Un país para comérselo
A España el euro le ha venido muy bien. Aunque hemos perdido la posibilidad de utilizar la política monetaria para aliviar las tensiones de la crisis y aunque su gestión responde más a los intereses de otros países del norte de Europa que a los nuestros, el euro supone un punto de referencia externo que nos hacía mucha falta. Aquí siempre hemos sido algo egocéntricos y hemos despreciado los valores y aportes que venían del exterior. No nos gusta ser comparados con otros y menos si en estas comparaciones salimos perdiendo. Disponer ahora de un marco monetario compartido con otros países supone un proceso continuo de evaluación de nuestro sistema económico en el que no salimos bien parados. Pero no tengo ninguna duda de que los países, como las personas y las empresas, mejoran con la evaluación externa y que la competencia es un fantástico aliciente para la mejora.
Este proceso de comparación con el exterior nos ha proporcionado una mala noticia: mientras el mundo ha evolucionado en los últimos años bastante deprisa, en España no hemos hecho los deberes a tiempo. Ahora nos toca ponernos las pilas y hacer en pocos años lo que otros han hecho a lo largo de décadas. Pocos países han sufrido un proceso de transformación de su economía y de sus estructuras políticas como el que ha sufrido Alemania desde la caída del Muro de Berlín, por ejemplo, pero lo han hecho con mucho tiempo, y ahora nos dan lecciones y pretenden que hagamos lo mismo a toda velocidad.
Pero no se nos puede olvidar que la economía no es más que el resultado de lo que hacemos y dejamos de hacer en este país todos los días todas las personas. Y que por tanto esta crisis no pasará mientras sigamos con el “A mí no” y el “y tú más”.
Hay, desde mi punto de vista, al menos cinco condiciones que deberán darse para que, de una vez por todas, empecemos a ver la luz al final del túnel.
No se nos puede olvidar que la economía no es más que el resultado de lo que hacemos y dejamos de hacer todos
La primera es que definamos con claridad e ilusión una estrategia para competir con éxito en el concierto internacional. Debate que, a fecha de hoy todavía no tenemos ni planteado. El ladrillo, el turismo y la mano de obra barata fueron las formas de competir en el pasado. ¿Cuáles van a ser los puntos fuertes de este país en el futuro? ¿La Energía eólica, el sector automovilístico (sectores en los que tenemos una buena posición), la biotecnología? Los periódicos deberían estar plagados de aportes sobre este tema y sin embargo las páginas, las conversaciones y las horas de televisión las llenan los papeles de Bárcenas, la salida de Mourinho y los recortes.
Tenemos todos que cambiar la cultura del trabajo: la forma de ver y enfocar la actividad laboral. Y eso no se logra solo con una reforma legislativa desenfocada. Mientras una mayoría siga pensando que el objetivo es “colocarse”, que se trata de exigir que alguien que me dé trabajo en vez de dárselo yo a otros, que las empresas nos explotan, que los empleados, por el hecho de serlo, son sujetos de unos derechos independientes de sus deberes y que un piquete de huelga es “informativo”; aquí nadie que pueda evitarlo, va a contratar a nadie.
La reducción de la administración es otra de las asignaturas pendientes: Estructuras y competencias duplicadas, un festival de empresas públicas insólitas, subvenciones millonarias a patronales, sindicatos, partidos políticos y organizaciones de todo tipo. Estaría bien aprovechar la oportunidad para dotarnos de una estructura pública moderna, adecuadamente tensionada y eficiente, volcada en el servicio al ciudadano. Pero adelgazarla es una condición imprescindible para salir de esta y una obligación ética con tantos ciudadanos que lo están pasando tan mal.
Dejar de sobreproteger a la banca es otra de las condiciones sin las cuales no saldremos de este proceso. Vale ya de contarnos la milonga de que el sistema financiero es imprescindible para que todo funcione. ¡Este sistema financiero no sólo no es imprescindible sino que necesitamos que se depure y se racionalice a fondo porque en cualquier caso no está cumpliendo ahora la más mínima función social! Un banco, como cualquier otra empresa, si no es lo suficientemente competitivo deberá cerrar. Y el dinero que dedicamos a rescatar y mantener bancos y cajas a toda costa, deberíamos utilizarlo para garantizar y reintegrar a los ciudadanos sus fondos y sus inversiones en su totalidad.
En este país no falta inteligencia, creatividad, conocimiento, talento ni capacidad de esfuerzo
Y tendrá que reventarse, de una vez por todas, la burbuja inmobiliaria. Algo han bajado los precios, pero no lo suficiente. Y esto lo están causando, entre otros, los bancos, cuyos balances están plagados de bienes inmuebles, que si bajasen a sus valores reales, estarían en auténtica quiebra. Para esto se diseñó el banco malo. ¿Por cierto, dónde está? A ver si dejando pasar el tiempo los bancos van teniendo tiempo de recapitalizarse a costa de los ciudadanos y evitamos hacer lo que tendríamos que haber hecho hace mucho tiempo: sacar los bienes inmuebles al mercado a su valor real, caiga quien caiga.
Aunque hagamos pocas cosas, sería deseable que las hiciésemos bien, a conciencia. Si montamos un sistema de asistencia social, que nos sintamos orgullosos de él. Si reformamos el servicio de empleo, que funcione de verdad. Si reformamos la banca, que lo hagamos en serio. Sin chapuzas, sin buscar soluciones intermedias y pensando en el largo plazo. Así se hace en los países serios y así tendremos que empezar aquí a hacer las cosas si queremos llegar a ser uno de ellos. Y lo fantástico es que podemos. En este país no falta inteligencia, creatividad, conocimiento, talento, capacidad de esfuerzo, humildad, energía, experiencia, ni sentido común. Y no necesitamos mucho más.
José Manuel Gil Vegas es Profesor de Deusto Business School