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Tribuna
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Desindustrializando el país por ignorancia

Aunque la palabra revolución no está ni en la narrativa de este Gobierno ni en la de su partido, las medidas para paliar el déficit tarifario, que se están llevando a cabo en forma de capítulos dictados y con total ausencia de dialogo con las partes interesadas, producirán una revolución industrial de tal calibre que cambiará radicalmente la geografía económica de este país, de un modo nunca visto desde el comienzo de la democracia.

Un cambio de paradigma puede hasta ser interesante y necesario, dependiendo de dónde quiera llevar el Gobierno al país en términos de empleo y de economía empresarial. Lo que carece de toda lógica, y no se entiende, es que la mutación que está planeando este ejecutivo se producirá en uno o dos años en lugar de ocho o diez. Para empresas y empleados, el trauma está servido.

Hace unos días estuve visitando dos de las antiguas fábricas textiles que, en más de un centenar, se situaban en las márgenes de rio Llobregat dando trabajo a miles de empleados en su mayoría venidos de otras provincias españolas en busca de una vida más segura y más digna. Hoy, casi todas han sido reducidas a puros esqueletos con chimenea incluida y –excepto las que son joyas arquitectónicas– funcionan como almacenes o sedes de agrupaciones de pequeñas empresas. Seguramente, muy pronto, casi todas ellas desaparecerán completamente, al igual que lo hicieron tantos y tantos trabajadores que, en los últimos cuarenta años, fueron dejando de formar parte de ese ahora inhóspito paisaje como lo hizo el humo de las calderas.

Cuando visitaba esas viejas fábricas, una especie de pánico frío me recorrió el cuerpo y la mente, siendo consciente de que eso era precisamente lo que aguarda a una gran mayoría de las industrias que por razones económicas han apostado por la cogeneración.

El Gobierno piensa que la cogeneración es una subvención innecesaria para producir electricidad. Y tal como piensa, actúa. La realidad es que todas las industrias que invirtieron en cogeneración, lo hicieron para reducir los costes energéticos y ser más competitivas internacionalmente. Los industriales centroeuropeos y nórdicos tienen unos costes eléctricos que se aproximan a la mitad de los nuestros. Nosotros, hasta ahora, lo compensábamos con cogeneración y así lográbamos mantener la producción industrial y exportar. Pero eso se ha acabado.

Y es que este Gobierno nunca ha entendido que la cogeneración afecta a la eficiencia energética de las empresas y, consecuentemente, a la balanza de pagos. No ha entendido que la electricidad distribuida es más valiosa que aquella en bornes de una central eléctrica que se produce a 300 kilómetros de distancia de donde se consume. Y esa ignorancia del Ejecutivo –que nunca sabremos dónde tiene su origen– nos va a costar muchísimo dinero en forma de más importaciones de combustible y en forma de unos sectores industriales que van a quedar a la deriva.

En este país hay mil industrias con cogeneración. ¿Cuántas cerraran? Me atrevo a contestar que únicamente sobrevivirán aquellas empresas en las que la energía supone menos del 5% de sus costes variables. Aquellas en las que su energía alcanza entre el 20 y el 25% de sus costes, estarán muertas, se cerrarán en pocos meses. Mis cálculos –inexactos– dicen que más de 300 fábricas pasarán a mejor vida antes de la primavera de 2015. Me baso en que los costes son ineludibles. No hay alternativa alguna si las cuentas se prevén teñidas de un rojo profundo y permanente. Y, tal como están las cosas y se presenta el futuro, todas las plantas de cogeneración cerraran en menos de cinco años.

Pero lo peor y más triste de este fúnebre panorama industrial que nos han provocado, es que la cogeneración no es una tecnología del pasado, es una herramienta clave de futuro y resulta básico contar con ella porque la eficiencia energética y la electricidad distribuida son fundamentales, al menos hasta que la humanidad descubra un sustituto de los combustibles fósiles. Tal vez por ello, Bruselas puso en marcha no hace muchos años una directiva de cogeneración de desarrollo obligatorio.

Y todo esto, este desastre y esta calamidad que se nos viene encima, sucede porque el legislador no entiende qué es y para qué sirve la cogeneración. En fin, una verdadera vergüenza.

Juan Vila es consejero delegado de Stora Enso Barcelona y vocal de la Junta Directiva Acogen, Asociación Española de Cogeneración.

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