El reto del euro
Los planteamientos económicos de Deng Xiaoping, posiblemente el político más importante del siglo XX, han cambiado el mundo.
En China, en India, en Brasil y en muchos otros países miles de millones de seres humanos cuyos objetivos básicos son no pasar hambre, combatir las enfermedades básicas y tener una vida un poco más digna, van viendo que pueden lograrlo por medio de una estabilidad política, una eficaz organización productiva y trabajar las horas que haya que trabajar. La manera de organizar el trabajo de todos estos países nos puede parecer que carece de los elementos más básicos del Estado del bienestar y, en algunos casos, cercana al esclavismo. Pero la gente acepta la situación y la apoya, pues les está ayudando a salir de la miseria y de la indignidad.
El mundo del euro, con 300 millones de personas, representa menos cada día y tiene que adaptarse a este competitivo nuevo mundo que no va a menos, sino por el contrario, crece cada año con una pujanza espectacular. Un mundo ferozmente competitivo y casi sin reglas del juego, pero que es al que vamos. Con el tiempo, las poblaciones de todos estos países irán demandando mejoras en las condiciones laborales y en materia de seguridad social y de servicios públicos, y se irá convergiendo hacia una economía global más coherente. Pero todo ello es a largo plazo.
Los países que entraron en el Euro sabían que perdían la herramienta de la devaluación de la moneda como elemento para recuperar competitividad. En España la utilización de esta herramienta había sido característica de toda la etapa de desarrollo. La alta inflación hacía perder competitividad y, de vez en cuando, se devaluaba la moneda para mejorar la situación competitiva. Tan claro era el esquema, que las devaluaciones de los años 1992 y 1993 se denominaron devaluaciones competitivas.
Al no poder devaluar la moneda, la única forma de ganar competitividad es mejorar la productividad. Lo sabíamos desde el primer día de la moneda única, pero todo iba tan bien desde que entramos en el euro y fueron bajando los tipos de interés y subiendo los precios de los activos, que nos olvidamos del tema fundamental que nos debía ocupar: la productividad.
¿Qué elementos intervienen en la productividad? La productividad es un tema básicamente de organización de la empresa, pero en el que podríamos decir que entra todo. El estar en el mercado único, amplía el abanico de posibles proveedores y ayuda a mejorar la productividad. El nivel de gasto público se basa en unos impuestos que en gran parte pagan las empresas y forman parte de sus costes, y en consecuencia influye en la productividad. Lo mismo sucede con el dinero que se detrae para pensiones, cualquiera que sea su esquema de financiación. Los convenios provinciales y nacionales reducen los elementos que puede manejar cada empresario para mejorar su productividad. Los niveles de absentismo de algunas empresas españolas son insostenibles. La laxa exigencia en el trabajo del sector público tiene un efecto contagio que hace más difícil la tensión en el sector privado.
Se podrían enumerar muchos más elementos, ajenos en principio a la pura organización empresarial, pero que influyen en la productividad y deben ser tenidos en cuenta si se quiere mejorar la posición competitiva de nuestra economía.
¿A qué niveles de productividad habría que llegar? La cotización del euro va a estar básicamente relacionada con la productividad de los grandes países y todo país que quiera formar parte del grupo del euro necesitará una productividad adecuada a la cotización que tenga la moneda. No basta con alcanzar la productividad media de los países del euro, pues aquellos que tengan una productividad claramente más baja que los países líderes no atraerán inversiones, no equilibrarán sus importaciones y exportaciones, no tendrán equilibrio en su entrada y salida de capitales y tendrán que reducir su nivel de vida y de servicios o irse endeudando.
La productividad es un tema importantísimo y que hay que plantear desde ahora. Pero hay un tema mucho más urgente: la crisis de la deuda. Sin resolver este último no se puede hacer nada en los demás. Y, curiosamente, la resolución del problema de la deuda está ligada a cómo se encara el de la productividad.
Para que se aporten los recursos necesarios para las soluciones que se están planteando, es necesario que los países que precisan más ayudas demuestren que son conscientes de que hay un largo camino por recorrer y muchos sacrificios a realizar y que están dispuestos a ello.
Tomás Alberdi. Inspector de Hacienda del Estado