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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La recuperación necesita garantías de consistencia

El pasado día 6, tras confirmar con los datos del empleo de mayo su reflejo en la variable más sensible de la actividad, CincoDías puso en orden todos los indicadores que revelan que la recuperación de la economía ha comenzado. Ahora son legión los dirigentes empresariales y políticos, del Gobierno especialmente, los que dan por hecho que el crecimiento ha arrancado, e incluso haylos que se atreven a pronosticar que el PIB podría registrar estancamiento intertrimestral en el segundo trimestre del año, tras el semestre aciago comprendido entre octubre y marzo. Hay indicadores de oferta y también de demanda que se mueven como lo hacen en un cambio tradicional de ciclo, alternando los positivos con los negativos, pero con una fortaleza aceptable todos aquellos que tienen naturaleza adelantada. Las dudas pueden volver –y puede que haya aún analistas que no las hayan despejado–, pero si los datos de empleo de junio son tan robustos como los de mayo, al menos en términos cuantitativos, cuesta creer que la producción se haya contraído en mayo y junio.

El presidente del Gobierno repitió una vez más ayer su relato ante la asamblea de los empresarios, y volvió a echar mano más de las palancas que tienen que propiciar la recuperación que de las evidencias explícitas de la misma. Reducción del déficit público, caída de la prima de riesgo, control de la inflación... como premisas de su política económica para recuperar las exportaciones tanto de bienes como de servicios, que tienen que consolidarse como la primera locomotora de la competitividad recuperada de España, y que tiene que funcionar como efecto multiplicador sobre la demanda interna. Pero ni el Gobierno se da por satisfecho con la marcha de las cosas ni los empresarios tampoco, porque no tendría justificación una actitud acomodaticia cuando los niveles de desempleo son tan abultados como los que registra España. Mientras el primero insiste en la necesidad de mejorar la financiación, con un llamamiento continuo a la banca para que se movilice en la atención de las demanda de financiación de proyectos rentables, los segundos piden allanar el camino de una presión fiscal más flexible, especialmente para el factor trabajo y la empresa.

Las constantes vitales de la economía siguen siendo muy débiles y las decisiones de los próximos meses, semanas quizás, tienen que ser suficientemente medidas para no abortar el camino iniciado y consolidar con plenas garantías la recuperación de la economía, para que tenga lo antes posible y con el mayor grado de consistencia posible un reflejo en la generación de empleo. Tiene que tener solidez, profundidad y longevidad; tiene que desaparecer el riesgo de recaída que en 2011 truncó la reactivación por no haber afrontado plenamente el ajuste de los desequilibrios. Desde luego que ahora la ayuda de la Unión Europea puede ser trascendental en materia de financiación y de apoyo a la generación de ocupación para los más jóvenes, pero son las decisiones de política económica internas las que proporcionarán el pegamento necesario a la confianza de los españoles, lo que tornará el estado de ánimo del pesimismo que arrastra desde hace cinco años al optimismo mínimo para activar iniciativas de consumo e inversión sumergidas desde hace años.

El Gobierno no debe dar por cerrado el ajuste fiscal y debe aprovechar la tregua otorgada por Bruselas para seguir reduciendo el déficit estructural, y a ser posible, actuando más sobre los gastos que sobre los ingresos. Aunque la tentación de bajar los impuestos, que anida en determinadas estrategias sin que esté solucionado el equilibrio mínimo de las cuentas públicas, seduzca al Ejecutivo, es su obligación poner las bases de un Estado de bienestar financiable; y de momento pasa por dejar de lado la subasta impositiva en la que se han convertido los procesos electorales. Bajar los impuestos, sí: cuando desaparezca el riesgo de financiación y empezando por aquellos cuya bajada estimule con fundamento el crecimiento.

En paralelo, debe mantener la agenda reformista sin vacilación, explicando con nitidez el efecto benefactor sobre el crecimiento a medio y largo plazo, aunque tenga costes a corto. La lista no ha cambiado: culminar la financiera para que no haya excusas al crédito; la de la Administración redundante; la de las pensiones para dar certezas en el futuro, y la energética para ajustar precios a costes.

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