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Tribulaciones de un parado ilustrado
Tribuna
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Estamos en el mismo barco y todos mareados

En mi anterior post sostuve que vocación y tensión son píldoras que consiguen efectos muy positivos en nuestra salud, física y mental. Y hasta me atreví, con la osadía del principiante, de un nuevo "pro-am", a formular una ecuación de valor: Vocación + tensión = salud + bienestar mental.

Llevado por un afán oculto de pasar a la posteridad por semejante teoría (nada original, sospecho) o influido por ideas de eminentes investigadores y científicos, como Jorge Wagensberg, autor de la gloriosa sentencia: "Desconfío de la idea que no cabe en una frase", (Si la Naturaleza es la respuesta, ¿cuál es la pregunta?, Metatemas, Tusquets Editores, 2002), el caso es que todavía no he recibido ningún mensaje de reprobación. Insultos tampoco. Así que aquí me tienen de nuevo, amables lectores, dispuesto a seguir con mis tribulaciones.

He de reconocer que me está encantando esta experiencia (humildemente, espero que a ustedes también), a pesar de que los días avanzan con gran rapidez y uno sigue manteniendo su condición de parado ilustrado. Al contrario de lo que decía Picasso, "yo busco, no encuentro". No me refiero a la inspiración ni a los procesos creativos que desembocan en una obra de arte digna de pasar a la posteridad sino, como habrán adivinado, a algo más prosaico: un empleo.

Así que, moral alta y con muchas razones para mantener la esperanza, aquí me tienen un día más de agosto, alimentando esta correspondencia con ilusión, placer y un extraño sentido de la responsabilidad y del deber. Hacia el medio de comunicación que tan amablemente me ha acogido, hacia todos ustedes, queridos lectores, y hacia uno mismo.

Creo con Albert Einstein que "ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía" (Mi visión del mundo. Metatemas. Tusquets Editores, 2005).

Provocar sonrisas, generar bienestar, regalar felicidad, derrochar simpatía... ¡Qué noble y maravillosa misión! Afortunados los que logren un mínimo porcentaje de tan preciado botín. Yo me conformaría con que, al menos, me siguieran leyendo, que no es poco.

A menudo nos angustiamos por un sin fin de cuestiones que llamamos problemas que, si los observamos a cierta distancia y los sometemos a un análisis con un mínimo de rigor no pasarían el corte, como se suele decir en las competiciones de golf.

¿Por qué nos quejamos tanto? Dicho de otra forma: Si apud bibliothecam hortulum habes, nihil decerir. ¿Qué más quieres si tienes una biblioteca que se abre a un pequeño jardín?, decía Cicerón.

Paradojas de la llamada sociedad del bienestar. Cuanto más tengo, más vacío me siento. Sólo lo inútil es necesario, parece ser el lema universal. La angustia campa a sus anchas. Y todos tratamos de mantener la calma en esta común casa de locos. "No sólo estamos todos en el mismo barco, sino que estamos todos mareados", sentenció G. K. Chesterton (Lo que está mal en el mundo. Ciudadela, 2006).

Pero hay tratamiento, no se preocupen. Podemos seguir hablando del tiempo y del calor que hace en agosto (Stevenson llama a la costumbre de hablar del tiempo "el punto más bajo y el hazmerreír de los buenos conversadores"). De las pruebas de estrés de los bancos, de las fusiones frías, aunque alguno va a salir escaldado, de la prohibición de los toros en Cataluña o de la visita de la familia Obama al sur de España.

O buscar alternativas. Les propongo una. "Escuchemos al corazón", tal y como nos recomiendan Luis Galindo y Mario Kogan, en El próximo minuto (Plataforma, 2010). "Busquemos un momento de tranquilidad y silencio... No dejemos de hacernos preguntas. Escuchémonos".

Apague la televisión, añado yo. Camine y salga al encuentro de la Naturaleza, en cualquiera de sus múltiples variables (mar, campo, montaña...) "No hay música más grande y más sublime que el silencio, nos recuerda Miguel de Unamuno (Diario íntimo. Alianza Editorial, 1983). "Pero somos muy débiles para entenderla y sentirla".

Ahora que estamos en periodo de vacaciones, no hay excusas para no intentarlo. Estoy convencido de que les sentará muy bien. Además, es gratis.

Hasta pronto.

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