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Tribulaciones de un parado ilustrado
Tribuna
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Nadar fuera del banco de peces

En el anterior post les exponía de las virtudes de la confianza, siguiendo el pensamiento del filósofo Robert Spaemann, como motor generador de valor para cualquier organización, en todas sus dimensiones: rentabilidad, productividad, transmisión de conocimiento, disposición a la creatividad y la innovación, motivación y estímulo para fomentar el espíritu de cooperación...

En otras palabras, la confianza como palanca para impulsar como un cohete la competitividad empresarial, cosa que no nos vendría nada mal en estos momentos si queremos salir del atolladero en el que nos encontramos (¿seguimos con el debate si es crisis o recesión?) y recuperar posiciones en el escenario económico mundial.

Pero que quieren que les diga. Uno no tiene capacidad para influir en las miles de empresas que en estos momentos pelean por cumplir su principal cometido: sobrevivir en el tiempo. Me conformaría con que usted, amable lector de la versión digital de Cinco Días (si es que hay alguien ahí), lo recordara esporádicamente (repita conmigo: la confianza siempre es rentable. Oooommm).

Por tanto, para evitar caer en la frustración y precipitarme por el abismo de la melancolía, de lo que me he propuesto hablarles hoy es de otro tipo de confianza: de la confianza en uno mismo.

Sí, no se froten los ojos. Uno cree firmemente en la capacidad transformadora del individuo, en aquel capaz de volar y nadar solo, fuera del comportamiento gregario y contagioso del enjambre o de los bancos de peces.

Creo en el individuo frente a la masa, amplia, amorfa y manipulable, entendida ésta como "el conjunto de personas no especialmente cualificadas", que describió Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (Espasa Calpe, 1984), con capacidad de arrollar "todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto".

Creo en el individuo único, capaz de soñar y fijarse metas ambiciosas, tenaz, original, intuitivo, con sana ambición (como dice el genial Ferrán Adriá, la ambición sin paciencia es peligrosa), que busca la excelencia, que se atreve a emprender el camino y que no teme la derrota. Porque, ante todo, considera que la aventura y el esfuerzo valieron la pena. Y creo en el individuo con sentido del humor, claro.

Coincido plenamente con Ken Robinson, cuando afirma en El Elemento (Grijalbo, 2009), que "si no estás preparado para equivocarte, nunca se te ocurrirá nada original". Y añado yo, "y además tu vida será un muermo".

Autoconfianza, señores (huyo de la palabra autoestima, que me da un poco repelús, lo reconozco). Para ello, debemos desarrollar una de las múltiples inteligencias que poseemos, según Howard Gardner, profesor de psicología de la Universidad de Harvard: la inteligencia intrapersonal, que no es otra que la capacidad de conocimiento y comprensión de uno mismo.

Les voy a poner un ejemplo. Hace pocos días, en la oficina de empleo donde tuve que acudir para regularizar mi nueva condición de parado ilustrado, la funcionaria que amablemente me atendió (sí, he dicho amablemente) me hizo una serie de preguntas reglamentarias para completar mi historial: estudios académicos, conocimiento de idiomas, cargo que he ocupado...

Pero hubo una que cambió por completo el ritmo y el tono de nuestra conversación. La pregunta fue: "¿De qué le gustaría trabajar a usted?"

He de reconocer que no me la esperaba (no estaba en mi argumentario mental). Sin embargo se produjo un fenómeno muy curioso. Tuve la sensación de que en mi cabeza se activaban "caminos neuronales" no explorados hasta entonces. Creo que pasé medio minuto en trance, con la mirada perdida, hasta que de repente me escuché decir con gran determinación: "De escritor".

Entonces fue la funcionaria quien guardó otro medio minuto de silencio, sin apenas pestañear y con una expresión de bostezo contenido. No quiero pensar lo que se le pasó por la cabeza, pero entiendo que además de mi respuesta, tan franca como sospechosa, el recorte salarial decretado por el Gobierno de España días atrás a todo el cuerpo funcionarial no debió ayudar precisamente a la comprensión de mi mensaje. Más bien a todo lo contrario.

Estoy convencido de que respondió mi yo, no yo. No sé si me entienden. Confianza en uno mismo, vocación, ilusión, pasión, locura... El caso es que aquí me tienen, amables lectores, aprovechando este momento de cambio profesional para destapar vocaciones latentes y, en un arrebato de autoconfianza, cumplir uno de mis sueños: escribir. Y disfrutar. Espero que ustedes también lo estén haciendo.

Hasta pronto.

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