Los mercados esperan la artillería de Draghi
La cuenta atrás para la reunión del próximo jueves del BCE marcará el inicio de una semana en la que los mercados tendrán la vista puesta y fija en Francfort. A falta de una sorpresa de última hora, todo apunta a que Mario Draghi anunciará en la reunión un programa masivo de compra de deuda pública, el denominado quantitative easing (QE). Se trata de una intervención sin precedentes que demuestra, entre otras cosas, el firme temple que posee el presidente del BCE. Pese a que el Tribunal de Justicia de la UE respaldó la semana pasada a través de un dictamen preliminar la legitimidad del supervisor para realizar la intervención, la decisión de aprobar el QE no constituye una cuestión pacífica. Los mercados miran con ansia el programa, pero este cuenta con la oposición férrea del Gobierno de Angela Merkel y del Tribunal Supremo alemán, inmerso en un proceso que pretende dilucidar si la medida vulnera o no la Carta Magna del país. Aunque existe el riesgo de que el choque con Berlín pueda desencadenar un duro conflicto institucional, pocos dudan de que Draghi tiene ya la artillería lista para disparar.
Las razones que esgrime el presidente del BCE para impulsar la medida son poderosas y de sobra conocidas. Draghi anunció su intención de activar el programa de compra masiva de deuda ya en 2012 y desde entonces, esa posibilidad no ha dejado de planear en los discursos del italiano y sobre la propia zona euro. Hay dos grandes argumentos que justifican la adopción de la intervención: la persistente amenaza de una espiral deflacionista en Europa y las dificultades de la región para salir definitivamente de la crisis y alejar el riesgo de una nueva y peligrosísima recesión.
A ellos hay que añadir una tercera razón que ha sido reiteradamente señalada por el presidente del BCE: la incapacidad de los Gobiernos de la zona euro para aplicar reformas estructurales que agilicen los mercados europeos y saquen al Viejo Continente de su estancamiento. Esa parálisis, más la debilidad institucional de la Comisión Europea para liderar una salida coordinada a la crisis, han dejado a Mario Draghi como único brazo ejecutor dispuesto a hacer lo que el BCE pueda legítimamente hacer para insuflar oxígeno a la zona euro.
La reunión del organismo se celebra bajo la sombra de los comicios griegos, que tendrán lugar solo tres días después, y que plantean el interrogante de una posible renegociación del rescate de Atenas, especialmente si las urnas dan la victoria a Syriza. Otra cuestión que genera dudas respecto a la decisión de Draghi es cuál será la letra pequeña del QE. Si la histórica intervención, que podría alcanzar hasta un billón de euros, y que el BCE tiene la opción de repartir en dos intervenciones, se lleva a cabo de forma proporcional a la participación de cada estado en el capital de la entidad, el volumen potencial de bonos españoles adquiridos podría rondar los 120.000 millones de euros. Más allá de cómo se lleve a cabo ese reparto, no hay duda de que el nuevo escenario ofrecerá oportunidades a quienes quieran reordenar sus inversiones.
La volatilidad con la que ha iniciado el año la Bolsa y el entorno bajista del euro invita a mirar hacia todos los valores con exposición al dólar y hacia la deuda corporativa y gubernamental de países periféricos con vencimientos superiores a los cinco años. De confirmarse el jueves la aprobación del QE, compañías cotizadas que necesitan financiación, como algunas constructoras, así como el sector bancario, tras los buenos resultados de los test de estrés, son buenas opciones para invertir. En el caso de la banca, los analistas apuestan por BBVA, Santander, Caixabanc o Sabadell, entre otras opciones. La depreciación que ha experimentado el euro hace atractivas también a las empresas exportadoras y multinacionales; es el caso de Viscofán, Grifols, Telefónica, Inditex o Acerinox. Otras variables, como la caída del precio del crudo, apunta a valores como IAG o Amadeus. Más allá de la opción elegida, la esperada decisión del BCE apunta no solo a los mercados, sino hacia una economía europea que no termina de encontrar la receta para alimentar el crecimiento. Francfort puede ser un detonante de cambio, pero la solución exige una acción reformadora y decidida de los Gobiernos de la eurozona.