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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La complicada adolescencia del euro

Un proverbio caló asegura que no es bueno ver a los hijos con buenos principios, que prefieren la virtud para la madurez, porque exhibirla en juventud atrae la general envidia y con ella, la enemiga de los semejantes. Esa misma evolución gráfica ha experimentado el euro: tras un lanzamiento fulgurante que envolvió de glamour las economías europeas, y tras abrirse paso en el belicoso mercado de las divisas como una moneda de reserva, comenzó a concitar las envidias de sus iguales y, por los trastornos propios del crecimiento y la difícil compatibilidad de algunas de las piezas del mecano, con las defensas bajas en la epidemia de la crisis financiera, a punto estuvo de morir de éxito. Cuando los vientos recios de la crisis han embestido sin piedad, los creadores de la Unión Monetaria Europea han observado carencias básicas, que han tenido que subsanar de mala manera en plena tormenta y que en absoluto constituyen todavía hoy un seguro a perpetuidad. Ni mucho menos. La complicada adolescencia del euro tiene que ser superada aún con esfuerzos suplementarios que corrijan los desperfectos que supone agregar 17 economías asimétricas, tanto en sus fórmulas de producción y distribución como en sus modelos de gestión.

El bochornoso episodio protagonizado por Grecia, que entró en la zona sin que nadie advirtiese del falseamiento de sus números, ha estado a punto de tirar por tierra la culminación del proyecto político, económico y social más ambicioso creado jamás en el planeta, cual es la creación de una zona monetaria común en el territorio sacudido por las más feroces de las guerras en un pasado reciente. Su incapacidad para afrontar las deudas contraídas, que tendrá que ser subsanada durante décadas por sus socios, ha obligado a revisar los fundamentos institucionales de la Unión, que ahora debe caminar a una unidad fiscal casi absoluta y a una igualación de los grados de protección y libertad de todos los mercados de bienes, servicios y factores. Solo así será posible limar las asimetrías económicas entre los socios y acompasar el crecimiento en todo el territorio.

Alemania y Francia comandan una refundación de la Unión Monetaria en tal sentido que precisa de cambios radicales en los tratados y que, sin decirlo, dará más libertad de movimientos a la autoridad monetaria para combatir los vientos fieros de los mercados, que siguen presionando la débil adolescencia de la moneda única. Diez años después de su arranque como moneda de más de 300 millones de europeos, y pese a haberla llevado cerca del precipicio, la moneda única comienza a superar los obstáculos más duros y de esta crisis debería salir más fortalecida de lo que entró. A la disciplina fiscal que abarata el coste de financiación y mantiene bajo siete llaves la inflación, el Banco Central Europeo tiene que ampliar su cometido hasta convertirse en un poderoso guardián y valedor de la divisa que circula por las plazas y mercados de los países más libres, más democráticos, con más arraigo cultural y más ricos del planeta. Los europeos en general, pero más aquellos que han visto en sus carnes clavadas la dentellada de la mayor crisis económica de los últimos ochenta años, han perdido una parte importante del entusiasmo desatado del día 2 de enero de 2002, cuando las nuevas monedas y billetes de euro comenzaron a deslizarse en sus manos. Los gobernantes deben acelerar los esfuerzos de rigor fiscal para que las deudas acumuladas sean financiables y poder aplicar a renglón seguido los estímulos sin los cuales es complicado que se recupere la actividad. El BCE debe dar los pasos necesarios en paralelo para disponer de la fuerza de tiro propia de la que debe convertirse en la primera zona monetaria del mundo, y permitir que se complete el proyecto europeísta.

En absoluto están establecidas todas las barreras para neutralizar las dificultades ni han cesado los ataques a la deuda y los activos europeos. Pero se han dado pasos muy importantes, pese a la parsimonia del engranaje comunitario, y salvo en plazas muy críticas con el proyecto, nadie en Europa con responsabilidades económicas o políticas imagina un futuro sin euro. Y en España, donde ha sido desde su aparición un símbolo de progreso y estabilidad, los agentes económicos, sociales y políticos comparten en este caso una desacostumbrada unidad de criterio.

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