Con la educación nos la jugamos
Podemos felicitarnos. España por fin participa plenamente en todos los estudios internacionales en materia de resultados educativos, algo que permite la comparación con otros países desarrollados. Y debemos preocuparnos.
Los adultos españoles, últimos en matemáticas y a la cola en lectura. Los universitarios en España no muestran más compresión lectora ni más competencias matemáticas que los bachilleres japoneses. En una escala del 1 al 5, el adulto medio residente en España se sitúa en un 2, lo que significa que sabe realizar cálculos matemáticos sencillos, pero no entender el gráfico del recibo de la luz, ni logra comparar acertadamente precios de hoteles. Este nivel, asimismo, implica cierta dificultad para extraer conclusiones de una lectura y la posibilidad de perderse en un texto de cierta profundidad y riqueza como puede ser El Quijote. Esos son algunos de los aspectos más comentados por los medios a raíz de la publicación este mes por parte de la OCDE de los resultados del primer estudio PIAAC (Programa Internacional para la Evaluación de las Competencias de la edad adulta), el equivalente para adultos de los ya familiares informes PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes).
Esos decepcionantes resultados son preocupantes, además, porque el análisis económico muestra la existencia de una relación muy clara entre el nivel de conocimientos y competencias de las personas y los resultados en términos de participación en el mercado de trabajo, probabilidad de empleo y salarios. Así lo indica un análisis econométrico sobre los efectos económicos de la educación en España, realizado precisamente a partir de los microdatos de PIAAC, en colaboración con mi colega Laura Hernández del Ivie, e impulsado por el INEE. Dados los niveles educativos de los individuos, pasar de niveles bajos de competencias matemáticas a niveles altos supone en torno a 12 puntos adicionales de probabilidad de ser activo, cerca de 20 puntos adicionales en probabilidad de estar ocupado y alrededor de un 25% más de salario por hora trabajada. Además, se constata un círculo virtuoso entre el nivel de estudios y el nivel de competencias, ya que cuanto mayores son ambos más grande es la magnitud de los resultados positivos.
Todo esto nos sitúa ante un escenario de futuro inquietante por los efectos frente al mercado de trabajo
Desgraciadamente, los discretos resultados de los adultos españoles en PIAAC son coherentes con la imagen de España que muestran los sucesivos informes PISA sobre los conocimientos de los estudiantes en su último curso de estudios obligatorios. Las nuevas generaciones siguen por detrás del resto de países avanzados y, por tanto, si no cambian las cosas no cabe esperar alcanzarlos ni superarlos.
Todo eso nos sitúa ante un escenario de futuro inquietante por los efectos ya señalados relativos al mercado de trabajo y, también, por las consecuencias últimas en términos de progreso técnico, productividad y crecimiento económico. La Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Estudios Económicos (Ivie) colaboran en una línea de investigación centrada precisamente en la relación entre educación y sistema productivo, que ya ha generado dos estudios en los que he participado: Educación y desarrollo. PISA 2009 y el sistema educativo español y Universitarios, universidad y productividad en España. En el primero, coordinado por el profesor Antonio Villar, analicé la relación entre los datos más recientes de PISA y el crecimiento de las regiones españolas durante el periodo 1995-2010, así como el impacto de los problemas de rendimiento educativo de la enseñanza obligatoria en términos de mercado laboral. Los resultados mostraban, por ejemplo, que si el resto de autonomías alcanzasen los niveles PISA ya conseguidos por la Comunidad de Madrid o Castilla y León, España podría aumentar a largo plazo la tasa anual de crecimiento de la renta per cápita un 0,45%. Alcanzar los niveles de los países líderes en esta materia, como Finlandia, podría incrementarla un 1%. Por otra parte, el análisis regional del periodo posterior a 2007 sugiere que existen beneficios también a más corto plazo. Contar con trabajadores realmente mejor formados ha supuesto una clara ventaja para algunas comunidades a la hora de resistir y adaptarse a una crisis económica como la actual con menores pérdidas de empleo.
El informe sobre la enseñanza superior, dirigido por el profesor Francisco Pérez, mostraba que, pese a los avances registrados en el ámbito de la producción científica, nuestra Universidad presenta todavía, como la economía española, márgenes para alcanzar mayores niveles de productividad. Al igual que sucede en el ámbito del mundo empresarial, el diagnóstico presenta matices y no todos los campus están en la misma situación, como revela el ranking de universidades españolas elaborado también dentro de esta línea de trabajo conjunta de la Fundación BBVA y el Ivie y que distingue entre actividad docente, investigadora y de innovación y desarrollo tecnológico.
Todos los análisis a los que me he referido hacen recomendable ampliar el esfuerzo por aumentar la calidad de la enseñanza. El mero aumento cuantitativo del sistema educativo y su expansión, abarcando a partes cada vez más amplias de la población, ofrecerá resultados menos satisfactorios para los estudiantes y el conjunto de la sociedad si no va acompañado por un esfuerzo decidido en la mejora de la calidad.
Todos los análisis hacen recomendable ampliar el esfuerzo por aumentar la calidad de la enseñanza
Se trata de una tarea complicada, pero factible, como lo muestran las diferencias entre comunidades autónomas y el ejemplo de otros países. Aunque los efectos tardan en hacerse notar, son duraderos y los beneficios a largo plazo serían muy grandes. Una buena educación que aporte todo su potencial en términos de conocimientos y competencias realmente adquiridas, más allá de los meros años de escolarización, mejora la inserción del estudiante en el mercado de trabajo y propicia una mejor carrera laboral, menos expuesta al desempleo y caracterizada por mayores salarios y más estabilidad. Además, se trata de un factor clave para lograr una economía competitiva, capaz de crecer y proporcionar más empleo y mejores niveles de vida al conjunto de sus ciudadanos. Naturalmente, es posible vivir sin entender el recibo de la luz, sin comparar hoteles y sin disfrutar de El Quijote, pero eso limita las posibilidades de desarrollo individual de quienes no son capaces de hacerlo y del conjunto del tejido productivo del país.
Lorenzo Serrano es profesor de Análisis económico de la Universidad de Valencia y profesor investigador del Ivie