Estancamiento al estilo irlandés
Irlanda se solía describir como el prototipo de la austeridad. Otros miembros de la zona euro en apuros debían imitar la restricción fiscal de Dublín, su reequilibrio económico y, finalmente, su escalonada salida del programa de asistencia financiera de 85.000 millones de euros al que recurrió en 2011. Pero el ejemplo no parece tan bueno.
Es cierto que la mayoría de las últimas noticias económicas son positivas. En julio, el sector servicios fue el más optimista en seis años. En junio, los precios de la vivienda subieron por primera vez desde 2008. El empleo está mejorando. Sin embargo, el gasto de los consumidores sigue cayendo, el crédito es escaso y el PIB se contrajo un 0,6% en el primer trimestre, tras dos años de débil expansión.
La contracción no debe sorprender. El consumo interno no se ha reactivado y la balanza comercial ha sufrido la débil demanda de la zona euro y Reino Unido. Con unas pobres exportaciones, parece que el país crecerá este año por debajo del 1,1% previsto por la Comisión Europea.
Sería mejor no tener que esperar a que la demanda externa aumente, pero es preferible a una recesión
Pero un crecimiento cercano a cero no es tan malo. El desempleo y el consumo mejorarán, aunque lentamente, y la expansión económica llegará, tan pronto como los principales socios comerciales del país necesiten más exportaciones irlandesas. Sería mejor no tener que esperar a que la demanda externa aumente, pero un progreso mínimo es preferible a una recesión profunda.
Dublín podría no alcanzar su objetivo de déficit fiscal, los que retrasaría la reducción de su deuda y pondría en peligro su salida del programa. Pero lo más probable es que lo peor ya haya pasado. Irlanda ya no está en la fase más dolorosa de la explosión de la burbuja inmobiliaria y el colapso del sistema bancario.
Cuando empezó el debate de estímulo o austeridad tras la crisis financiera de 2008, los defensores de austeridad y los entusiastas de la zona euro previeron algo mejor para la periferia que cinco años de crisis y una débil recuperación. Pero para Grecia y Portugal, e incluso para España e Italia, repetir la historia irlandesa sería un resultado relativamente bueno.