La doctrina Gutiérrez, la deriva griega y la samsonite
¿Y ahora qué? Después de una huelga mediocre seguida de otra huelga mediocre hace 17 meses, y después de una manifestación generosa, qué.
Los sindicatos, el Gobierno y la oposición política tienen que hilar muy fino para no malinterpretar lo ocurrido en la calle el jueves 29 de marzo, no malinterpretar la situación en la que está la economía española y no malinterpretar los imperativos de la política económica. La determinación y la mesura deben ser debidamente administradas por todos para encontrar la única salida posible para superar una crisis que tienes números fieros de desempleo.
Aunque la situación tiene pocos comparables con el pasado, algunas lecciones podemos encontrar en él. Es verdad que nunca hubo en España más de cinco millones de parados, aunque sí lo es que el desempleo llegó al 24% de los activos y al 48% de los activos juveniles. Es verdad que España siempre ha encontrado impulsos económicos en las reformas, pero nunca ha tenido tan pocos instrumentos para reactivar la economía como ahora. No hay moneda, hay poco margen presupuestario, dependemos de los flujos financieros externos (la crisis es, como todos aquí, de balanza de pagos) y los chutes laborales de antaño ya no funcionan.
Por tanto, reformas, reformas y reformas, y mejor de profundidad que superficiales. El pequeño mundo para España ha cambiado, porque se han caído los muros en un Tierra plana, y ni la globalización admite bromas proteccionistas, ni el propio mercado del euro puede jugar a los dados con frivolidad. España es muy dependiente de la financiación exterior por el alto grado de endeudamiento familiar, estatal y corporativo, y tiene pocas opciones de medio plazo para salir de la crisis que sean las primas hermanas del pasado, las primas hermanas de las devaluaciones castizas. A largo plazo, habrá que corregir el sistema productivo para buscar una alternativa de servicios de calidad y manufacturas de media y alta tecnología, pero a corto, devaluación por medios modernos.
En los noventa fue la última vez que se buscó el auxilio de la demanda externa con cinco devaluaciones (cuatro efectivas y una simulada en la determinación del tipo de cambio con el euro). Y ahora, con los parámetros macroeconómicos mucho más debilitados que entonces, hay que optar por las reformas para ensanchar el crecimiento, hay que abaratar los costes y los precios para vender. Es el abecé del comercio. Y eso es lo que pretende una reforma laboral tan intensa como la aprobada por el Gobierno para europeizar la norma, y que solo será efectiva si va acompañada de otras muchas para encadenar sus efectos multiplicadores.
Por tanto, el Gobierno no tenía otra opción, la que la oposición había desechado mientras estuvo en la administración, y contra las que los sindicatos se han rebelado. Qué tiene que hacer cada cuál tras la movilización del 29-M. El Gobierno debe mantener la reforma, y perfeccionarla en el trámite parlamentario, puesto que puede haber aristas que convendría limar para sumar adeptos, puesto que cuanto más consenso, por supuesto que mejor.
La oposición política debe contribuir a la operación para canalizar allí donde está la representatividad popular y soberana la oposición expresada en la calle y agitada por los sindicatos. El PSOE ha jugado a la ambigüedad en este proceso, comprendiendo primero a los sindicatos, solidarizándose después, y marchando con ellos detrás de la pancarta. Seguramente las señales enviadas por las elecciones andaluzas le han empujado a hacerlo así: quiere evitar que el espacio de la oposición social lo capte enteramente Izquierda Unida.
Pero es una operación muy arriesgada, y en la que la ciudadanía no quiere ver al PSOE. Esa es la estrategia de Izquierda Unida. El electorado moderado de la izquierda prefiere ver al PSOE en el debate parlamentario aportando soluciones políticas para suavizar el conflicto social, un concepto que hay que gobernar con mucha mano izquierda para que no se helenice. El PSOE es un partido de Gobierno, y como tal debe comportarse, obviando, como hizo en su congreso federal, a Zapatero y al zapaterismo. La estrategia de Rubalcaba debe consolidarse en el Parlamento, y tendrá que emplearse a fondo en ello, porque corre el riesgo de que más de la mitad de las federaciones del partido queden bajo el control de “la oposición”, bajo el control de Chacón, o bajo el descontrol.
¿Y los sindicatos, qué? Deberían beber con moderación el elixir de su manifestación, y escrutar por qué cada vez menos gente va a sus llamadas de huelga general. Seguramente algo influye la situación crítica por la que atraviesa España, que ayuda más a comprender el activismo del Gobierno, por radical que parezca, que confrontismo de los sindicatos. Agarrados a una legislación laboral proteccionista, franquista, sí, franquista, pocas veces han tenido una estrategias constructiva, y desde luego la han ensayado muy poco desde que arrancó esta crisis. Pero si no se aferran ahora a ella, y se aferran al espejismo de la movilización, corren un riesgo muy serio de caminar hacia la irrelevancia.
Esto no es la primera vez que ocurre. Ya ocurrió en los noventa. A partir de 1992 el Gobierno, González al mando, comenzó a corregir algunos de los excesos del solaz laboral del desarrollismo, y no encontró otra respuesta que la huelga general. Triunfó una vez (1988), forzó fuertes incrementos de gasto público, y, además de germinar la semilla de la siguiente crisis fiscal española (la de los noventa), envalentonó tanto a los sindicatos que a puntito estuvieron de morir de éxito. Otra huelga en 1992 (mayo), y otra más en enero de 1994.
Pero esta no salió bien. No salió bien porque España tenía, con cuatro millones de parados, necesidad de algo que los sindicatos no aportaban. Gutiérrez, a la sazón renovador sindicalista de Comisiones Obreras desde dentro, se quedó solo en Sol arengando a los piquetes, porque Redondo tenía vergüenzas que esconder (la financiación ilegal con la cooperativa de viviendas PSV), y terminada la huelga se vió en la obligación de corregir el tiro.
Corregir seriamente el tiro o desaparecer. Esa fue la doctrina Gutiérrez: girar para sobrevivir; negociar para aportar, para ser útil a la clase trabajadora, poco sindicalizada y cada vez menos industrial. Aunque terminó cuasi renegando de su planteamiento, metió a Comisiones en una vertiente puramente sindical, alejada de la política, y logró hasta rescatar a la UGT, que acababa de cambiar a su equipo de dirección para que nada cambiara. Nicolás Redondo, acosado por los estafados de la PSV tuvo que hacer un congreso confederal protegido por la policía, y en un clima de enfrentamiento visceral con el PSOE y con Felipe González, hizo la samsonite y se fue.
Y ese ejemplo puede repetirse si los sindicatos no retoman la senda de la construcción negociadora, si no corrigen la imagen lentamente fabricada de instrumento poco útil, poco relevante. Comisiones Obreras ha sido arrastrada a esta huelga general por una corriente interna que camina a caballo entre PSPE e IU, y que está mas interesada en la política que en la acción sindical. Y su secretario general, que no está en esa corriente pero se sirvió de ella en su día para echar a José María Fidalgo (quien consolidó, al parecer sin mucha raíz) la doctrina Gutiérrez, está ahora atrapado.
Atrapado entre una parte de su sindicato y una UGT cómoda en su misión de rescatar al PSOE del agujero en el que lo han metido los electores en noviembre pasado. Ni una posición ni la otra son las que España precisa ahora. Ahora precisa gente que entienda qué significa negociar y para qué están los sindicatos bajo el cielo. Deben ayudar a pulir aristas de la reforma, y deben buscar instrumentos que equilibren, sino hoy sí mañana, las políticas tan austeras del Gobierno. Porque un día u otro Europa abrirá la mano, y podrá practicarse keynesianismo, aunque sea del bueno.
Si están ahí, serán relevantes. Si no lo están, alimentarán la deriva griega, proyectando una imagen de España cada vez más peligrosa, con el riesgo que ello tiene, y su relevancia hará irrelevante a España. Ya sabemos que hasta las tornas tácticas de la negociación se han cambiado; pero hay que negociar aunque la reforma esté en el boletín oficial. Si consideran que ese modelo ya no vale, que dejen paso a otros, que los hay en UGT y CCOO, y cada vez alzarán más su voz.