El deporte nacional
Mi joven y sabia amiga María Jose, que nunca presume de su inteligencia y buen hacer, me dice que el fútbol no es ya el deporte nacional; ni el baloncesto, ahora tan de actualidad; o el tenis de Rafael Nadal, el bádminton de Marín o la natación de Mireia Belmonte. El único deporte nacional, remacha convincente, es la llamada “gimnasia de hombros”, ese movimiento que los españoles tenemos impreso en nuestro ADN y que –ante cualesquiera circunstancia, sea la que fuere– se manifiesta cuando nos encogemos de hombros repetidamente al tiempo que fruncimos el entrecejo. Algunas veces, el gesto se acompaña de frases parecidas a “no es mi problema”, “que lo hagan los que tienen que hacerlo” o “yo no soy responsable”... Y aquí paz y, después, gloria, que diría el clásico, para referirse a esa actitud tan hispana de escurrir el bulto y tratar de que respondan los demás. Me temo que tenemos difícil arreglo...
En esta época convulsa nos hemos olvidado de que la educación es un deber de toda la tribu
Por ejemplo, ahora que empieza el curso y a propósito de la educación, un preclaro hijo del Renacimiento, Michel de Montaigne, dejo escrito en sus Ensayos que “nada hay como despertar el apetito y la afición (el sentimiento); de lo contrario, no se logra otra cosa que asnos cargados de libros”. Tengo la impresión de que en esta época convulsa, llena de incertidumbres, paradojas y desigualdades, nos hemos olvidado de que la educación es un deber de toda la tribu. Pero no estamos por la labor. No es difícil escuchar a los padres como, entre otras muchas sinrazones, reprochan a quien sea lo mal que enseñan a comer a sus hijos...en el colegio.
La educación no es un producto manufacturado con el que uno puede hacerse cuando le venga en gana. La educación no puede comprarse, ni la podemos convertir en un privilegio, tampoco en las empresas, y menos aún entre los niños y los jóvenes. Hay que devolver el sentido a educere, educar, que no es otra cosa que conducir fuera de la ignorancia e iniciar a los educandos en la vida libre del espíritu. La educación es un proceso que lleva mucho tiempo y dura toda la vida, y nos afecta a todos, jóvenes o mayores, para siempre. No es un mero artículo de consumo del que –con dinero o sin el– uno pueda apropiarse cuando le plazca. Y si las personas, las instituciones o las empresas quieren ser líderes, deben saber que ese es un camino o un proceso que tiene más que ver con el ejemplo y con la acción que con la palabra. En el fondo, aúnque no queramos enterarnos, liderar es también educar. Y los líderes deben saber que buena parte del blablabla humano que resuena todos los días tiene en su raíz un propósito cosmético, y seguramente una de las principales tareas que los dirigentes de toda clase y condición tienen que acometer si quieren ser coherentes es que el discurso político o empresarial se ajuste a los hechos, que la habitual disonancia decir/hacer no se instale con normalidad en las organizaciones, y que la sima aberrante entre discurso oficial y practica real se achique cada año y sin demora, y que el hombre –como proclama Husserl– aprenda a ser una persona responsable en entidades humanas “vinculadas generativa y socialmente”. La vida, como el trabajo, es un proyecto en común o en soledad elegida y “una buena organización (...) es aquella en la que todos los ciudadanos se sienten unidos en ese proyecto común”, como escribe Richard Sennett en su hermoso libro La cultura del nuevo capitalismo.
Tendríamos que exigirnos y exigir la importancia y la necesidad de aprender y sentir los deberes
Todos necesitamos de los demás. Somos seres humanos que, como constata Aristóteles, vivimos comunitariamente. El individuo que se sabe y se siente integrado -comprometido de verdad- en una organización, una institución o una empresa, por ejemplo, adquiere siempre una robusta conciencia moral articulada en torno a fines comunes. Frente a los derechos individuales básicos no podemos infravalorar u olvidar la importancia de la comunidad o del servicio cabal y solidario a la ciudad o a la ciudadanía. Y, una vez más, uno recuerda el famoso discurso que, hace más de sesenta años, Willian Faulkner pronunció en Cleveland sobre libertades y deberes: “De eso hablo: la responsabilidad. No solo el derecho sino el deber del hombre de ser responsable, la necesidad del hombre de ser responsable si desea permanecer libre, no solo responsable ante otro hombre y de otro hombre, sino ante sí mismo; el deber de un hombre, el individuo, cada individuo, todos los individuos, de ser responsables de sus propios actos, pagar sus propias cuentas, no deberle nada a otro hombre”.
Es decir, y junto a nuestros derechos, la importancia y la necesidad de hablar, aprender y sentir los deberes, algo que tendríamos que exigirnos y exigir, y que olvidamos con frecuencia de tanto practicar la “gimnasia de hombros”. Probablemente porque nos conocía demásiado, y para corregir ese defecto, otro premio Nóbel, José Saramago, escribió un bello e inconcluso cuento (dejo abierto el final a propósito) titulado Un azul para Marte, y decía: “...En Marte, por ejemplo, cada marciano es responsable de todos los marcianos. No estoy seguro de haber entendido bien que quiere decir esto, pero mientras estuve allí (y fueron diez años, repito) , nunca vi que un marciano se encogiera de hombros. He de aclarar que los marcianos no tienen hombros, pero seguro que el lector me entiende.”
Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado.