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Tribuna
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¿Por qué no somos competitivos?

Casi diariamente escuchamos comentarios sobre la necesidad de elevar el nivel de competitividad de nuestras empresas, de nuestro país. Y estos siempre terminan tratando de precios, innovación o de abaratar la mano de obra como condición clave para alcanzar el aspirado crecimiento en competitividad (craso error, por su simpleza).

Analicemos el problema con seriedad y profundidad. En el The Europe 2020 Competitiveness Report 2014 del World Economic Forum se habla de dos índices: el índice global de competitividad y el índice de competitividad Europa 2020, siendo este último relacionado con la Estrategia Europa 2020 que la Comisión Europea definió en 2010 para marcar las directrices que los miembros de la UE deberían atender en sus actuaciones con el fin de aumentar su nivel de competitividad.

El índice global de competitividad contempla 12 factores diferenciados en tres grupos. El primer grupo comprende los cuatro factores que definen el subíndice de requisitos básicos para la competitividad: instituciones, infraestructura, entorno macroeconómico, sanidad y educación primaria. Son los básicos y, diría yo, los que señalan los mínimos a atender por cualquier país para acrecentar su competitividad.

En el segundo grupo, denominado subíndice de habilitadores de la eficiencia encontramos seis nuevos factores: educación superior y formación, eficiencia de los mercados de productos, eficiencia del mercado laboral, desarrollo del mercado financiero, madurez tecnológica y tamaño del mercado. Estos factores también inciden de manera categórica y decisiva, aunque indirecta, en la competitividad.

Y, por último, la sofisticación de los negocios y la innovación son los factores que conforman el tercer grupo de factores que definen el índice global de competitividad, el grupo denominado subíndice de los factores de innovación y sofisticación.

El índice de competitividad Europa 2020 de la UE también contempla tres grupos de factores, que dan lugar a tres subíndices.

El subíndice de crecimiento inteligente tiene como objetivo medir el grado en que los países europeos están desarrollando economías basadas en el conocimiento y la innovación, a través de los siguientes cuatro factores: el entorno empresarial, la educación y la formación, la agenda digital y la innovación.

El subíndice de crecimiento inclusivo expresa el grado en que cada miembro de la sociedad puede contribuir y beneficiarse del desarrollo de la UE a través de dos factores, uno que mide las condiciones del mercado laboral y de empleo, y el otro el nivel de la inclusión social.

El subíndice de crecimiento sostenible se compone de un solo factor, la sostenibilidad medioambiental, midiendo el grado de la preservación de un medio ambiente libre de contaminación y en qué medida este contribuye a la competitividad nacional.

Si algunos de los expertos prefieren el marco clásico de estructuración en cuatro bloques de los factores que determinan la competitividad de un país, aquí están: desempeño económico (economía doméstica, comercio exterior, inversiones internacionales, precios, empleo); eficiencia gubernamental (financiación pública, política fiscal, marco institucional, marco social, legislación empresarial); eficiencia empresarial (productividad y eficiencia, mercado laboral, finanzas, estilos de gestión empresarial, actitudes y valores); e infraestructura (básica, tecnológica, científica, educación, sanidad y medioambiente).

Da igual qué marco de los tres arriba referidos tomemos a la hora de tratar el tema de la competitividad del país: es evidente que pocas veces, por no decir nunca, aparecen conocedores del tema en las tertulias y debates entre analistas en los medios de comunicación. Y lo realmente temible es que tampoco abunda la pericia entre las filas de los gobernantes o instituciones públicas cuya misión es actuar en los ejes correctos para que España sea realmente un país competitivo.

Convertirse en un país competitivo no es una labor de simple sentido común. Es el resultado de:

1) Entender profundamente todos y cada uno de los factores que influyen en la competitividad.

2) Analizar sus interdependencias, evidentes y ocultas.

3) Identificar las palancas maestras y de mayor impacto sistémico para iniciar la ejecución de un plan integral y multidimensional sobre la competitividad del país.

4) Por último, y nada trivial, asegurar el seguimiento y control escrupuloso y metódico para que dicho plan se ejecute correctamente, así como actualizarlo sistemáticamente para que la evolución ineludible de los mercados y de la sociedad no lo torne desfasado. Concluyendo diría que cuanto más seamos los que conozcamos el grado de complejidad que encierra el tema de la competitividad de un país, más seremos los que rechazan esa simpleza a la que me refería al principio del artículo. Y sabremos que para que aumente la competitividad de España (entiéndase, de sus empresas, pequeñas, medianas y grandes), hará falta hablar (y sobre todo, hacer) no solamente de la prima de riesgo, las exportaciones y de bajar los precios a través de abaratar mano de obra y costes laborales.

Sabremos que para llegar a ser competitivos de verdad (y no de discurso), el Gobierno debe, y puede, empezar por mejorar la propia eficiencia gubernamental, uno de los bloques de mayor peso de los marcos arriba especificados. ¿Cómo? Revisando y mejorando la financiación pública, la política fiscal, el propio marco institucional, la legislación empresarial, el mercado laboral, las infraestructuras tecnológica y científica, la educación, la sanidad y el medioambiente (entre otros). Son factores cardinales según los modelos estructurales expuestos al principio, y su mejora es clave para que España incremente su nivel de competitividad en general, y sus índices oficiales de competitividad en particular.

Sonia Gógova es fundadora de Soluciones de Inteligencia Competitiva Aplicada/ ICAp y profesora en Masters de Inteligencia Económica de ICADE y UFV.

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