Por este orden: reformas, déficit, crédito y actividad
El Gobierno exhala optimismo sobre los logros fiscales y reformistas obtenidos en sus 14 primeros meses de mandato, aunque Mariano Rajoy se empeñe en no bajar la tensión mientras haya colectivos tan voluminosos de españoles en el desempleo, tal como hizo en el debate sobre el estado de la nación. Cierto es que los esfuerzos han sido muchos y muy arduos, pero no es menos cierto que los resultados en las variables sensibles de la economía distan muy mucho del optimismo. Es verdad, no obstante, que el desempeño de las variables financieras capitales que deben consolidar la base de la vuelta del crédito y del crecimiento ha sido bastante bueno, de notable alto si se tiene en cuenta que se ha logrado en un contexto de severa recesión, seguramente en parte provocada por el ajuste estructural del gasto. Hasta tal punto, que la Unión Europea está dispuesta a bajar la presión sobre España en materia fiscal, siempre y cuanto no relaje la agenda reformista para recuperar más pronto que tarde el ansiado crecimiento.
El comisario europeo de Asuntos Financieros, Olli Rehn, admite ahora la posibilidad de flexibilizar el calendario de consolidación presupuestaria a España, y puede que incluso no en un solo año, sino en dos, porque ha hecho un esfuerzo acelerado en reducción del déficit estructural con recesión de caballo. Ese planteamiento supone que España podría disponer de los años 2013, 2014, 2015 y hasta 2016 incluso para llevar su desequilibrio fiscal por debajo del 3%, ese umbral que marca el abismo entre el comportamiento perverso y el virtuoso, y que dictamina si un país puede ser objeto de sanciones por déficit excesivo o si se libra de ellas.
Eso no quiere decir que el camino de los gestores de la economía vaya a ser fácil hasta entonces, ni siquiera en el mejor de los escenarios, puesto que aun con previsiones de crecimiento poco ventajosas (no habrá avance del PIB hasta el año 2014 en tasas interanuales), supone que España debería reducir su desequilibrio fiscal en otros 40.000 millones de euros en el periodo. Valga para hacerse una idea de la envergadura de esta empresa el hecho de que en 2012 el desequilibrio se ha reducido en 21.000 millones de euros, de los que solo la mitad es imputable a recorte de gasto, y con ajustes casi generalizados en todos los capítulos presupuestarios, con el desgaste electoral que tiene para el Gobierno, “obligado a incumplir sus promesas para cumplir con su obligación”, tal como admitió Rajoy estos días.
Por tanto, la mejor apuesta para volver a la virtud fiscal cuanto antes es el crecimiento, porque con él vendrán los avances en las bases imponibles y los ingresos fiscales, y estará la mitad del trabajo hecho. Y para ello no hay mejor receta que las reformas de los mercados de bienes, servicios y factores, y de otros conceptos no comerciables como las pensiones, así como el estímulo al crédito bancario, que de momento sigue en los cuarteles de invierno. La tregua de Bruselas debe ser utilizada para eso. Para que antes de que el Gobierno traspase el ecuador de su mandato haya completado las reformas que se planteó cuando llegó, y algunas otras que las circunstancias hacen inevitables. Solo así se acelerará la devaluación de costes y precios necesaria para culminar la recuperación de los niveles de competitividad hasta niveles que conviertan al sector exterior en el motor del crecimiento.
En este delicado mecano solo falta el necesario lubricante del crédito, ese activo que catapultó a la economía en el pasado y que ahora sigue escondido por el excesivo endeudamiento de empresas y familias. Las estimaciones de los expertos aplazan hasta cerca de 2016 la recuperación del crédito bancario, ya que el desapalancamiento vegetativo no da para más. Las empresas tendrán que echar mano de los instrumentos que el Gobierno, con ayuda de las instituciones financieras públicas y comunitarias, ha puesto en marcha. Pero la banca, que participará parcialmente en este experimento, debe aplicar de facto esa estrategia que sus primeros gestores publicitan en las últimas semanas: “Hay que dar crédito a las empresas”. Primero, porque no pueden seguir asistiendo a la jibarización permanente de sus balances, y segundo, porque hay miles de proyectos que corren el riesgo de morir porque nadie quiso ganar mucho dinero prestándoles financiación a cambio de un poco de riesgo.