Sensaciones, expectativas y crecimiento
El Gobierno se ha lanzado a la venta de un mensaje optimista de la situación de la economía únicamente sustentado en sensaciones, y que los hechos y los datos concretos no ilustran todavía. Corre así el riesgo de generar frustración en los agentes económicos, más confiados en las indicaciones externas. Es una de las funciones de la Administración estimular el positivismo, pero utilizando en sus justos términos e inclinaciones la información que proporcionan los indicadores económicos, financieros y laborales. La primera condición para salir de la parálisis es admitir que estamos instalados en ella, aunque siempre venga bien aventar las posibilidades de la sociedad para sobreponerse.
El lunes la ministra de Empleo y ayer la de Fomento o el de Industria utilizaron comparecencias públicas para mostrar la intuición del Ejecutivo de que hay variables que empiezan a moverse hacia la recuperación. Pero en realidad se trata únicamente de enumerar los cambios operados en la política económica para justificar un cambio de rumbo, aunque este solo se producirá cuando las "sensaciones" del Gobierno se conviertan en expectativas optimistas en los agentes económicos que toman las decisiones de inversión o consumo. Los indicadores sintéticos de actividad han tenido mejor desempeño del esperado (sobre todo el PIB, con una caída de solo el 0,3% en el tercer trimestre), pero los detallados siguen anclados en la recesión profunda, ya se hurgue en el crédito, la renta disponible, el consumo, la inversión o el empleo, todos ellos, por cierto, enlazados. Sustentar un cambio de tendencia por el simple hecho de que la producción caiga la mitad de lo estimado en función de las políticas practicadas es arriesgado. Sobre todo si dos de los grandes pilares que deben sostener la recuperación, la financiación del Estado y el saneamiento de la banca, siguen en el aire y dependiendo de otros.
El Gobierno ha puesto, por el momento, demasiada fe en la función regeneradora de sus reformas, especialmente en la laboral, que empieza a dar réditos en forma de abaratamiento de costes laborales ordinarios y de despido. Pero la devaluación interna que recomponga, vía precios y costes, la competitividad de España en este mercado y en los de fuera apenas ha comenzado. Debe ser cumplimentada por la liberalización de mercados que generan bienes y servicios (energía, transporte, función pública, justicia...) que han pasado a un segundo plano y sin cuya contribución los grandes sacrificios exigidos a los agentes económicos individuales y corporativos pueden quedar en nada, en sensaciones. Cierto es que por algo se empieza; pero sin que cambie el estado de ánimo de la gente, las expectativas, no podrá hablarse de un punto de giro y menos aún de recuperación. Esta solo será un hecho cuando el empleo crezca de forma sostenida. Ahora solo es sostenida su caída.