Un programa económico inviable
La primera reunión del nuevo Gobierno griego no ha podido ser más clarificadora respecto a la hoja de ruta que el primer ministro, Alexis Tsipras, quiere aplicar en Atenas. Un programa económico que incluye, como primeras medidas, un salario mínimo profesional de 751 euros –frente al actual de 586 euros–, la restitución de la paga de Navidad para los jubilados con pensiones bajas, la readmisión de empleados públicos despedidos por el Gobierno anterior y la paralización de los procesos de privatización de algunas empresas estatales. Con estos mimbres populistas, pero totalmente inviables para las cuentas del país, Syriza inicia una andadura que de no moderarse traerá quebraderos de cabeza al conjunto de la zona euro.
El discurso del primer ministro griego produjo ayer un nuevo desplome de la Bolsa de su país –la banca acumula ya pérdidas por el 44% de su valor en solo tres días– en una jornada en la que se registró un cierto efecto contagio al resto de las economías europeas a través del sector financiero. El Ibex 35, por ejemplo, cedió un 1,34%, debido al peso de la banca en el selectivo, mientras el programa de compra de bonos anunciado la semana pasada por el BCE servía de protección a la deuda soberana, que acusó solo ligeramente el terremoto griego.
Más allá de las marejadas en los mercados, el programa económico que Grecia ha puesto sobre la mesa constituye un desafío en toda regla a la troika. No sólo por el anuncio de unas medidas cuya factura Atenas no puede pagar y que repercutirán en el abultado déficit del país, sino por el propio lenguaje de Tsipras. En un ejercicio de arrogancia política que no se corresponde con el estado financiero de la economía que gobierna, el líder de Syriza anunció que Grecia no provocará un choque de “destrucción mutua” con la zona euro, pero tampoco seguirá con “la política de sumisión”. No es una actitud razonable para comenzar un mandato político complejo y en el que el primer ministro griego no solo tendrá que negociar con la UE, sino que tendrá que hacerlo en posición de debilidad. El desastre griego puede convertirse en un problema serio para la zona euro, pero no hay duda de que Grecia necesita más a Europa de lo que Europa necesita a Grecia. Una evidencia que Tsipras haría bien en trasladar pronto a su electorado en lugar de realizar promesas que muy difícilmente podrá cumplir.
Atenas necesita movilizar inversión pública para insuflar vida a su paralizada economía, pero esa inversión debe ser financiada con recursos solventes, como los que la Unión Europea pondrá al servicio del Plan Juncker. Al tiempo, Europa debe dejar bien claro a Tsipras que la renegociación de la deuda de Grecia puede pasar por alargar plazos, pero no por condonar deudas. Solo a partir de esas dos premisas se puede empezar a trabajar.