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Columna
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La importancia del capital intelectual

En un momento de incertidumbres científicas, de inestabilidad económica, de desigualdad social y cultural como el que atravesamos, solo una primera evidencia resulta incontestable: la riqueza, tal como afirma el economista J. Rifkin, "no reside ya en el capital físico sino en la imaginación y la creatividad humana"; en suma, en el conocimiento, que está llamado a constituir el principal activo de las empresas y de las organizaciones. Un solo dato: más del 50% del PIB de las mayores economías de la OCDE se halla ahora basado en el conocimiento. En el marco económico-productivo en que nos situamos, el factor más importante no es ya la disponibilidad de capital, de mano de obra, de materias primas o de energía, sino el uso intensivo de información y de conocimiento; en definitiva, el capital humano ligado al conocimiento.

Relacionada con esta primera constatación, la segunda certeza es que nos hallamos en plena explosión del conocimiento. Un segundo dato: el conocimiento científico internacionalmente registrado, según el humanista James Appleberry, necesitó 1.750 años en duplicarse por primera vez, contando desde el inicio de la era cristiana; luego duplicó su volumen cada 150 y después cada 50 años. Ahora lo hace cada 5, y se estima que para 2020 se duplicará cada 73 días.

La tercera certeza es que mientras otros capitales pierden valor con las crisis económicas, el capital intelectual se revaloriza. La economía demuestra que mientras que la inversión en capital físico (infraestructura, maquinarias, equipo…) produce rendimientos constantes en su acumulación a corto plazo, la inversión en capital humano, en capital intelectual, produce rendimientos crecientes a escala a medio y largo plazo.

España atraviesa una situación de crisis (entendida en clave gramsciana, "existe crisis cuando lo viejo no muere y lo nuevo no puede nacer") que no es solo económica, como consecuencia de la cual se hace necesario poner en valor todos los recursos disponibles para dar respuesta a las consecuencias más negativas que de ella derivan. Hay capitales de muchos tipos, pero el de mayor relevancia actualmente es el intelectual, que cabe ser definido como el conocimiento que crea valor, útil para una empresa o para una organización, sea pública o privada. Sin embargo, este capital debe ser encontrado, debe ser cultivado, debe ser compartido y, sobre todo, debe ser puesto en valor. Si no es así su valor no es tal.

En España, este capital intelectual existe, tanto en la empresa pública como en la privada. Un tercer dato: el porcentaje de personas entre 25 y 34 años con educación universitaria es uno de los más altos del conjunto de países de la OCDE, pero también nuestro país ocupa las primeras posiciones de este conjunto de países en relación al índice de desaprovechamiento del capital humano y de sobrecualificación, medido a través del porcentaje de personas que desarrollan una función por debajo de su titulación.

Nuestro país no puede -no debe y sin duda no lo hará- seguir apostando por el mismo modelo productivo de los últimos años, basado en el turismo, en la construcción y en un sector primario intensivo en mano de obra. Si quiere superar estructuralmente la actual crisis económica, tiene que invertir en educación, en investigación, desarrollo e innovación, en definitiva, en conocimiento, pues solo así el país se situaría, por lo que a capital intelectual se refiere, al nivel que presenta en cuanto a nivel de renta per cápita.

En este contexto, el papel de las universidades será cada vez importante, pero para ello deberán redefinirse -si no reinventarse- con el fin de ser capaces de generar más conocimiento y más investigación aplicada (sin olvidar jamás que sin conocimiento y sin investigación básicos no hay investigación aplicada).

La enseñanza superior deberá adaptarse a las demandas de la sociedad actual, que son muchas y muy distintas de las del siglo pasado; y además deberá hacerlo en un contexto de globalización del conocimiento y en un nuevo marco en el que las fronteras nacionales y disciplinares desaparecerán progresivamente, por lo que se hará imprescindible, como señala la propia Unesco, la adopción de ciertos procesos de aprendizaje tales como los de laerning by doing o aprendizaje mediante la práctica, de laerning by using o aprendizaje mediante el uso de sistemas complejos y de laerning by interacting o aprendizaje mediante la interacción entre productores y consumidores. En otras palabras, deberíamos pasar del conocimiento por el conocimiento al saber cómo, al saber para y al saber compartido.

Pues bien, en España estos caminos, además de trazarse, deben recorrerse si se quiere alcanzar el horizonte económico y social al que, como país desarrollado, aspiramos.

Si el país hace un esfuerzo inversor decidido en capital intelectual, esto es, en los activos intangibles que el conocimiento y el procesamiento de la información representan, nuestras universidades, nuestras empresas y nuestras organizaciones podrán adelantarse al futuro; si no, inexorablemente, serán arrolladas por él.

Pedro Reques Velasco. Catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Cantabria

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