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Tribuna
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Hablemos de reformas

Finalmente, durante estas últimas semanas se han ido perfilando las reformas en el sistema de pensiones, laboral y financiero. La presión internacional ha sido decisiva para dar estos últimos pasos. Recientemente, Angela Merkel insistía en que solo prestaría dinero a países con dificultades bajo ciertas condiciones. Estas últimas incluían explícitamente el esfuerzo de los trabajadores de España, Grecia o Irlanda; en concreto, proponía que estos cobren menos y se jubilen más tarde.

A corto plazo es imprescindible recuperar credibilidad. Está claro que hay que llevar dichas reformas a cabo si no queremos que el barco se hunda. Seamos asimismo conscientes de que, en el camino, se están replanteando algunos derechos adquiridos, desde hace mucho tiempo, por los trabajadores. En primer lugar, como se hace en Alemania, deberíamos saber separar entre los que son sacrificios estructurales de lo que deberían ser sacrificios temporales. Es cierto que la sostenibilidad del sistema de pensiones ha requerido soluciones de tipo estructural. Por otro lado, y a modo de ejemplo, las reducciones de salarios para garantizar el empleo en tiempos de crisis, solo deberían tener una vigencia temporal. Y, en cualquier caso, olvidamos a menudo que el garante principal de la productividad es la calidad del equipo directivo y no el trabajador. Se debería de cuestionar, en primer lugar, la continuidad del equipo directivo y, en todo caso después, la del trabajador.

Ahora bien, una vez recuperada la credibilidad y, si analizamos, los hechos que han ocurrido en las últimas décadas, nos equivocaríamos si nos quedamos aquí. Escribía hace poco José Antonio Marina que la verdad en griego se dice aletheia y significa "lo que aparece cuando se retira el velo que lo ocultaba". ¿Qué descubrimos, más allá de las evidencias actuales, al retirar el velo?

Si tomamos una perspectiva intergeneracional, nuestra sociedad avanza hacia unos marcos de referencia en los que predominan los enfoques técnico-económicos. Está claro que, bajo dichos marcos de referencia, las acciones y reformas emprendidas se justifican y tienen sentido, pero sería una lástima reducir toda la sabiduría de nuestra civilización únicamente a las perspectivas actuales. Así pues, con un poco de perspectiva histórica, es importante reconocer que las perspectivas técnico-económicas, al aplicarse al pie de la letra, pueden resquebrajar algunos valores de carácter humanista en los entornos en los que se aplican. No hay medicina sin efectos secundarios, pero seamos al menos conscientes de cuáles pueden ser dichos efectos. Por otro lado, es obligado llegar hasta el fondo de la cuestión. El egoísmo propuesto por Adam Smith seguramente ha tenido un impacto positivo cuando se ha combinado con valores sólidos. El cortoplacismo actual, tanto en el sector público como en el privado, ha convertido dicho egoísmo en una bomba de relojería que amenaza la sostenibilidad socio-ecológica de nuestra civilización. Si no cuestionamos en profundidad esta dinámica, las fundamentos para un nuevo desastre económico siguen vigentes.

La reforma más importante que tenemos que acometer consiste en replantear el sistema de incentivos cortoplacistas que nos ha llevado al caos actual. Algunas tribus americanas pensaban que cualquier decisión debía incorporar el impacto potencial en las siete generaciones siguientes. No se trata de llegar a dichos extremos, pero está claro que los marcos temporales, de dos, tres o cuatro años, bajo los que se actúa y decide actualmente son insuficientes. Deberíamos ser capaces de crear mecanismos para los sistemas de gobernanza de todas las organizaciones que forzaran la inclusión de los impactos socio-ecológicos a medio y largo plazo en los procesos de decisión.

Y que nadie se rasgue las vestiduras No se trata de alterar en lo fundamental los mecanismos tradicionales de mercado que han mostrado a través de los años su eficacia. Se trata simplemente de crear incentivos similares para todas las organizaciones, que premien no solo un enriquecimiento inmediato, sino también, y por encima de ello, la sostenibilidad socio-ecológica a medio y largo plazo. A modo de ejemplo, se podrían retener durante unos años parte de los salarios y bonus de los altos directivos, públicos y privados. Estos últimos solo se cobrarían con el paso del tiempo si la sostenibilidad socio-ecológica se respeta en cada caso concreto. Esta propuesta surge del reconocimiento de que, al fin y al cabo, solo lo que toca al bolsillo cuenta de verdad. Si existen más propuestas alternativas para conseguirlo, empecemos a ponerlas sobre la mesa.

Stéphane Hessel ha escrito hace poco un ensayo titulado Indignez-vous (indignaos). Las fuentes potenciales de indignación, según este nonagenario sobreviviente de dos campos de concentración, se hallan precisamente en que las perspectivas técnico-económicas se hagan excesivamente dominantes. No nos detengamos en las reformas que se discuten estas semanas y entremos de verdad en la más importante de todas ellas. Es verdad que se necesitaría para ello un cierto consenso internacional; pero con el paso del tiempo las demás reformas no tendrán sentido si no cambiamos el sistema actual de incentivos centrado en el corto plazo. En caso contrario, indignación asegurada.

Juan Ramis-Pujol. Profesor del Departamento de Dirección de Operaciones e Innovación Esade-URL

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