El Club de los Negocios Raros
En el anterior post les hablaba de mi noble y sana aspiración a ser admitido, como socio de pleno derecho, en el Club de los Negocios Raros, fundado por G. K. Chesterton. Ahora sabrán por qué.
El CNR es una original y peculiar sociedad integrada exclusivamente por personas que han inventado alguna nueva y curiosa manera de hacer dinero. Vamos, una estrategia de océano azul en toda regla, que agiganta la figura G. K. Chesterton por su gran capacidad visionaria.
Su obra, me atrevo a aventurar, debió servir de fuente de inspiración a W. Chan Kim y Reneé Mauborgne antes de la lanzar, con muchas décadas de retraso, su campanudo best seller Blue Ocean Strategy: how to create uncontested market space and make competititon irrelevant (Harvard Business School Press, 2005).
Los miembros de este exclusivo, pintoresco y absurdo Club crearon algunas disparatadas actividades que, no por ello, dejaron de ser una honrada y fantástica forma de ganarse la vida. Lo curioso es que algunas de estas profesiones parece que se han institucionalizado (o deberían hacerlo).
Si no me creen, sigan leyendo
El Club cuenta con un Organizador de Réplicas Inteligentes (sus servicios estarían hoy muy cotizados para animar todo tipo de debates, incluido el Debate del estado de la Nación) y una Agencia de Aventuras confidenciales (no quiero imaginarme cuál sería el perfil de sus clientes de esta sociedad abierta (no la que describió Karl Popper), sino la sociedad abierta en canal que nos rodea, muy dada a enseñar impúdicamente sus entrañas.
Son miembros del Club los Retenedores Profesionales (sirviéndose de un pretexto inofensivo, retienen a personas de cuya presencia quieren librarse sus clientes por unas cuantas horas) y un Constructor de Fincas Arbóreas (que sentó, sin lugar a dudas, las bases del concepto de desarrollo sostenible, logrando unir con maestría dos actividades hoy antagónicas: la construcción y el ecologismo).
Cierran la lista de socios fundadores un profesor que ha creado un Sistema de Leguaje Propio a base de movimientos arrítmicos de las extremidades, incluidos giros de pie y saltos a la pata coja (ideal para instalar en la sede del Senado y con el que nos ahorraríamos unos cuantos miles de euros), y el Tribunal Voluntario, cuyas sentencias tenían las más altas cotas de validez moral y, por ello, un grado de cumplimiento por parte de los reos muy superior que las dictadas por la Justicia ordinaria (¿abrirán una sede en Cataluña?).
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que, humildemente, cumplo los requisitos mínimos para enrolarme en el apetecible Club de los Negocios Raros: el parado ilustrado es una profesión de nuevo cuño (aunque tiende a generalizarse). Y genera ingresos. Aunque el dinero, de momento, corre por parte del Estado.
¿Me aceptarán en este peculiar y atractivo Club? Ya les contaré. Hasta pronto.