La América de la 'touche française'
Montreal se mueve con soltura entre su tradición francesa y un presente más anglófilo, entre restaurantes de inspiración gala y dimensiones de ciudad estadounidense
Es una cuadrícula perfecta. Las calles de la bilingüe Montreal recuerdan al cartesianismo francés, idioma en el que la ciudad se expresa, come, canta y se organiza con la misma soltura que en inglés, su otra cara. Pero no hay que llevarse a engaño. El encorsetamiento que a veces traiciona a los galos, fundadores de esta urbe de dimensiones estadounidenses, está ausente en Montreal.
Se nota en la sonrisa tranquila de los transeúntes y en la naturalidad pasmosa con la que los montrealenses explican que los 40 grados bajo cero en los que se pone el termómetro en invierno no da para mucho debate. "Es una cuestión de abrigarse bien y ya está", explicaba un taxista. Eso, y que esta urbe considerada una de las ciudades más importantes del mundo hasta los años setenta ha levantado otra exactamente igual bajo los pies de sus habitantes para cuando el frío extremo arrecia.
El humor es probablemente una de las claves que expliquen la calma con la que se vive en este reducto francófono, aunque ya no tan francófilo como antaño. Montreal acoge uno de los festivales de humor más sonados del mundo, Juste pour Rire, que este año celebrará su 30a edición. El cine ha recogido muy bien este espíritu humorístico en los dos éxitos del cineasta quebequés Denys Arcand, El declive del imperio americano y Las invasiones bárbaras.
Pero Montreal destila pasión por la cultura en todas sus formas casi en cada esquina. No hay calle que no cuente con multitud de librerías. Es la ciudad con mayor concentración de universitarios per cápita del mundo con cuatro universidades, dos francófonas y dos anglófonas. La ciudad, en verano, se mueve al ritmo de sus dos festivales estrella: Festiblues, un trampolín para jóvenes talentos, y el consagrado Festival Internacional de Jazz que a finales de este mes arrancará su 33a edición en el Quartier des Espectacles, un barrio al este del centro donde se concentran hasta 30 salas de espectáculos.
Los jardines y decenas de espacios verdes que pueblan la urbe son una buena opción para descansar de tanto estímulo. Las riberas del río San Lorenzo, que el francés Jacques Cartier navegó hasta descubrir en 1535 la actual Montreal, se llenan a diario de montrealenses que hacen pícnic a la hora de comer y de turistas entretenidos con la exhibición del talento de multitud de espontáneos que juegan al frisby, al fútbol o muestran sus proezas acrobáticas.
Por supuesto, no faltan en Montreal restaurantes donde deleitarse con el toque gastronómico francés, con nombres tan francófonos como Le Saint Urbain, L'Entrecôte St. Jean o La Petite Marche, que adquieren aires casi de bistró parisiense en el Vieux Montreal, el casco histórico de la ciudad donde conviven los monumentos con más sabor galo, como el imponente ayuntamiento, una obra de tintes napoleónicos que levantaron dos arquitectos franceses a finales del siglo XIX.
A los amantes de la naturaleza no les costará encontrar soberbios paisajes a una hora escasa de esta ciudad de tantas caras. En un país apenas poblado y dominado por cientos de lagos y de parques naturales, con una hora de coche desde Montreal bastará para toparse por ejemplo con el monte Tremblant, paraíso de esquí en invierno.