Desde la Barcelona de los años sesenta hasta el libro del futuro
Dos de las personalidades clave de la literatura española en el último medio siglo se encontraron en la Fundación Mapfre para hablar de su ciudad, pero antes conversaron sobre la evolución pasada y futura del libro.
En principio, la cita era para mantener dos entrevistas: con uno de los escritores más destacados del español actual y académico de la Lengua, Luis Goytisolo, y con el editor que más ha influido en el desarrollo de la literatura de calidad desde los setenta hasta hoy, Jorge Herralde. Pero ambos protagonistas llegaron simultáneamente a la sede del Paseo de Recoletos de la Fundación Mapfre, donde asistían a uno de los coloquios del ciclo Barcelona, años 60: el alegre despertar, que continúa hasta el jueves. Se saludaron afectuosamente, comenzaron a charlar, y el periodista quedó reducido a la condición de testigo del relato de una época, de un lugar y de unas experiencias que dan sentido no solo al pasado, sino a la evolución futura de la literatura en nuestro idioma.
Luis Goytisolo. El origen de este ciclo de conferencias está en que desde Mapfre me pidieron propuestas. La que más le gustó fue esta, rememorar la Barcelona de esa época de cambio. Me parece curioso... E igualmente me ha sorprendido muy gratamente la respuesta del público en los primeros actos.
Jorge Herralde. Ya entonces teníamos una muy buena relación con la gente de Madrid, es normal que se mantenga ese interés. Gente fuera del núcleo de poder asfixiante de Madrid, con la que teníamos mucha relación, como García Hortelano, nos decían que veían Barcelona como un referente en aquel periodo. Otra cosa es que luego, con la llegada del nacionalismo al poder, las relaciones se fueron complicando un poco.
L. G. Pero no por problemas personales. Como tampoco había problemas entre los escritores en castellano y los escritores en catalán de Barcelona, como he leído alguna vez.
J. H. Sí que vivíais en compartimentos un tanto estancos. En una ocasión leí que solo os relacionabais en dos lugares: en el Bikini, en la Diagonal, y en el catálogo de Anagrama. Y algo de eso había, gente como Sergi Pamiès o Quim Monzó han ido por otro lado.
L. G. Ellos son posteriores a la época de la que hablamos, en todo caso. Surgen en ese segundo momento de eclosión creativa de Barcelona, en los setenta, tras la muerte de Franco. El periodo de los sesenta que tratamos en esta ocasión fue algo más espontáneo, como un cansancio de la situación por parte de gente que no habíamos conocido nada más que el franquismo, un ansia de normalidad.
J. H. Había una acumulación importante de talento. Además de la gente que ha venido a estos actos -Ana María Moix, Esther Tusquets, Félix de Azúa-, estabais vosotros, los Goytisolo, Vázquez Montalbán, Terenci Moix... Y el otro factor decisivo fue la labor editorial de Carlos Barral, que es el gran editor español del siglo, y el reconocimiento y la presencia en la ciudad de los grandes autores latinoamericanos, como Vargas Llosa o García Márquez.
L. G. No hay que olvidar que había también mucha creatividad en otros campos, en las artes visuales. Va a venir Ricardo Bofill a hablar de arquitectura, por ejemplo. Lo que se hacía no tenía que ver con la idea posterior de Barcelona como ciudad de diseño, todo ese invento para los turistas que ha hecho desaparecer en gran medida la Barcelona tradicional, más real.
J. H. Hay muchas obras importantes que recuerdan esa época y la ciudad como era entonces. Algunas tuyas, las primeras, por ejemplo Las afueras...
L. G. Pero yo no tenía una vocación de retrato social. Solo eran el escenario para lo que quería contar, para mi vocación por comunicarme y emplear el lenguaje. Me circunscriben en esa época en el realismo social, pero yo no tenía vocación política en lo literario. Escribía como lo hacía porque tomé la decisión de no pensar en la censura, de escribir como si no existiera.
J. H. Todos funcionábamos así, en alguna medida. En la editorial la burlábamos acumulando de golpe las novedades, para que los censores no pudieran revisarlas todas. Y funcionaba...
L. G. No creo que la literatura deba ser militante. Otra cosa es lo que hagamos los escritores al margen de la propia creación. Un poco es mi idea al escribir después artículos en prensa, dando mi visión de las cosas y mi preocupación por cómo evolucionan los acontecimientos. Por ejemplo, en el caso de la literatura, el predominio del éxito para obras de segunda clase, sin unas inquietudes.
J. H. Anagrama siempre ha buscado vivir del longseller, de la venta prolongada de títulos de calidad. Bien es cierto que el empujón, en muchos casos, nos lo han dado éxitos masivos. Pero hoy muchos de ellos serían casi imposibles. Siempre cito, por ejemplo, el caso de Bella del señor, de Albert Cohen. Un libro grueso de un autor francés muerto del que vendimos decenas de miles por una reseña favorable de Rafael Conte en Babelia. Hoy no sería posible un fenómeno similar, se terminó esa época de los mandarinatos en la crítica... para bien y para mal, porque a veces da la sensación de que todo lo que se publica tiene el mismo valor.
L. G. Es un buen ejemplo de cómo los cambios que nos vienen tienen consecuencias inesperadas. Se lleva hablando del final del libro en papel desde los años cuarenta, pero ni nos podíamos imaginar los cambios que se están produciendo.
J. H. Prefiero no hacer predicciones. Con lo que hemos visto hasta ahora, algunas cosas van muy despacio y otras se precipitan súbitamente a toda velocidad. Ahora, es verdad, parece que se van a producir cambios. Nosotros estamos desde el principio en la plataforma de venta de libros electrónicos Libranda, pero las ventas son mínimas por ahora.
L. G. Yo sigo el tema un poco de lejos. Creo que solo uno de mis libros tiene edición electrónica. Donde sí notamos el cambio de manera decisiva es en la Academia. La próxima edición del Diccionario y la Ortografía en papel va a ser anecdótica. En cambio, hay 750.000 consultas diarias en la web.
J. H. No veremos morir el papel, aunque crezca la importancia de esas alternativas. Me interesan más, por ahora, otros cambios en el mercado editorial como producto de las innovaciones tecnológicas. Por ejemplo, la aparición de todas esas editoriales pequeñas de calidad, con apenas una o dos personas, que sacan partido de las facilidades para la edición y recuperan buenos libros. En una época en la que el poder de los grandes grupos editoriales es enorme, suponen una buena noticia.
L. G. Existe demasiada preocupación por las ventas, supongo que es un reflejo de otras cosas en la sociedad. Hay muchos escritores que no parecen preocupados por hacer su trabajo tanto como en comercializarlo. Admito haber escrito una novela buscando deliberadamente más público, Placer licuado (1997), que se vendió bastante bien. Pero no es mi camino. Por supuesto, veremos cambios. La hegemonía de la novela, característica del siglo XX, creo que se acabará. Y la literatura seguirá, aunque sea con otro modelo para llegar al público.
Jorge Herralde. Los últimos cinco años del editor ejemplar
Solo existe en el mundo una cátedra universitaria consagrada a una editorial: la cátedra Anagrama de la Universidad de Nuevo León, en México. Es tan solo una muestra del peso que en la historia de la literatura reciente tiene el proyecto que Jorge Herralde (1936) inició hace 42 años. En este periodo, Herralde publicó las primeras obras de escritores de referencia en lengua castellana, como Javier Marías, Álvaro Pombo o Enrique Vila-Matas, y colocó en un pedestal para el lector español a figuras internacionales de la talla de Roberto Bolaño, Paul Auster, Claudio Magris, o al que él mismo bautizó dream team británico: Martin Amis, Ian McEwan, Julian Barnes, Kazuo Ishiguro...Durante todo este tiempo ha sido conocido tanto por su exquisitez en la publicación como por su mano izquierda a la hora de tratar a los autores -tema sobre el que es tremendamente discreto-, así como por su disgusto con la hegemonía económica de los grandes grupos editoriales.Herralde admite que, por edad, debe ir pensando en la retirada. "Pero visto lo ocurrido en otras editoriales independientes adquiridas por las grandes, he buscado otro tipo de salida. Me quedan cinco años para seguir disfrutando". Luego, Anagrama quedará en unas manos que han demostrado simpatía con la misma clase de proyectos que ha defendido Herralde, como son las de la familia Feltrinelli, propietarios de una editorial italiana con evidentes similitudes con la suya en la filosofía de trabajo.Entre tanto, Herralde mantiene la ilusión y el entusiasmo, como demuestra cuando comenta las novedades más interesantes de su catálogo para la temporada alta editorial, que da comienzo este mes con Sant Jordi y se prolonga con la Feria del Libro de Madrid. Así, destaca en esta ocasión El ocupante, la última novela de Sarah Walters, "la escritora inglesa más importante de su generación"; la última obra del premio Príncipe de Asturias Hans Magnus Enzensberger, y lo más reciente de Niccolò Ammaniti, "un joven autor italiano que no tuvo suerte en sus primeras traducciones y del que iremos recuperando paulatinamente toda su obra".
Luis Goytisolo. La insobornable lucha por la independencia
En demasiadas ocasiones, las trayectorias intachables en el mundo del arte parecen una excusa para, en un momento dado, presentar un currículum inmaculado con el que justificar un lanzamiento comercial. Llegado a este punto de su vida, parece incuestionable que Luis Goytisolo (1935) no será nunca nada menos que el más reputado escritor contemporáneo en lengua española desde una perspectiva puramente estilística, nombre mencionado algunos otoños en quinielas en Estocolmo y autor de una obra que, como la tetralogía Antagonía, fue considerada por el nobel francés Claude Simon como uno de los referentes del siglo XX junto al Tiempo perdido de Proust y el Cuarteto de Alejandría de Durrell.En un incuestionable resumen del signo de los tiempos editoriales, Antagonía, que tomó 17 años para su redacción, lleva 15 sin ser reeditada en castellano. No cabe duda de que se trata de una obra compleja tanto en su retrato de la evolución de la carrera de un escritor como en su estilo, poético y denso. Pero a estas alturas, Goytisolo ya no va a cambiar: "Empecé otra novela y el primer párrafo me llevó las cinco primeras páginas. No es nada preconcebido, es la forma en que surgió, es la manera en que escogí contarlo", afirma con una sonrisa.En comparación con su labor literaria, admite que otra de sus actividades más conocidas, la elaboración de documentales de viajes para televisión, sí tuvo "una motivación claramente más alimenticia. Me permití ir a lugares del arco mediterráneo, que he recorrido porque me interesan personalmente, y fue una experiencia interesante. Pero ya cerré esa etapa: prefiero viajar por placer, sin estar preocupado de la luz o de la posición de la cámara".Goytisolo reparte el resto de su tiempo en la escritura de ocasionales pero contundentes artículos periodísticos donde hace llamamientos a la dignificación de la vida pública e invoca conceptos como el del "neoestoicismo"; a la Academia, y la organización de eventos como los que se desarrollan en el Palacio de Villarreal y Purullena, en El Puerto de Santa María, donde se ubica la sede de la fundación a la que da nombre. En ella se organizan anualmente simposios de narrativa histórica contemporánea.