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Columna
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‘Saudade’

La crisis que envuelve la coalición gobernante de Portugal, desencadenada por la dimisión del ministro de Finanzas, Vitor Gaspar, no dará lugar a un caos financiero inmediato. El país cuenta con dinero hasta, por lo menos, final de año. Incluso si el ejecutivo se desmorona, su sucesor, sean cuales sean sus ideas, se unirá a un plan de acción aprobado por las autoridades de la zona euro y el FMI.

Sin embargo, los esfuerzos del gobierno ponen de manifiesto la creciente resistencia al programa de austeridad acordado en 2011. El gobierno ya ha hecho dos tercios del esfuerzo. A cambio, la Unión Europea acordó por dos veces relajar sus objetivos fiscales. Tendría sentido dar al país aún más tiempo. El problema es que cualquier desviación podría hacer la deuda, fijada originalmente para alcanzar un máximo del 124% del PIB en 2014, insostenible. Ese es el temor del FMI.

La crisis deja en claro que el plan de rescate del país, inicialmente pensado para expirar en 2014, necesita un replanteamiento. La rentabilidad de los bonos a diez años se ha disparado por encima del 7%. Portugal podría necesitar bien una línea de crédito preventiva o un nuevo rescate. La compra de bonos por parte del BCE podría ayudar, pero solo sería posible si el país tiene una cierta apariencia de acceso al mercado.

Si se necesita más dinero, los estados acreedores de Portugal podrán ampliar sus préstamos con la condición de que los acreedores privados contribuyan. Barclays Capital espera que la que la deuda alcance el 1355 del PIB en 2015. Otros pasivos contingentes tendrán que ser absorbidos por las empresas de propiedad estatal. Extender la deuda de Lisboa y la reducir su carga de intereses haría la austeridad menos dura, como sucedió con Grecia. Los bancos portugueses están relativamente bien capitalizados y no están sobre expuestos a la deuda soberana lusa.

El principal problema es que una reestructuración portuguesa haría a inversores temer que España e Italia podrían ser los siguientes –poniendo en seria cuestión la resolución del BCE de comprar bonos soberanos si es necesario. El riesgo –especialmente si la rentabilidad vuelve a sus niveles anteriores –es que la urgencia desaparezca, y la zona euro decida no actuar, causando más dolor en Portugal.

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