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Tribuna

Aprender a gestionar el fracaso

A lo largo de la última década, en casi todos los foros de opinión e intercambio de ideas (escuelas de padres, jornadas de empresa, premios empresariales…), se hace mención al fracaso como condición necesaria para lograr el crecimiento personal y organizacional. Nos cuentan historias de personas de gran éxito (Bill Gates, Amancio Ortega, J. K. Rowling…); hombres y mujeres que pasaron necesariamente por situaciones de fracaso para poder crecer y llegar a ser lo que hoy son.

Una de las claves de éxito personal y empresarial, por tanto, es la denominada resiliencia, entendida como la capacidad de “enfrentar el fracaso y convertirlo en una oportunidad”. Hemos asistido a cursos de gestión del tiempo, gestión de conflictos… ¿Y qué pasa con el fracaso? El fracaso, como todo, se puede gestionar bien, gestionar mal e incluso no gestionar, en cuyo caso difícilmente va a servir como empuje hacia el éxito.

En aquellas organizaciones donde los profesionales tienen la oportunidad de equivocarse como parte de su desarrollo, la gestión del fracaso será más fácil.

En aquellas en las que el fracaso no esté admitido, se convertirá en un reto más difícil. En cualquier caso, desde la alta dirección se deberá hacer un esfuerzo para apoyar a todos los empleados en la experiencia de dar una serie de pasos hacia una gestión correcta del fracaso.

Todo ello implica la necesidad de tener en cuenta las siguientes etapas:

- Reconocer el fracaso. En primer lugar, el profesional debería reconocer que ha habido un fracaso y asumir su responsabilidad en el mismo. En una sociedad donde el fracaso no es “admisible”, este paso es el más difícil de dar. Requiere que la persona tenga una gran capacidad de autocrítica, madurez para asumir sus errores y un entorno que lo acepte.

- Gestionar las emociones. El fracaso puede llevar a situaciones de estrés, ansiedad y depresión, que deberán ser tratados antes de dar los siguientes pasos. El objetivo en esta etapa es sustituir la culpa o la autocompasión por la responsabilidad.

- Enmendar los daños. En la medida de lo posible, hay que identificar los daños causados a la persona que vive el fracaso, a sus equipos o a terceros, y hay que tratar de enmendarlos.

- Análisis causa-efecto. Otro de los pasos que es necesario dar incluye analizar en detalle lo ocurrido y, una vez realizado ese análisis, aprender de los errores cometidos. Hay que reflexionar sobre cuáles son las causas que han derivado en estos resultados no deseados, y sobre cómo podrían haberse evitado.

- Lecciones aprendidas. Antes de volver a intentarlo, la persona que ha experimentado el fracaso debe interiorizar las lecciones aprendidas y asegurarse de no volver a cometer los mismos errores.

Seguramente la comunidad científica tenga claro que el ensayo-error es necesario para el éxito, pero, ¿lo tienen claro las empresas? ¿Y la sociedad en general?

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