Crisis y educación
En la introducción que el vicepresidente del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha hecho de su propuesta para seleccionar maestros y profesores ha acudido a la afirmación, repetida por muchos, de que la mejor aportación que se puede hacer para superar la crisis es incrementar el esfuerzo en educación. Naturalmente, estoy a favor de incrementar ese esfuerzo y no estoy en contra de la propuesta de selección, pero la manida justificación incita a la matización, si no al desacuerdo.
El sistema educativo español, con todas sus deficiencias, ha hecho un enorme esfuerzo en los últimos 30 años para alcanzar a la práctica totalidad de la población española y en los últimos 12 para integrar a miles de niños y jóvenes de otras culturas. Y en la escala más alta de la pirámide educativa hay cientos de científicos españoles de muy alto nivel. Y la educación secundaria, con todas sus deficiencias, produce unos resultados que parecen no estar muy alejados de la media de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico).
Y todo ello se ha logrado pese a una excesiva volatilidad del marco normativo de la educación y, sobre todo, pese a producirse en una sociedad en el que el conocimiento dista mucho de ser un valor relevante. Y este aspecto social es importante por varias razones. Por un lado, porque, como pone de manifiesto el Informe PISA, el entorno cultural de la familia es un factor determinante de los resultados escolares: los adolescentes españoles de entorno familiar más culto obtienen unos resultados similares a la media del país más avanzado.
En segundo lugar, porque la desmotivación que se observa en los docentes de la enseñanza secundaria (tienen que ser elegidos mejor, pero tienen que estar más motivados) es consecuencia de la baja valoración social de su función, que está, a su vez, condicionada por el muy escaso valor que la sociedad española otorga al conocimiento.
Si miramos la actual situación del sistema productivo español vemos que los técnicos y directivos medios tienen una retribución menor que en los países más desarrollados de Europa, y que si dan el salto a esos países se integran adecuadamente y reciben una retribución superior. La causa de la diferencia salarial no es educativa; se debe a que teniendo una formación adecuada son más productivos allí que aquí. La causa es la diferencia en la productividad de las economías. Y ésta, como se deduce de lo anterior, no está exclusivamente determinada por la educación, ni siquiera lo está fundamentalmente. Es el entorno, configurado por normas, conductas y capacidades gerenciales, lo que causa las diferencias en productividad.
Si miramos la actual situación del mercado de trabajo español observamos a miles de licenciados, no pocos con sus títulos de máster, que se encuentran en paro o trabajando en puestos que exigen una cualificación menor. Algunos de estos afortunados están con un contrato temporal que no les será renovado, mientras que conservarán su puesto otros empleados peor preparados con un contrato indefinido. El estallido de la burbuja inmobiliaria-crediticia, el excesivo endeudamiento de todos los agentes económicos y la restricción crediticia han sido responsables de la destrucción de empleo total; la malas instituciones del mercado de trabajo de las disfuncionalidades en el empleo.
Si miramos la actual situación del sistema español de la ciencia vemos a cientos de jóvenes científicos con publicaciones en las mejores revistas científicas del mundo a los que no se les renueva sus exiguas becas y contratos y se les invita a volverse a centros extranjeros o, por omisión, a abandonar su carrera científica tras varios lustros de esfuerzo personal y de gasto de dinero público.
Con esta visión de la productividad española, del nivel de paro y de la calidad del empleo y del sistema de la ciencia, ¿se puede sostener que la salida de la crisis se logra con un mayor esfuerzo en educación?
Lo cual no quiere decir que no haya muchas cosas que hacer en el sistema educativo a todos los niveles. Mucho en el terreno de adecuar los contenidos a los niveles de desarrollo del discente. Mucho en la motivación y preparación de los docentes. Mucho en la eficacia y flexibilidad de la gestión. Y no caer en demagogias: sin ser central en la reforma, impulsar centros de excelencia en bachillerato y universidad es una buena opción si se preserva la igualdad de oportunidades en el acceso.
Mucho también en el desarrollo de la formación profesional. Esto último necesita también de un cambio en la valoración social y que la formación profesional sea vista como una opción formativa tan digna como la universitaria.
Carlos Sebastián. Catedrático de Fundamentos del Análisis Económico de la Universidad Complutense