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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España está en la segunda velocidad

La zona euro empieza a marcar dos, o incluso tres velocidades claramente diferenciadas. Por un lado, el pelotón encabezado por Alemania -que con un crecimiento del 4% interanual en el último trimestre de 2010 mantiene un ritmo inasequible para el resto de los socios-, secundada tímidamente por Holanda, Austria, Finlandia y algunos países menores. Del otro, el resto que queda por debajo del 2% -la media de la UE-16-, con Francia e Italia, cuyos PIB evolucionan en estos momentos al 1,5% y 1,3%, respectivamente. Y dentro de ellos, los rezagados, entre los que se incluye España, que en el cuarto trimestre creció un 0,6% en términos interanuales.

El mercado único no lo es tanto y las abruptas desigualdades en el crecimiento de sus economías provocan ineficacias que repercuten sobre la credibilidad de la moneda común. Unas divergencias que se amplían a otras magnitudes, en especial la inflación, que retoma tintes preocupantes, pues la media de la Unión Monetaria toca el 2,4%, superando el umbral crítico del 2% a partir del cual el BCE empieza sopesar la conveniencia de actuar sobre los tipos de interés. Semejante decisión podría suponer un revés para la renqueante economía española. Sin embargo, aunque es muy indeseable, con la ortodoxia en la mano, una subida de tipos está plenamente justificada en España, dado que el IPC se ha situado casi un punto por encima de la media europea, destapando el fantasma de una estanflación ciertamente preocupante.

Conjugar una política monetaria y económica al gusto de los 17 Estados del euro es una tarea casi imposible. Especialmente con unos modelos productivos tan diferenciados, donde conviven potencias industriales con fuerte tradición exportadora -Alemania o Francia- con economías centradas en los servicios como España. Precisamente por estos escalones difíciles de igualar, cada vez cobra más fuerza la necesidad de establecer denominadores mínimos que cumplan todas las economías.

La propuesta de la canciller de Alemania, Angela Merkel, de establecer unos parámetros de competitividad es un camino que antes o después tendrán que aceptar todos los Estados miembros. Europa ha de competir unida con el resto del mundo y la flexibilidad en las estructuras empresariales es la única manera de asegurar que lo hará con garantías de éxito. Alemania, que resolvió sus problemas de rigideces en los primeros años del nuevo siglo, ha demostrado que la fórmula es acertada. Como también es preciso que la solidaridad en el seno del euro no se plantee como algo pasajero; por contra, es una imposición sin la cual no existe mercado único.

Quizá así se pueda recortar la tercera gran diferencia entre unos y otros países comunitarios: las tasas de paro. Y aquí, España se sale para mal en todos los gráficos comunitarios.

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