_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Quién dijo miedo?

En Estados Unidos existían, hasta el mes de agosto, al menos 90 demandas interpuestas relacionadas con la deuda hipotecaria. Parte de ellas son de entidades financieras entre sí y otras del Gobierno contra las entidades de ese país. Estos litigios se han cuantificado de forma agregada en 197.000 millones de dólares o 137.762 millones de euros. Esta cifra representa casi el 2% del PIB de ese país o un 13% del PIB español. Estas reclamaciones demuestran, primero, que esta crisis mundial, ya muy prolongada, tiene una raíz profunda que continúa en el mismo lugar, aunque se ha hecho muy visible por sus ramificaciones hacia distintas áreas económicas; y, segundo, que el proceso de demandas, en la actual coyuntura, es un nuevo motivo para el conflicto y poco conveniente para avanzar en la solución.

Al mismo tiempo, líderes de relevantes instituciones económicas públicas y privadas han advertido, en diferentes foros, acerca de nuevas dificultades para el crecimiento económico de los países, aunque de forma tal que parece que se confunde el riesgo con la incertidumbre. Es frecuente, pero erróneo, utilizar ambos conceptos como sinónimos. La incertidumbre se produce si no es posible adjudicar probabilidades a resultados que pueden identificarse; pero, cuando pueden identificarse y pueden adjudicarse probabilidades a diversos resultados, estamos en presencia de riesgos. En ese sentido, tiene efectos muy diferentes tomar medidas para reducir el riesgo que la incertidumbre.

La crisis ha obligado a acometer reformas en las economías que, si en sí mismas resultan necesarias y útiles para el futuro, resulta discutible su relación con el problema que pretendían resolver. Rebajan la incertidumbre, pero no los riesgos, y para reducirlos se apela al principio de precaución que, llevado al extremo, suele originar lo que se denomina riesgos sustitutos.

Con el fin de evitar el riesgo de aumento de la deuda pública, se han tomado medidas restrictivas en Estados Unidos y en la zona euro cuyo efecto ha sido la creación de otro riesgo: la reducción del crecimiento. Posiblemente, en la idea de no subestimar la crisis, como ocurrió al no detectarla en su génesis, líderes capaces de crear opinión e influir en las decisiones han creado un riesgo sustituto: el miedo. El miedo es una emoción y cuando hay en juego emociones intensas, las personas se concentran en el resultado adverso y no en la probabilidad. Se puede exigir a las compañías de agua que informen del nivel de arsénico del agua corriente, que en las sociedades avanzadas es de 25 partes por 1.000 millones a un mínimo de 5 partes por 1.000 millones. Expresado así causa alarma sin aportar información útil, puesto que es habitual en todo comportamiento descuidar la probabilidad y, por tanto, las personas se obsesionan con el resultado malo: el agua lleva arsénico; de manera que la ansiedad y angustia que provoca no mejoran la comprensión del riesgo.

Al informar sobre un riesgo es necesario compararlo con otros de la vida diaria para que se comprenda la magnitud, si no, aumentará la alarma. Si se habla de recesión o de cualquier riesgo elevado, el público espera que se le diga a qué hora, qué día y cómo llegará, y si carece de esos datos, actuará como mejor considere, generalmente alejándose de lo que cree peligroso.

Un riesgo, consecuencia de la crisis, muy perjudicial por su magnitud y al que no se presta atención, es el de la fractura social, que se hace evidente en términos de desigualdad. De continuar en los niveles que se están alcanzando, lastrará el crecimiento económico. La acumulación de frustraciones -zonas urbanas deterioradas, alta densidad demográfica, desorganización familiar, fricciones étnicas interculturales, arbitrariedad y violencia de la policía, falta de absorción en el mercado de trabajo- desemboca en una conducta destructiva sin objeto.

Hay abundantes ejemplos, entre los más recientes, la expresión delictiva de descontento social en Gran Bretaña en agosto. A pesar de que Gran Bretaña tiene una tasa de paro menor que la de España, su estructura social es muy frágil. Sus niveles de desigualdad, de todo tipo, como reconoce su Parlamento al resaltar la exclusión financiera y los perjuicios para los consumidores, lo sitúan a la cabeza de los países occidentales.

Cass Sunstein dice que cuando los riesgos no capturan la atención en absoluto podrían tratarse como nulos, aunque merecen una considerable atención. En la mayor parte del tiempo el miedo público es bipolar, los peligros parecen significativos o parecen no existir en absoluto.

Ni siquiera los países más estables pueden descuidar estos riesgos ni el impacto de sus afirmaciones públicas, de hecho, no tienen más que recordar las palabras de sus propios pensadores para entender ese riesgo, como las del pastor Martín Niemöller acerca de Alemania en la década de 1940: primero, vinieron por los socialistas, pero no hablé porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas y no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos y no hablé porque no era judío. Luego vinieron por mí y no quedaba nadie que hablara por mí.

Carlos Balado. Director de Obra Social, Comunicación y Marketing Corporativo de la Confederación Española de Cajas de Ahorros

Archivado En

_
_