De competir con el dólar a caminar sobre el alambre
En su primer decenio de vida, la moneda única ha impulsado una época de fuerte crecimiento económico, lastrado en los últimos años por los problemas de la deuda
El debut de la moneda única en la calle coincidió con el protagonismo de España en el seno de la Unión. Diez años han pasado ya de aquel 1 de enero cuando Madrid estrenaba moneda y presidencia de la UE, siendo uno de los países con más potencial del Viejo Continente.
España escribió su nombre con letras de oro en el proceso de fundación de la eurozona. En la cumbre de la Unión celebrada el 15 de diciembre de 1995 en Madrid se bautizó a la nueva moneda como euro, dejando atrás el nombre de ecu, resultante de la cumbre celebrada dos años antes en Maastricht. En aquella reunión se marcó el camino a seguir para la implantación de la moneda, que comenzaría a actuar, de forma virtual, en enero de 1999, para entrar finalmente en circulación el primer día del año 2002. La expectación fue máxima en el acto de introducción celebrado en Bruselas: "El euro es el símbolo de la fuerza de nuestra unión y la semilla del liderazgo que queremos para la UE en el mundo", proclamó el entonces presidente del Gobierno, José María Aznar.
En 1999, 11 países se adhirieron a la divisa: Alemania, Austria, Bélgica, España, Finlandia, Francia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y Portugal, además de otros tres que no pertenecían a la Unión: Mónaco, San Marino y Ciudad del Vaticano. Un año después se uniría Grecia. La moneda única se concibió como un instrumento esencial para disputar el liderazgo económico y comercial a Estados Unidos. Sin embargo, los primeros pasos del euro fueron muy duros, con una devaluación superior al 25% en un año y medio, lo que llevó al BCE a intervenir sobre la moneda en una actuación conjunta con EE UU, Japón, Reino Unido y Canadá.
Entre los miembros de la UE destaca la negativa a la adhesión de Reino Unido, Dinamarca y Suecia. Los daneses mostraron su rechazo en un referéndum, celebrado en el año 2000, con el 53,1% de las papeletas, lo que generó una creciente incertidumbre en torno a la divisa naciente. Suecia vetó su entrada tres años después en una consulta popular en la que el no recibió el 51,8% de los votos.
A partir de 2002, con el cambio de las monedas y billetes en los 12 Estados, el euro comenzó a apreciarse y a convertirse en una divisa sólida. A mediados de la década, el conjunto de los países de la eurozona experimentó un fuerte crecimiento, en el que su estabilidad y solidez jugó un papel clave. En el año 2006 entró en el club el primero de los países de la antigua Unión Soviética: Eslovenia, al que seguirían Eslovaquia, en 2008, y Estonia, en 2010. Las islas de Chipre y Malta celebraron su entrada en 2008. Las grandes desigualdades económicas existentes entre los diferentes países miembros provocaron ciertas sospechas sobre a la viabilidad de la divisa, sin embargo, desde Bruselas el mensaje era claro: "Hay que respetar la obligación de no superar el 3% de déficit; el equilibrio presupuestario es la principal ancla para defender la moneda", proclamó Pedro Solbes en 2003, desde su cargo de comisario europeo de Asuntos Monetarios.
æpermil;poca de dudas
La crisis de la deuda soberana en Europa ha generado ciertas dudas sobre la viabilidad del proyecto y la conveniencia de regresar a las antiguas monedas nacionales. La incertidumbre se ha extendido a los países del Este, que han pospuesto, sin fecha fija, su entrada, a la espera de revisar sus ventajas e inconvenientes. Tal es el caso de Polonia, que anunció en 2008 su ingreso en el euro para el año 2012, pero que lo ha cancelado a corto plazo.
Para Varsovia ha sido muy positivo poseer una divisa propia, el zloty, ya que su depreciación ha favorecido las exportaciones. "Nos prepararemos para una eventual adhesión en 2015, pero no entraremos si no estamos seguros de la salud de la divisa", advirtió recientemente el primer ministro, Donald Tusk.
Este caso ejemplifica el sentir de los países del Este, que dudan de la conveniencia de unirse el club. En palabras del ministro de Economía de Hungría, György Matolcsy, "si uno es fuerte, es positivo ser parte de la eurozona, pero si se es débil, su vida corre peligro". El euro encara una fase decisiva para su futuro. Los próximos movimientos de los actores implicados dictarán la sentencia de la moneda común.