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Tribuna
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A la espera de Alemania

La reunión de los jefes de Estado de la UE en Bruselas se ha cerrado con un paso adelante hacia la unión fiscal pero ha dejado grandes dudas sobre la resolución de la acuciante crisis del euro, y ha terminado con una fractura con el Reino Unido. Tal y como se esperaba han triunfado las tesis alemanas. Merkel ha marcado la pauta y dictado la hoja de ruta: una nueva arquitectura legal e institucional, reglas fiscales estrictas, sanciones para los países incumplidores, y cambios en las Constituciones nacionales y los Tratados.

Tampoco ha sido una sorpresa la victoria de la austeridad, y eso pese a la evidencia de que nos encontramos no sólo ante una crisis fiscal como siguen alegando los alemanes, sino ante una crisis de balanza de pagos. Por más que insistan en la tesis de la irresponsabilidad fiscal, la evidencia -como bien sabemos en España, que antes del inicio de la crisis de 2008 tenía superávit fiscales y uno de los niveles de deuda más bajo de la UE- demuestra que también han sido los diferenciales de competitividad y los desequilibrios en la balanza de pagos los verdaderos problemas.

El peligro, por supuesto, es que si no reconocemos y analizamos de forma efectiva la naturaleza de la crisis y la debilidad del modelo institucional que ha sido incapaz de prevenirla, estamos abocados a implementar las recetas equivocadas para resolverla. Las resoluciones de la cumbre, al centrarse en una unión fiscal e imponer sanciones por la violación de las reglas, tratan de evitar que ningún país pueda aprovecharse de la unión monetaria para aumentar su déficit y su deuda poniendo en peligro al resto de la unión. En este sentido la creación de un pacto fiscal será positivo en el largo plazo para evitar una crisis de esta naturaleza.

Sin embargo, las decisiones del viernes no aportan una estrategia de salida en el corto plazo a la fuerte recesión que están sufriendo los países de la periferia de la eurozona; ni van a aliviar la preocupación de los inversores sobre la capacidad de estos países de mejorar sus cuentas publicas, porque no resuelve los problemas de fondo.

Al contrario, la fijación obsesiva con la austeridad y la imposición de más medidas de ajuste va a dificultar, al menos en el corto plazo, las perspectivas de crecimiento y de mejora en la crisis fiscal de los países afectados, incluidos el nuestro. Además, una unión fiscal no va a resolver los problemas de falta de crecimiento y competitividad, ni los desequilibrios en la balanza de pagos que hemos tenido en la zona euro durante la última década.

Una vez más, y ya hemos perdido la cuenta de las que llevamos, los líderes europeos ha generado grandes expectativas y han hecho grandilocuentes y ambiciosas declaraciones, pero han fracasado en su intento de hacer lo necesario para poner un final convincente a la crisis del euro. Al contrario, estamos otra vez ante un popurrí de soluciones que puede evitar una crisis inmediata pero que es todavía insuficiente. Ha habido un compromiso pero no una solución a la crisis.

Esta cumbre no va terminar con la crisis y puede no evitar la bajada de la calificaciones de 15 países europeos con la que acaba de amenazar Standard & Poor's. Los mercados pueden reconocer que se ha avanzado (y el viernes la respuesta fue moderadamente positiva), pero los líderes europeos siguen avanzado a un ritmo político que dista mucho de la velocidad a la que operan los mercados. Y siguen sin admitir que esas diferencias de velocidad pueden llevar a la destrucción del euro.

Llevamos semanas diciendo que la solución tiene que venir por la vía de la intervención masiva del BCE y que al final se decida a funcionar como el banquero de último resorte y a usar su bazuca; y por la creación de algún tipo de eurobono. La obcecación de Alemania sigue haciendo estas opciones imposibles. Dado que estas soluciones parecen inevitables si de verdad queremos salvar el euro, la impresión que queda es de que los alemanes siguen tratando por todos los medios de obtener el mayor tipo de concesiones antes de dar su visto bueno a estas medidas. El peligro es que el tiempo pasa y que cuando queramos adoptarlas sea demasiado tarde.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia Polític en la Universidad de Suffolk en Boston, Estados Unidos

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