Sin orden ni concierto
Bajo la insustancialidad del presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, el empeño fundamental era el de inaugurar el nuevo testamento; demostrar que con él, por fin, llegaba la izquierda, que terminaba la falsificación del felipismo, y su engaño del gato por liebre. Todo tenía su foto, la retirada de los efectivos desplegados en Irak, el gobierno paritario nunca visto, el posado de las ministras para la revista Vogue, la embarazada Carme Chacón pasando revista a la compañía de honores al tomar posesión de la Cartera de Defensa, la levedad del Gabinete formado a base de ministros y ministras de puro capricho, increíbles, la elección de causas fracturantes, inversas a las impulsadas por el presidente popular José María Aznar.
Después del cheque-bebé, un Zapatero bloqueado, incapaz de pronunciar la palabra crisis, parecía haber puesto en marcha la maquinaria infernal de perder las elecciones y nada pudo frenarle hasta conseguir una derrota de marca mayor, que entregó al PP una mayoría parlamentaria apabullante el 20 de noviembre de 2011. Algunos dieron en pensar que, por fin, después de los insufribles endiosamientos aznarinos y los padecimientos de mal de altura, estábamos ante el advenimiento de una derecha civilizada, competente, preparada, capaz de dar ejemplo. Entonces cruzaron los dedos y les desearon que les saliera bien, que la amplia victoria que habían logrado, les liberara de la miseria del oportunismo en venta de los nacionalistas de variado cuño, que el nuevo gobierno, en definitiva, se hiciera respetar por los gobiernos europeos del mismo signo.
Pero a la hora de componer su primer Gobierno quedó claro que el presidente Rajoy postergaba a los más capaces y a los que exhibían mayores méritos, para entregar las carteras a pájaros de vuelo rasante, gente de confianza, de adhesión inquebrantable, sin importar sus pocas luces, y reducido coeficiente intelectual.
Esta elección del equipo la hizo además sin que hubiera condiciones de por medio ni en el seno del Partido Popular, ni de otras procedencias porque su victoria no tenía deudores y se había producido también frente a quienes en sus propias filas intentaron eliminarle como candidato en 2011 después de la segunda derrota ante Zapatero de 2008.
Tenía manos libres y sólo atendió a su natural desconfiado. Por eso tan sólo estableció una vicepresidencia encomendada a Soraya Sáenz de Santamaría.
Los observadores enseguida clamaron por la necesidad de una vicepresidencia económica que coordinara el área decisiva de la legislatura que comenzaba.
La respuesta fue que el propio Mariano Rajoy ejercería de coordinador asumiendo la presidencia de la Comisión Delegada de Asuntos Económicos. Pero toda realidad que se ignora prepara su venganza, como escribió nuestro Ortega y afloró la imposibilidad en que le situaban sus múltiples requerimientos. Nos quedamos sin coordinación, sin una línea de mando bien establecida y asistimos a la bronca permanente entre los titulares de Economía, Luis de Guindos, y de Hacienda, Cristóbal Montoro.
Ténganse en cuenta las perturbaciones añadidas por el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, generadoras del descaraje del sector eléctrico. Súmense las devociones marianas de la ministra de Empleo y Seguridad Social, Fátima Báñez, y del titular de Interior, Jorge Fernández Díaz. Aderécese todo con las excentricidades del de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón con el aborto, las tasas judiciales y la privatización del registro civil, y cuézase a fuego lento con la torpeza de la residual ministra de Sanidad, Ana Mato, capaz de levantar a las profesiones sanitarias en mareas sucesivas y se tendrá una idea del guiso a servir sin orden ni concierto.
El destrozo institucional queda a la vista con los nombramientos y con la vuelta de Radiotelevisión Española a su antigua condición de servicio doméstico del Gobierno.
Y los sindicatos privados de la desaparecida negociación colectiva se van desbordados por los movimientos ciudadanos. Así que cuanta más política de desahucio del Estado de bienestar, más policía y código penal. Atentos.
Miguel Ángel Aguilar es periodista.
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