Rentabilidad, seguridad y riesgo para el dinero
La crisis económica ha desatado una inseguridad en Europa que ha cuestionado la continuidad misma de la moneda que circula por la geografía de los países más ricos de la Tierra. La construcción imperfecta de la Unión Monetaria ha permitido que se resienta el proyecto con la aparición de la crisis financiera más virulenta que se recuerda desde 1929. La globalización de los movimientos de capitales, multiplicada por la ingeniería financiera y el uso de la tecnología, así como cierto espíritu destructivo contra el euro desde fuera de Europa, ha puesto contra las cuerdas el proyecto monetario más deslumbrante de cuantos se han ensayado en la historia. La pendiente por la que se desliza Grecia desde hace ya más de dos años, y a la que se han asomado Portugal e Irlanda, ha generado una psicosis colectiva subterránea y autodestructiva que debe ser gobernada con mucha prudencia para no desatar un pánico monetario en todo el continente.
El castigo de los mercados a España e Italia por considerar que sus niveles de deuda pública y privada, así como la supuesta endeblez de la solvencia de sus bancos, puede arrastrarlos por el peligroso drama heleno, junto a la política de hierática esfinge del BCE, han llevado en las últimas semanas el desasosiego a la sociedad. Fantasmas de otra época y otras geografías, como la posibilidad de bloqueo de los ahorros de la gente o la pérdida de valor total del dinero, han sobrevolado la mente de mucha gente, en parte alimentados por perversas apuestas intelectuales con poca más base científica que la simple imaginación. Aprendiendo lecciones del pasado, Europa ya dejó claro en 2010 que hay garantía gubernamental plena de los depósitos bancarios de los ahorradores, compromiso que ha calado hasta el punto de que ni en Grecia, donde la situación es explosiva y por torpezas propias y ajenas se ha enrolado en una espiral perversa, ha faltado el dinero en los bancos a disposición de sus propietarios, que no son otros que los ahorradores.
Pero la preocupación existe y en las últimas jornadas, cuando más se ha ennegrecido el panorama político en Grecia, los depositantes han comenzado a retirar cantidades elevadas de dinero de sus cuentas. El desasosiego, aunque en grado ínfimo, ha llegado incluso a España como consecuencia de los últimos coletazos de la crisis. Y, por elevación, la gente ha comenzado a preguntarse si su dinero está seguro en las entidades financieras. La respuesta es sí, completamente seguro.
El castigo de los mercados ha sido tan furibundo y amenaza tanto con no haber concluido su embestida, que ha zarandeado todos los destinos del dinero, incluidos los más seguros refugios, como los bonos del Tesoro o los corporativos. La Bolsa, donde los precios de las acciones cambian cada día, ha descendido a niveles de hace 10 años y, además de generar un efecto pobreza en los inversores particulares, ha extendido un infundado miedo a caídas aún mayores. Es innegable que la situación en Europa y en España es complicada, y que las decisiones tienen que ser combinadas para remontar la crisis y devolver la tranquilidad al agente más miedoso que existe, que no es otro que el dinero. Pero se han tomado muchas decisiones en los últimos meses y se intensificarán en los próximos, que deben dar resultados en el medio y largo plazo.
El refugio más tradicional del ahorro, el depósito bancario, tiene seguridad plena y una nada desdeñable rentabilidad ante la necesidad de la banca de cubrir sus vencimientos de liquidez en un mercado poco abierto. Pero las situaciones críticas abren un escaparate de posibilidades adicionales en las que existen dosis variables de riesgo, pero que esconden cotas de rentabilidad apreciables. El aserto de Warren Buffett que recomienda ser codicioso cuando la mayoría es temerosa vendría ahora como anillo al dedo de los inversores si no le asusta el riesgo. Pero además de los activos bursátiles, algunos de ellos con precios muy por debajo de su valor y con cuentas de resultados sólidas, las posibilidades comienzan a llegar a activos inmobiliarios que los bancos quieren sacar de sus balances para aligerar carga y liberar provisiones, así como los propios bonos públicos españoles, que, como demuestra la avidez de la demanda en cada una de las recientes subastas, no parece que vayan ser repudiados, ni su emisor a dejar de atender sus repagos.