Nada nuevo desde París
Francia aspira a preservar todavía su grandeur en Europa. Aspira a ser no siendo, toda vez que otros no pueden ni siquiera emular al Elíseo. Londres no está por la labor, tampoco en la zona euro y su gobernanza. Berlín no puede sola, o si puede, no quiere hacerlo sola. Necesita un dueto armónico, y en esa partitura Nicolás Sarkozy es perfecto. Escenifican en el Elíseo algo consabido. Es necesario un gobierno económico común, pues la realidad de Europa no es sino un constructo económico con una tímida argamasa política. Inviable esta por el soberanismo asfixiante, lo económico es basilar si no queremos que todo bascule hacia la nada.
Algunos hablan de salir del euro, otros sin embargo de ponderar una nueva moneda, la buena, un nuevo marco alemán, y la mala, el euro para los países periféricos lastrados por la deuda y el angosto despilfarro. Pero hete aquí que Francia también está lastrada económicamente, incluso sobrepasada por su deuda que implica ya un 97 % de su PIB.
Así las cosas, nada mejor que escenificar en París una coreografía de la nada y de mínimos y aparentar que hay mando en plazo, del brazo de Merkel, la todopoderosa BundesKänzlerin germana, harta de la falta de rigor, eficacia, esfuerzo y transparencia de buena parte de sus consocios europeos. Mejor buscar un entendimiento con un afín poderoso, o aparentemente poderoso, que no dormir en un nirvana de complacencias mediterráneas como el tutor o institutriz y sus bisoños, trastes pupilos.
Sitúan nada menos que como epicentro de la salida a la crisis el impulso y creación de un verdadero gobierno económico, prestos u obligados líderes en un momento de gran mediocridad y falta de liderazgo político, económico y social, reconociendo en suma la falta, la incoherencia pero a la vez lo único verdaderamente importante de la Unión, lo económico. Para ello, y para evitar más burocratización, que el presidente del Consejo, Van Rompuy lo presida con los diecisiete jefes de gobierno de la zona euro.
Donde queda el resto, la zona no euro, y por otra parte, qué competencias y qué grado de independencia tendría el presidente, son dos interrogantes que se responden solo con una palabra: Berlín. Harían bien de paso, en exigir un mayor rigor en la política fiscal de toda Europa, pero también en la política monetaria, sobre todo de cara a evitar el colapso del propio Banco Central Europeo si sigue comprando una multimillonaria deuda de los estados que no es sino el bifronte necesario para gobiernos que gastan demediadamente. Exigen equilibrio presupuestario, algo que se enseña en cualquier facultad pero que pronto los gestores de lo público olvidan y esquivan. Pero de nada sirve jurídicamente y menos en tiempos de crisis e incertidumbre de vaivenes insoslayables recoger en los textos constitucionales máximos o topes de endeudamiento. Como máxima o principio constitucional nada que objetar, como práctico, absoluta nimiedad, pues ¿qué categoría o rango tendría ese postulado en la propia constitución?, ¿un mero principio rector de la política socio económica?
Nuevas tasas, nuevos impuestos. Ahí introducen el dedo en la llaga, y anuncian lo que todos los gobiernos, del ámbito político que fueren y administrativo, harán a partir de ahora. Imposición de transacción financieras de cara a un escenario de mayor competitividad del euro y como mero brindis al sol de un pacto reforzado, un intento de impuesto de sociedades común para las empresas alemanas y francesas, sin anunciarnos si el gravamen es europeo, es nacional o binacional.
Jurídicamente pero también tributariamente hay mucho qué decir al respecto, porque entre otros extremos, lo que era a 27, o incluso a 17 en zona euro, empieza ya a ser a 2. Decía el viejo canciller alemán Kohl que esta ya no es su Europa. La discípula piensa por sí misma, y si no que se lo digan al presidente francés, cuyo papel de sobreactuación sobrepasa su peso o rol real, que hasta hace pocos días veía con buenos ojos la creación de eurobonos y ahora, tras la reunión del Elíseo, lo ve como amenaza grave para los estados más sólidos, estables económicamente y rigurosos presupuestariamente.
En fin, nada nuevo de esta reunión de verano parisino, nada nuevo que no hayamos visto antes y que no esté de antemano hablado o impuesto desde la cancillería alemana. Cada cual asume el rol que está dispuesto a asumir, y los otros 25, salvo Reino Unido, no tienen mucho qué decir, mejor callados y a obedecer. Vamos por buen camino dice Merkel, pero olvida decirnos hacia dónde conduce aquél.
Abel Veiga. Profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Pontificia Comillas