S&P dinamita sus propias AAA
La crisis financiera mundial ha pasado por el barro la reputación de las agencias de rating. Pero casi no hubiera sido necesario. Ellas mismas se bastan para cuestionar sus propios méritos.
¿Se imagina una marca de coches que recomendara a los compradores desconfiar de la seguridad de un determinado modelo? En el mundo empresarial, suena a disparate, pero en el universo paralelo de las agencias de rating todo es posible.
Y es que el revolcón que sufrieron con sus fallidas calificaciones de las hipotecas subprime u otros muchos activos marcados con la máxima solvencia mientras caían como moscas por un interior tóxico que ninguna de las tres grandes (Moody's, Standard & Poor's y Fitch) supo ver, ha llevado a estas compañías a una curiosa reflexión sobre su modelo.
Solo opiniones. Desde que en el Congreso de Estados Unidos se quitaron toda responsabilidad sobre su culpa en la crisis asegurando que lo suyo eran meras "opiniones", las agencias de rating han emprendido una campaña para recomendar a los inversores que hagan sus propios análisis y que usen las calificaciones como una orientación. Pero Standard & Poor's (S&P) ha ido un paso más allá. En un informe con tintes autodestructivos, la agencia recomienda a los inversores dudar de las calificaciones, no buscar solo activos AAA (la famosa triple vocal, que señala las inversiones más solventes) y evitar comulgar con opiniones mayoritarias. Y eso lo ha dicho solo cuatro días antes de lanzar su veredicto sobre la solvencia de la eurozona en pleno. "En nuestra opinión, la actual crisis financiera ha demostrado que los puntos de vista comunes y el uso generalizado de metodologías similares poco a poco puede aumentar los riesgos sistémicos en los mercados globales", sentencia S&P.
Ya el título del informe donde Standard & Poor's hace estas reflexiones da una idea clara de su contenido: "¿Deben las AAA ser la única referencia en los mercados?"
La respuesta de S&P es que no. Y eso, en boca de una empresa que se gana la vida vendiendo este tipo de calificaciones, resulta, cuando menos, sorprendente.
¿Por qué se cuestiona la AAA? Las explicaciones son dos y ninguna tiene nada que ver con que las agencias de calificación se equivocaran en juicios pasados.
La primera razón es que S&P asegura que los inversores creen que las notas de las agencias significan lo mismo, cuando no es así. Una AAA de Moody's y otra de Fitch no implican lo mismo, según Standard & Poor's, porque los criterios para darla y la metodología con la que llegan a sus conclusiones son distintos. De ahí que el inversor deba bucear en esa calificación y quedarse con los motivos, más que con la nota final, y también investigar por su cuenta cuál es la realidad.
Resulta que la calificación debe ser solo una referencia, pero el ciudadano de a pie no se ha dado cuenta, a juicio del informe de S&P. "Los inversores generalmente han seguido por el mismo camino y siguen centrándose más en si el rating de una acción es AAA y menos en la metodología que hay detrás de esa nota y qué agencia la ofrece".
S&P es consciente de que hay algún pequeño detalle que puede haber provocado entre los inversores la sensación de que las notas son iguales. Por ejemplo, que todas tienen un número parecido de calificaciones (unas 20), que significan genéricamente lo mismo y que incluso alguna de ellas comparte exactamente las mismas letras.
S&P no carga solo contra los inversores. También contra los reguladores, que muchas veces exigen una determinada calificación para ciertos propósitos. También ellos estarían equivocados y estarían provocando una especia de burbuja o sobreestimación de las AAA.
Cada vez hay menos matrículas. La segunda explicación frente a la pérdida de valor de la triple A que proclama S&P es que la calificación de sobresaliente es cada vez más difícil de conseguir. Según un informe del Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés), en 2006 el 55% de los activos de renta fija tenía la máxima calificación. Ahora, por supuesto, la historia es muy distinta. La agencia insiste en que es por los efectos de la crisis en los activos y en las economías soberanas, pero a eso hay que añadir que las empresas medidoras de riesgo han aprendido la lección o, al menos, han rebajado con mucho su anterior generosidad puntuadora.
Puesto que hay menos matrículas de honor (el equivalente a una calificación AAA), S&P recomienda a los inversores que no tengan miedo a abrirse a otras notas más bajas, eso sí, manteniendo los preceptos anteriores: investigación propia y decisión basada en las razones de la calificación, no en la nota en sí.
¿Para qué se necesitan entonces las agencias? Esa es la pregunta. Fallaron estrepitosamente para anticipar la crisis, aseguraron que activos basura tenían la máxima solvencia, son un instrumento a favor del ciclo demoledor tanto al alza como a la baja y ellas mismas cuestionan su importancia.
Sin embargo, cada sentencia que dictan sigue provocando una reacción inmediata en los mercados, y los países luchan con denuedo para no ser degradados (como están demostrando Francia o Estados Unidos) por muchas voces que se hayan levantado en contra de las agencias de rating. Quizá ellas no tengan toda la culpa y alguna deba repartirse entre los inversores y los reguladores: ellos son los que les dan el poder.