Unidad política frente a la eurozona
Pese a que la cumbre europea que se celebra hoy en Bruselas se había presentado como un gran escenario para debatir sobre el binomio austeridad y crecimiento, además de una primera toma de contacto entre el presidente francés, François Hollande, y sus vecinos comunitarios, la agenda de fondo de la reunión va a resultar bastante más compleja. Una vez más, el inmisericorde azote de los mercados financieros sobre las economías más frágiles de la eurozona se ha convertido en el plato inevitable y de dudoso gusto de esta cumbre, como lo ha sido de otras antes de ella. Junto a la necesidad de adoptar una postura común sobre Grecia, España se ha convertido en la gran preocupación del encuentro. Un problema grave, cuya solución es extremadamente compleja, no solo por la dimensión y el peso de la economía española, sino -y sobre todo- por la diferencia de diagnósticos que España y sus socios mantienen sobre la enfermedad y el tratamiento. El Gobierno español llega a esta cumbre con una negativa rotunda -y muy probablemente, acertada- a aceptar cualquier solución a la crisis de deuda soberana que equivalga parcial o totalmente a un rescate, incluso si se trata de un rescate centrado únicamente en el sector financiero. Para el Ejecutivo de Mariano Rajoy, ello supondría estigmatizar gravemente al país y a su sistema financiero frente a los mercados y condenar al conjunto de la economía española a un largo camino en un desierto de financiación. La agenda española apuesta férreamente por forzar una intervención del Banco Central Europeo (BCE) que alivie de forma inmediata la brutal presión sobre la prima de riesgo en los mercados y garantice la estabilidad financiera en la zona euro. Una postura firme para la cual Mariano Rajoy ha pedido el apoyo explícito del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, en una conversación telefónica que debe auspiciar una deseable unidad política en esta cuestión. Berlín no ve con buenos ojos la propuesta española, dado el intenso temor alemán a que cualquier inyección de oxígeno sobre las economías con problemas traiga consigo una relajación del calendario de reformas.
Las diferencias que España y sus socios traen a esta cumbre evidencian un problema añadido, cuya gravedad es difícil minimizar: la persistente desconfianza que el corazón de la eurozona mantiene frente a nuestro país. Pese a que el equipo de Mariano Rajoy ha defendido con fuerza que España ha hecho sus deberes en un plazo récord, la UE y los mercados financieros continúan sin fiarse de la capacidad española para dejar atrás esta crisis. Esa diferencia de percepción es el gran problema que arrastra en este momento España, como constituye también el enorme reto que el Gobierno -con el apoyo de todos- deberá afrontar en Bruselas. Porque de poco sirve hacer los deberes si los mercados y nuestros socios persisten en ignorarlos.