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El Foco
Tribuna
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¿Sirve de algo estudiar?

Ir a la universidad todos los días durante cinco años a veces no sirve de mucho. Al menos en lo tangible o lo cuantificable. Porque en un número elevado de casos los licenciados terminan desempeñando un trabajo para el que no se requiere un título.

En EEUU esta situación es especialmente preocupante porque el precio de los estudios superiores ha aumentado en las últimas tres décadas a un ritmo desmesurado en relación con los ingresos: en la actualidad oscila entre los 8.000 dólares anuales en universidades públicas y los 50.000 en las privadas.

Esto ha provocado que se soliciten cada vez más préstamos (dos tercios de los estudiantes de este país están endeudados, con una cantidad media de 29.000 dólares). Varios economistas auguran que esta será la siguiente burbuja especulativa: se está invirtiendo una suma de dinero considerable en un bien que no proporciona el beneficio esperado, lo cual motiva a los deudores a dejar de pagar, y ello puede conllevar graves repercusiones en la economía, teniendo en cuenta que la deuda estudiantil nacional es de 1,2 billones de dólares. Los impagos en los préstamos federales alcanzan ya el 10% en los dos primeros años, como señala el Departamento de Educación de EEUU.

La deuda de los licenciados en EEUU representa el 60% de sus ingresos; un 40% de ellos trabaja en hostelería, ventas y otros sectores

¿Por qué aceptan los estudiantes esta situación? ¿Por qué algunos padres se apresuran a abrir una cuenta de ahorros desde que nacen sus hijos (los 529 college plans) para depositar cientos de miles de dólares hasta que ingresan en la universidad? En parte porque los que ostentan una titulación en general obtienen un puesto de trabajo con más facilidad (el índice de desempleo para este colectivo es de un 3,9%, frente al 7% general) y están mejor remunerados (un 85% más, según un informe de la Universidad de Georgetown). Además una carrera aún se asocia al éxito, y en algunos casos así es, sobre todo si se realiza en alguna de las internacionalmente reconocidas Ivy Leagues: algunas figuras de prestigio, desde presidentes del Gobierno a premios Nobel, se formaron en ellas, como Barack Obama, que ha alcanzado ambos logros y se graduó en la Universidad de Columbia.

Sin embargo, con frecuencia el título supone un gasto excesivo de dinero y de tiempo. La deuda de los licenciados representa el 60% de sus ingresos y un 40% de ellos están empleados en hostelería, ventas y otros sectores donde realizan una labor digna y necesaria pero que no exige una formación tan dilatada. Otros trabajan sin percibir ingreso alguno, o bajo contratos temporales o por horas que no ofrecen prestaciones como seguro médico o plan de jubilación. La educación no garantiza la movilidad social ni el ascenso intergeneracional. Sin embargo la mayoría sigue dispuesta a abonar cada vez más por cada asignatura, porque se convence de que con un diploma todo le irá bien, como creímos hace unos años que nuestra estabilidad estaba asegurada si adquiríamos una vivienda. Y, si todo el mundo lo hace, ¿quién se quiere quedar atrás?

Lo peor del coste de la educación, no obstante, es que cuando los licenciados terminan la carrera no están bien preparados, porque no han rendido lo suficiente pero también porque la calidad académica ha disminuido, y aún lo están menos para competir en un mercado global: los estudiantes de potencias emergentes, como China, presentan mejores aptitudes en materias como matemáticas o ciencias. Además, no se han formado en otros ámbitos igualmente importantes por ejemplo, los docentes no suelen enseñar habilidades estratégicas para descubrir qué trabajo se adapta a tu perfil, cómo conseguirlo, cómo promocionarte, optimizar tiempo y recursos. No se desarrolla lo suficiente la inteligencia práctica. Resulta que los licenciados somos listos para algunas cosas pero muy poco hábiles para muchas otras. Este tema ha sido denunciado repetidamente en los medios: la revista Time ha publicado un informe que destaca que, según el 60% de los empresarios, los candidatos a puestos carecen de ciertas aptitudes necesarias como comunicación, habilidades interpersonales, determinación, creatividad, pensamiento crítico o trabajo en equipo. Tampoco saben tomar decisiones ni resolver conflictos. Se puede aprender por cuenta propia, sin necesidad de adoptar un enfoque holístico en la educación, pero ¿una institución que tiene como uno de sus objetivos formar a futuros profesionales no debería dedicar una parte de su programa curricular a cómo realizarse en ese terreno?

En España, debido a las reformas, el precio de estudiar ha subido, mientras los sueldos se han estancado

Por otra parte, es obvio que uno no siempre estudia con un propósito material sino también para cultivar sus inquietudes intelectuales, de acercarse a la verdad que proclaman los lemas de algunas universidades, como la de Yale: “Lux et Veritas”. Pero si la formación institucional acarrea una deuda tan onerosa que puede llevar más de una década pagar, la segunda deuda más elevada después de la hipoteca, quizás habría que buscar alternativas para ilustrarnos.

La precariedad de los licenciados también sucede en otros países desarrollados, si bien en menor medida. En Europa la educación es poco a poco menos accesible. En España, debido a las reformas en educación durante la recesión, el precio de estudiar ha subido exponencialmente, a pesar de que los sueldos se han estancado, y el desempleo entre los licenciados es de un 14%. Que cada vez más jóvenes cursen posgrados parece indicar más inercia que confianza en la instrucción formal.

La universidad instruye a sus alumnos materias que además de costosas se revelan insuficientes cuando estos se quitan la borla y se supone que entran en la fase adulta, en la que deberían emanciparse, trabajar en lo que se les da bien y por una retribución justa, reunir suficiente dinero, abordar proyectos y triunfar. Nada de eso lo garantiza una formación superior. Estudiar está sobrestimado. Esa es la verdad.

Lidia Lozano es doctora summa cum laude en Filología.

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