Ya llegan los Reyes: los riesgos de los incentivos
Ya llegan los Reyes es la versión española del anglosajón “Santa is coming to town” y en esta ocasión no me refiero al posible rally bursátil que apuntamos en octubre tras la esperada corrección y que parece va camino de confirmarse sino a otro asunto bastante más turbio. En mi opinión debería estar de plena actualidad en estos momentos al calor de la revelación por parte de técnicos del Banco de España de las numerosas y enormes irregularidades que se abrían cometido por muchos actores del mercado financiero en la comercialización de la salida a bolsa de Bankia. Se trata de los incentivos dinerarios concretos que en general reciben la mayor parte de entidades financieras y sus agentes o empleados por la “colocación” (término usado en el sector) de diferentes productos financieros.
En el nuevo escándalo de Bankia se han venido haciendo referencia principalmente a las diferentes relaciones de interés y connivencia entre gestores de la entidad, auditores, empresas asociadas y las propias entidades regulatorias. Si bien todo ello es de gran relevancia no lo es menos el tema de los incentivos ya que en buena medida ello se encuentra en la misma raíz del problema. Sin embargo, sorprendentemente, este tema capital vuelve a pasar desapercibido. Aún más grave es el hecho de que esta práctica, lejos de haber desaparecido, sigue en pleno apogeo como si la enorme crisis padecida por el sector y la sociedad no hubiera acontecido.
Un par de ejemplos debieran ilustrar el gran problema. En el gráfico de esta semana pueden observar entre otros el índice de Lipper que refleja la rentabilidad media del conjunto de fondos de inversión que tienen como política la inversión en bonos de alto rendimiento (“high yield” en su terminología inglesa). Estos son bonos emitidos por compañías cuyos balances, resultados y negocios no tienen la solidez suficiente para que puedan ser considerados de calidad como por ejemplo sí lo son los bonos de compañías de gran solidez como Nestle o Siemens por dar algún ejemplo. Así, aquellas compañías se ven obligadas a emitir bonos que pagan altos cupones y por tanto elevadas rentabilidades potenciales para ser capaces de atraer el interés de los inversores. Lógicamente su calidad crediticia es menor, es decir, la seguridad de que repagará al inversor el principal de los bonos y los correspondientes cupones o intereses no es tan alta. No estamos hablando necesariamente de compañías pequeñas o desconocidas sino que por ejemplo Pescanova y Abengoa (una con grandes pérdidas para sus bonistas y la otra con caídas e incertidumbre) se sitúan de lleno en este segmento de mercado. Vayamos ahora al núcleo del ejemplo y del problema.
Resulta que una parte significativa de esos bonos se comercializan por parte de muchos bancos y sociedades de valores entre clientes privados. A estos ahorradores se les hace llegar las supuestas excelencias de las compañías que emiten estos bonos y por supuesto los suculentos cupones que cobrarán durante la vida de los bonos que suele ser entre 3 y 5 años normalmente. Los intereses pueden superar actualmente el 5% anual fácilmente y llegar hasta el 8% o 9%. Lo que no se les dice es que por colocarle esos bonos de riesgo el agente o empleado y su entidad se están embolsando un 2% o más de la cantidad invertida, aparte de las comisiones de depósito, etc. de los bonos. No pocas veces ello se hace descontado ese 2% del precio del bono de forma que si el inversor acudiera al mercado abierto podría ver como la cotización o precio de dicho bono es mayor en ese porcentaje. Ahora imaginemos un empleado o agente que consigue colocar 100.000 euros de estos bonos a diez clientes. Un 2% de 1 millón de euros son unos jugosísimos 20.000 euros…
El segundo ejemplo es el de las salidas a bolsa u OPVs como la de Bankia hace unos años o muy recientemente la de Endesa. Las entidades colocadoras de las acciones de Endesa se llevaron de entrada un 2,1% del dinero invertido por los clientes más lógicamente todas las comisiones de intermediación, depositaria, cobro de dividendos, etc. que vayan generando en el tiempo. Los lectores se pueden imaginar dónde reside el interés de estos mal llamados asesores con las siempre costosas navidades a la vuelta de la esquina. Más aún, aunque no haya obligaciones de cantidades a colocar por las entidades, también se pueden imaginar la existencia de objetivos comerciales y presiones internas que nada tienen que ver con el interés o necesidades del ahorrador.
Este es el desolador panorama (o “modelo de negocio”) que se extiende en 2014 a lo largo y ancho del sector. Sólo un asesoramiento verdaderamente independiente y de calidad podría haber evitado o mitigado en gran medida el desastre de Bankia (y los que pueden estar por llegar) mediante la definitiva separación de comercialización y asesoramiento. Por ello es urgente que los reguladores - Banco de España y CNMV - atiendan su responsabilidad debida, se tomen el asesoramiento en serio y apliquen estrictamente la regulación MiFID II con la prohibición de los incentivos como ya han hecho algunos de los países más avanzados como Reino Unido, Holanda y otros.