Rescatando a España de sus bancos
La brutal presión ejercida desde Bruselas para que España pida el rescate recuerda a la que sufrió el Gobierno irlandés, que se resistió como gato panza arriba antes de solicitar la ayuda. Claro que la situación era distinta. Irlanda no podía sino pedir la ayuda, pues las necesidades de sus bancos eran del 30% del PIB. España necesita menos. No sabemos cuánto pedirá, pero el informe del FMI que probablemente determine la petición de ayuda inicial baraja entre 33.000 y 40.000 millones. El 4% del PIB.
España, como ya he comentado otras veces, tiene tiempo, y la resistencia a la presión no es un farol. Europa quiere que se cierre el capítulo español ya, y es la carta con la que se puede jugar. La única. Pero es un arma de doble filo: el deterioro de la situación en los mercados también puede restarle poder de negociación al hacer el rescate más urgente. Así se entiede que el BCE haya mostrado esta semana su cara más dura. Si da aire a España, Guindos negocia en mejor posición. Y, al contrario, quizá en este sentido quepa también entender la positiva subasta de deuda, cubierta en buena parte por la banca española: si la prima se tensa, los "hombres de negro" toman fuerza.
Si España pide dinero al fondo de rescate, este fondo tendrá preferencia sobre el resto de acreedores de España, lo que hará que los inversores sean reticentes a comprar deuda española. A nadie le gusta ser segundo plato. Eso hará más difícil que España se financie en los mercados, lo que podría traer la paradoja de que el rescate complique, en vez de facilitar, la financiación de España. Irlanda, Portugal y Grecia han estado fuera del mercado desde que pidieron dinero al fondo.
Según Credit Suisse, las necesidades de financiación de España en el periodo 2012-2013 son de 285.000 millones, de los que quedan por financiar 242.000. Bastante más que las de Grecia Portugal e Irlanda juntas. Si España pide dinero al fondo de rescate y eso complica su financiación, Europa se arriesga a tener que poner más dinero para España. Por este motivo, el rescate estándar no me parece una gran opción, y posiblemente la insistencia de Alemania en este sentido fuese un poco de farol.
La opción opuesta, es decir, que Europa inyecte dinero en la banca y la intervenga por su cuenta, sería la ideal. Se limita la aportación de dinero público y se fía la reestructuración del sector a los interventores extranjeros. Algo que sería de agradecer dada la oceánica incapacidad del supervisor y de la elite financiera para poner en orden a una elite bancaria que, aún hoy, sigue retozando cómoda en el barro de la autocomplacencia. Incluso, en un mundo de ilusión, se podría abordar la liquidación ordenada de las entidades, de modo que fuesen sus acreedores, y no los contribuyentes europeos, quienes pagasen los platos rotos.
Tampoco es probable. Primero, porque estos acreedores son inversores del Norte de Europa. Y, segundo, porque si políticamente es complicado explicar a un señor de Badajoz que sus impuestos van a cubrir el agujero que dejó una caja de Valencia que prestó dinero a un promotor de Almería, hacerlo con un señor de Düsseldorf es directamente imposible.
Luego está el término medio. Un préstamo al Frob, o a algún vehículo especial, o al Tesoro, con unas condiciones que no provoquen la huida del inversor. Europa se haría cargo de la supervisión de la banca y de la gestión de las entidades intervenidas. Y, a cambio, se exigirán medidas al Gobierno para cuadrar el déficit. No es que tenga mucho que ver con el agujero de la banca, pero la lógica europea estos días apoya el sufrimiento como fuente de virtud.
¿Será este fin de semana? Depende. Depende de si el mecanismo convence, de las condiciones y de la fuerza con la que Guindos se vea para intentar aguantar otra semana más. Pero el rescate de la banca más solvente del mundo es, casi, un hecho.