. No solo remiten dolencias como la diarrea, que es la segunda causa de muerte de niños menores de cinco años, sino afecciones derivadas de la falta de agua, como la dermatosis”.
Desde la OMS reconocen que la acción pública es fundamental para lograr que los ciudadanos tengan este bien básico. Sin embargo, hay otra actuación muy importante por delante: seguir el rastro del dinero. Nathalie André y un equipo de la OMS lanzaron a 94 países incluidos en los Objetivos del Milenio varias preguntas sobre para escrutar qué hacen los Gobiernos con la ayuda internacional que reciben o con sus propios recursos. ¿Con qué fin? “La financiación del agua es muy opaca, y si no sabes en qué gastas el dinero, es muy difícil progresar”, asegura esta experta.
Una cuestión que podría plantearse perfectamente en cualquier país industrializado. Y que ha permitido saber que Etiopía o Ghana, dos economías africanas paupérrimas, son las que más esfuerzos están haciendo por desarrollar una verdadera política de agua. Como concluye André, “no es solo una cuestión de disponer de medios, sino también de voluntad de cambiar”.
Tres en uno
La vida no solo cambia por tener acceso al agua sino por lograr que llegue en buen estado. O sea, por el saneamiento, que Josefina Maestu, de la ONU, describe como “el hermano pobre del agua”. Hasta 2.500 millones de personas no tienen acceso a él. Y de nuevo, tras los números, aparecen las vidas de chicas que se quedan en casa sin ir a clase cuando tienen la menstruación por no disponer de un espacio privado, un baño, donde poder asearse; o el problema de salud pública que está generando que multitud de chinos e indios sigan defecando hoy al aire libre, un hábito que no ha desaparecido por mucho que hayan dejado el campo en busca de una oportunidad en la ciudad. El sureste asiático concentra dos tercios de esta práctica que la ONU quiere que desaparezca en el año 2025.
Como incide la experta Nathalie André desde Ginebra, sede de la OMS: “El agua, el saneamiento y la higiene deben ir juntos. En muchos países, aunque ya tengan agua y letrinas, luego no se lavan las manos y se llevan la contaminación consigo”. Este pack mortal supuso 842.000 muertes en 2012 y representa el 58% de los fallecimientos por diarrea, según el organismo.