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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Máxima atención para una emergencia nacional

No es ningún consuelo para nadie descubrir que el comportamiento del mercado de trabajo en el primer trimestre del año ha sido ligeramente mejor que el registrado en los tres últimos meses de 2012. No lo es porque las cifras de desempleo encierran tal dramatismo, con la inexplorada cifra de 6,2 millones de parados, que no dejan espacio para el alivio ni siquiera de los que conservan el empleo, no digamos ya para los que lo han perdido en el trance del trimestre o hace años. Y no lo es porque el mercado acumula devastadores números sobre terreno ya arrasado por cinco años de una crisis especialmente agresiva para el empleo.

Pese a registrar ya cifras que dan auténtico miedo, cierto es que la encuesta de población activa que elabora Estadística apunta ligerísimas mejoras en algunas variables, aunque de poco bálsamo servirá hasta que la caída del empleo no se torne en avance. Hay una leve reducción en el ritmo anual de destrucción de puestos de trabajo, especialmente en el sector privado, mientras se intensifica la pérdida entre los de titularidad pública. Hay determinadas zonas del país en las que la economía parece haberse estabilizado ya, con números negros en las plantillas de las empresas. Hay un repunte en el registro de autónomos, e incluso hay un estancamiento de parados extranjeros, por su natural salida ante la falta de expectativas. Pequeños consuelos, desde luego, pero alejados de una solución definitiva para lo que es una auténtica emergencia nacional.

Y una emergencia nacional de este calibre necesita de la máxima y prioritaria atención de mucha gente. Como en la pretérita acumulación de desequilibrios que han ocasionado esta dramática crisis, el grado de responsabilidad está repartido simétrica y piramidalmente entre muchos colectivos y cada uno de ellos tiene que poner su parte para superar este perverso botón de muestra de la crisis inmobiliaria y financiera española. El Gobierno, los sindicatos, los empresarios, los trabajadores, los banqueros, los educadores, los autónomos...

Esta crisis económica y financiera tiene un perfil muy parecido a la que atrapó a España al final de los setenta, con la espiral de los precios del petróleo, y que corrompió los pilares de una de las industrias más activas de Europa. Ahora las víctimas han sido la construcción, las finanzas y, por derivación, la solidez financiera del Estado y sus hijos regionales. Entonces la destrucción de empleo, más lenta y comedida, se cebó durante la friolera de 11 años (desde 1975 hasta 1985, ambos incluidos), pero se recompuso la figura con las herramientas autóctonas de las que hoy España carece. Por ello, hoy es más complicado: no hay moneda, no hay autonomía fiscal, no hay sector público, hay un endeudamiento descomunal y paralizante para la inversión y el stock de infraestructuras es un traje más grande que la propia economía del país.

Pero dado que la solución sigue estando donde siempre ha estado (en el crecimiento económico), todas las decisiones del Gobierno (de los otros 17 Gobiernos también) deben tener como único norte la generación de crecimiento económico para que comience a trasladarse al empleo. Rajoy ha hecho un intenso ejercicio de reformas en su primer año, con decisiones muy duras para la ciudadanía, pero inexcusables para superar la parálisis financiera en la que estamos. Pero no se puede parar. Él se comprometió a devolver al país a la generación de empleo y por ello le juzgarán los electores dentro de tres años.

Hoy habrá en este segundo gran paquete de medidas económicas del Gobierno decisiones para frenar la sangría del desempleo, porque son obligadas, y junto con la reforma laboral ya aprobada hace un año y el proceso de reducción de costes laborales, que debe acompañarse de una reducción similar de precios, deben estabilizar primero el mercado, para recuperar la ocupación después. Nadie espera milagros, pero todos piden que las cosas se muevan. Los sindicatos y la patronal, que hablan más que hacen desde hace mucho tiempo, deben tener un comportamiento mucho más activo, puesto que son tan responsables como las Administraciones en la creación de un clima de estímulo para los negocios que devuelva al menos la ilusión a quien busca desesperadamente un empleo desde hace demasiado tiempo.

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